Margarita JOAN DE SAGARRA
Ayer, en este peri¨®dico, Pablo Ley, nuestro cr¨ªtico teatral, public¨® una columna comentando un espect¨¢culo -Sopa de r¨¤dio- que, para los que aprendimos a leer -y a escribir- entre l¨ªneas, daba la sensaci¨®n de ser un espect¨¢culo ni fu ni fa, m¨¢s bien fa. Fa de fatal. Hasta aqu¨ª todo es pol¨ªticamente, period¨ªsticamente correcto, como suele decirse, pero lo que ustedes ignoran es que el d¨ªa anterior, el viernes, alrededor de las cinco de la tarde, yo pill¨¦ a Pablo Ley mientras escrib¨ªa, con un boli, su columna sobre Sopa de r¨¤dio, detr¨¢s del mostrador de una mercer¨ªa. Y es que Pablo Ley, nuestro cr¨ªtico teatral, desde hace un par de meses es, ejerce de mercero, es decir, combina la cr¨ªtica teatral con el comercio de "cosas menudas y destinadas generalmente a la industria del vestido, como alfileres, botones, cintas, etc¨¦tera", como reza el Diccionario ideol¨®gico de la lengua espa?ola de don Julio Casares. Yo no s¨¦ si el comercio de esas cosas menudas, del alfiler y la cinta, beneficia a la cr¨ªtica teatral, o viceversa, pero de lo que s¨ª no me cabe duda alguna es de que mi joven amigo y colega Pablo Ley se ha convertido en una presa no s¨¦ si pol¨ªticamente o period¨ªsticamente correcta, como suele decirse, pero que encaja perfectamente con las lecciones que, entre martini y martini, cuando yo ten¨ªa la edad de Pablo -38 a?os- me daba el maestro Del Arco: "Juanito, toma nota: un catedr¨¢tico de Derecho Can¨®nico", me dec¨ªa Del Arco, "no reviste, period¨ªsticamente hablando, como posible entrevistado, mayor inter¨¦s que tal o cual de los hijos de puta que a menudo el se?or conde, por razones que desconozco o hago como que desconozco, me obliga a entrevistar. Ahora bien, toma nota, Juanito: cuando un catedr¨¢tico de Derecho Can¨®nico toca el saxof¨®n, lo toque bien o mal, eso ya es otra cosa".La mercer¨ªa de Pablo se llama Margarita, como su madre, y se halla situada en el 309 de la calle de Rossell¨®, esquina Girona. En mi barrio, a 200 metros de mi casa. La mercer¨ªa, chiquita, de fireta, como le o¨ª decir a una morenaza gaditana en la terracita del bar de al lado, el Morryson, es una preciosidad. Abri¨® su puerta en el a?o 1927 o 1928, poco despu¨¦s de la muerte del abuelo materno de Pablo, Domenico Fancelli. La abuela, Dolors Duran, le puso el nombre de la peque?a Margarita. Margarita, a la saz¨®n, era una ni?a de unos ocho a?os. La ni?a Margarita muri¨® el 24 de julio de este a?o, y su hijo Pablo escribi¨® en el recordatorio, junto al "pregueu a D¨¦u per l"¨¤nima de... que mor¨ª cristianament...", estas siete palabras sacadas de un poema de G¨®ngora: "La m¨¢s bella ni?a de nuestro lugar".
Debi¨® de ser muy bella, Margarita, la ni?a de mi barrio. (El padre, Domenico, ven¨ªa de La Cune, un pueblo agreste de la Toscana, cercano a Lucca). Yo conoc¨ª a la ni?a Margarita ya mayor, con 70 a?os, y daba gozo verla en la terracita del Morryson, junto a su mercer¨ªa, platicando con la se?ora Carme, una valenciana muy se?ora y algo sorda, y su perro Ximo, al que Margarita, como hoy hago yo, le lanzaba el botell¨ªn de agua mineral, para que el perrito lo recogiera y se lo devolviese para que se lo volviera a lanzar (cuando muri¨® Margarita Fancelli, en el tanatorio, el d¨ªa del entierro, hab¨ªa un precioso ramo de flores... de Ximo).
Margarita, la m¨¢s bella ni?a de mi barrio, muri¨® al pie del ca?¨®n, a los 78 a?os, en su mercer¨ªa. Y eso de al pie del ca?¨®n no tiene un pelo de ret¨®rico, porque su barrio -que hoy es el m¨ªo- era el barrio de la muerte, el de la f¨¢brica Elizalde, objetivo privilegiado de los nacionales durante nuestra guerra civil. Muri¨® al pie del ca?¨®n, vendiendo alfileres y cintas, cosas menudas, d¨¢ndole hermosura y nobleza a mi barrio, so?ando, como las chiquillas de su barrio, en Clark Gable, en Johnny Weissmuller y en el comisario Maigret, el cual, seg¨²n me cont¨® Pablo, ven¨ªa a suplir el padre que no disfrut¨® (Margarita, me cont¨® Pablo, estaba convencida de que Maigret, de misi¨®n en Barcelona, hubiese visitado su mercer¨ªa).
Y ah¨ª, en la mercer¨ªa Margarita, est¨¢ mi amigo Pablo, vendiendo esas cosas menudas y escribiendo sus cr¨ªticas teatrales. Y est¨¢ ah¨ª porque ¨¦l, a fin de cuentas, ¨¦l es hijo de esta mercer¨ªa. Gracias a ella ¨¦l es hoy Pablo Ley, nuestro cr¨ªtico teatral. Y cuando Pablo no escribe cr¨ªticas teatrales -ni fu ni fa-, escribe, agazapado darrera el taulell, una historia teatral sobre George Orwell, el que rindi¨® homenaje, sin saberlo, a su madre, Margarita, a nuestro barrio, el barrio de la muerte. A cosas menudas, a historias menudas, como la de esa se?ora, una anciana de ochenta y pico a?os que mientras compra un pa?uelo a nuestro mercero le cuenta que su hijo naci¨® dos meses despu¨¦s que su padre, "un faiero molt guapo", cayese en Teruel. Y cuando Pablo no escribe cr¨ªticas, recibe, tambi¨¦n, la visita de una actriz, como es el caso de Rosa Novell, otra de las m¨¢s bellas ni?as del lugar, de mi barrio. Rosa, que ya le hab¨ªa comprado a Margarita un pa?uelo bordado para el estreno de La senyora Florentina..., de la Rodoreda, y que el viernes le compr¨® a Pablo un par de medias de Platino antideslizantes con liga de blonda. ?Con qu¨¦ secreto prop¨®sito, para qu¨¦ espect¨¢culo? Eso lo debe de saber el comisario Maigret. Pero, para Margarita, para Clark Gable, para Johnny Weissmuller, para Pablo y para m¨ª, y para el fot¨®grafo, hay algo que no ofrece duda: la mercer¨ªa de barrio, las cosas menudas e interminables, ayudan lo suyo al teatro.
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