Carmen
Inteligente, culta, educada, bella por fuera y por dentro, solidaria y generosa. Carmen D¨ªez de Rivera ha muerto a los 57 a?os de una vida singular que no le ahorr¨® dolor ni incomprensi¨®n pero por la que ella transit¨® con intensa discreci¨®n o discreta intensidad, que da lo mismo. Mujer guerrera y elegante, sab¨ªa m¨¢s de feminismo y progresismo que muchas desmelenadas del momento, y, desde luego, conoc¨ªa muy bien las miserias de la pol¨ªtica por dentro, sin que ello le permitiera mostrar m¨¢s amargura que la apenas esbozada por su peque?a sonrisa ir¨®nica, por alguna frase cortante que a veces emerg¨ªa en su proverbial delicadeza. Buena gente; por encima de todo, buena gente; de la que tiene talento: es decir, la necesaria.Al recordarla evoco los d¨ªas de la incipiente democracia espa?ola, aquel pa¨ªs tan distinto, ni mejor ni peor pero s¨ª m¨¢s ingenuo, m¨¢s inocente y m¨¢s sobresaltado, con otros sustos: la extrema derecha, todav¨ªa sin domar; los militares, rugiendo agravios.
Como siempre que muere alguien valioso -y Carmen lo era-, siento el dolor de su desaparici¨®n mezclado con la rabia que me produce que el c¨¢ncer no arrase a los indeseables, por ejemplo, que manejan el asesinato como argumento disuasorio. Y recuerdo nuestros peque?os encuentros de mujeres que, sin ser amigas, se profesan cari?o y respeto en la distancia. A veces coincid¨ªa con ella en los aeropuertos, a veces intercambi¨¢bamos notas de aprecio y aliento. En tales ocasiones no dejaba de meditar acerca de cu¨¢nto val¨ªa Carmen, de lo imprescindible que nos era y sobre cu¨¢n natural resultaba, por otra parte, que su sabio esp¨ªritu permaneciera en la sombra en este tiempo y paisaje de fantoches.
Otra en su lugar habr¨ªa pasado factura o habr¨ªa esgrimido un libro de explosivas memorias. Otra, claro; nunca Carmen. Pero alguien que la haya conocido mejor que yo deber¨ªa dejar en un volumen su historia para que los j¨®venes, sobre todo las j¨®venes espa?olas, sepan con qu¨¦ piedras preciosas se paviment¨® el camino que ahora pisamos y sobre el que, demasiado a menudo, escupimos como si no mereciera aprecio.
Yo no te olvido, Carmen. Cualquiera que sea el mundo al que has ido a parar, habr¨¢ mejorado con tu llegada.
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