Josep Granyer, 100 a?os
Celebrar un centenario no es m¨¢s que una convenci¨®n. Pero sirve, como m¨ªnimo, para recordar a personajes que tuvieron en su momento una presencia en la sociedad y cuyos nombres se han ido difuminando con el tiempo. Es el caso del escultor, ilustrador y grabador Josep Granyer, que naci¨® ayer hizo 100 a?os en Barcelona. Autor de una obra imposible de englobar en cualquier movimiento, Granyer se gan¨® en vida una merecida fama de artista independiente y de fina iron¨ªa. Iron¨ªa e independencia que refleja su obra, conocida sobre todo por sus representaciones de animales. Para quienes no consigan fijar una imagen de Granyer en la memoria, un recordatorio: La girafa y El vedell de bronce de la Rambla de Catalunya son suyos. Granyer, que falleci¨® en Barcelona en enero de 1983, inici¨® su andadura art¨ªstica muy pronto, en 1917, con el grupo de los evolucionistas, con quienes compart¨ªa la voluntad de superar el clasicismo noucentista y la imagen ideal de Catalu?a que ¨¦ste hab¨ªa fijado. Era tiempo de panfletos y declaraciones de principios entre los artistas, y los evolucionistas -entre los que se contaban otros tres escultores que han celebrado este a?o su centenario: Apel.les Fenosa, Joan Rebull y Josep Viladomat- tomaron su nombre de uno de los textos de Joaquim Torres-Garcia. El que fue guru del noucentisme a principios de siglo vio la luz vanguardista y rompi¨® los esquemas a m¨¢s de uno con su manifiesto Art-evoluci¨®. El texto, publicado en septiembre de 1917 en Un Enemic del Poble, la "hoja de subversi¨®n espiritual" de Joan Salvat-Papasseit, constitu¨ªa un grito contra las escuelas y a favor de la independencia y la individualidad del artista.
Son principios que marcaron la obra de Granyer. Aunque coquete¨® con las vanguardias en un primer momento, tendencia palpable, por ejemplo, en alg¨²n autorretrato cubista esculpido en relieve, encontr¨® el veh¨ªculo con el que mostrar su visi¨®n c¨¢ustica del mundo y de las grandezas y miserias humanas en las formas animales, que verti¨® tanto en ilustraciones y grabados como en esculturas. El grabador Jaume Pla, que le conoci¨® bien y le dedic¨® una de las publicaciones de Les Edicions de la Rosa Vera y una exposici¨®n en la galer¨ªa Syra en 1962, concluy¨® en el libro Famosos i oblidats que Granyer se volvi¨® animalier en Par¨ªs, entre 1929 y 1930.
Aunque el mismo Pla apuntaba en el libro que Granyer fue "el artista de este pa¨ªs con menos mano izquierda a la hora de cultivar el encargo o de hacer prosperar la fama", el creador form¨® parte de la Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi y su obra mereci¨® comentarios de Joan Sacs, Josep Maria de Sucre y Sebasti¨¤ Gasch. ?ste dedic¨®, en 1932, un reportaje a los dibujos de Granyer que sali¨® publicado las p¨¢ginas de La Publicitat. En ¨¦l calificaba a sus animales de "seres h¨ªbridos que tienen todo el aire turbador e inquietante, dulcificado por un humanismo picante, de los fen¨®menos de barraca de feria".
La girafa y El vedell, que en un principio llevaban por t¨ªtulo Coqueta y Meditaci¨®, son testimonio de la trayectoria de Granyer en la memoria colectiva, cuando menos en la de los barceloneses. Fueron instaladas en 1972, la primera en la confluencia con la avenida Diagonal y la segunda lindando con la Gran Via, y financiadas por suscripci¨®n popular. Era el tiempo en que Jos¨¦ Mar¨ªa de Porcioles conduc¨ªa el Ayuntamiento y circulaba la idea de convertir la Rambla de Catalunya en un bulevar. Vecinos y comerciantes se opusieron y plantearon al consistorio convertir la v¨ªa en un museo al aire libre que ten¨ªa que incluir 10 de los animales humanizados de Granyer.
Finalmente, la realidad pecuniaria de la Asociaci¨®n de Amigos de la Rambla de Catalunya redujo el envite a dos obras, cosa que no impidi¨® que se desatara una formidable pol¨¦mica ciudadana en forma de art¨ªculos de opini¨®n y cartas al director en los diarios. A algunos las obras les parecieron "un puntapi¨¦ a la ya maltratada sensibilidad del ciudadano", otros las alababan por "embellecer el espacio", calific¨¢ndolas de "simp¨¢ticas". Detractores y defensores han acabado conviviendo con ellas y, andado el tiempo, las esculturas han pasado a formar parte del paisaje, tanto que algunos ya ni las ven.
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