La cola virtual
Desde hace un par de d¨ªas, los madrile?os pueden presentar por ordenador sus denuncias ante la polic¨ªa. Entrando en Internet y dirigi¨¦ndose a una determinada direcci¨®n electr¨®nica, uno se encuentra con la Oficina Virtual de Denuncias. All¨ª aparece una serie de campos que el denunciante rellena, explicando los da?os que ha sufrido o los objetos que le han sido robados. Dichos datos se transmiten a un centro de proceso de la Direcci¨®n General de la Polic¨ªa y el denunciante dispone de tres d¨ªas para acudir a la comisar¨ªa que haya seleccionado y firmar su denuncia sin guardar cola.Lo que demuestra que la cola es un asunto controvertido. Que la cuesti¨®n de guardar o no la cola ha suscitado debates, enfrentamientos y malentendidos desde nuestra m¨¢s tierna infancia, cuando si nos sal¨ªamos de la cola en el colegio pod¨ªamos ser rega?ados e incluso castigados. Aun cuando la cola no es obligatoria, hay que reconocer su incomodidad y su exasperante lentitud. Adem¨¢s de que la cola es sagrada, porque si te la saltas significa que te has colado. Y eso no est¨¢ bien.
La decisi¨®n de haber implantado una comisar¨ªa virtual me hubiera resultado muy ¨²til hace cosa de un mes, cuando fui asaltada en la calle por primera vez en mi vida. Me hallaba yo un domingo a mediod¨ªa disfrutando del sol invernal en la plaza del Rey con mi perro Carlos Toledano. Est¨¢bamos solos, yo embebida en la lectura de las p¨¢ginas de sucesos del peri¨®dico (que cada vez son m¨¢s amplias e incluyen las secciones de Internacional, Nacional y Suplemento Cultural) mientras Carlos se ocupaba del contenido de algunas papeleras. De pronto sent¨ª un lev¨ªsimo roce en el muslo y me di cuenta de que alguien se llevaba mi bolso, que yo hab¨ªa dejado a mi lado en el banco. Me levant¨¦ e intent¨¦ persuadir al joven magreb¨ª que se lo llevaba de que pod¨ªamos llegar a un buen acuerdo para ambos, a saber: ¨¦l se llevaba la pasta y yo me quedaba con mis gafas de ver y con el estuche de los cosm¨¦ticos, que valen otra y supuse in¨²tiles para ¨¦l.
El joven magreb¨ª intent¨® a su vez persuadirme, en forma de bolsazo, de que aquella soluci¨®n no le parec¨ªa suficientemente ecu¨¢nime, momento en que yo ca¨ª al suelo y me puse a gritar para persuadir, asimismo, a unos conciudadanos de g¨¦nero masculino y fuerte complexi¨®n f¨ªsica que observaban la escena y que deduzco, por su pasiva reacci¨®n, consideraron parte del programa del Festival de Oto?o, una virtual performance callejera.
Una amable pareja de polic¨ªas me invit¨® despu¨¦s a dar en su coche una peque?a batida al barrio por si pod¨ªa reconocer al insobornable que se hab¨ªa llevado mi bolso completo. Fue un paseo muy virtual, una verdadera experiencia comprobar lo que la polic¨ªa incluye en su lista de elementos sospechosos. Porque yo les hab¨ªa repetido al detalle cuanto recordaba del aspecto f¨ªsico y de la vestimenta del agresor (¨¢rabe, peque?o, con ch¨¢ndal azul marino y blanco), pero los polic¨ªas insist¨ªan en se?alarme a muchos otros cuya delincuencia virtual yo me apresuraba a desmentir: chavales con gorrito de lana, negros fornidos, deportistas habituales y paseantes con pinta de dominguera soledad. Nunca sospech¨¦ que me iba a sentir tan culpable de haber sido asaltada.
Fracasada nuestra ronda de reconocimiento, me condujeron hasta la comisar¨ªa de la calle de Leganitos, donde me informaron de que si quer¨ªa presentar la denuncia tendr¨ªa que esperar bastante, pues al ser domingo hab¨ªa una gran cola de denunciantes. Tambi¨¦n podr¨ªa presentarla al d¨ªa siguiente, decisi¨®n que tom¨¦ porque unos amigos me hab¨ªan invitado a comer y no me gustan las colas a no ser que est¨¦ yo sola. Y hasta hoy. No volv¨ª.
As¨ª que lo de la Oficina Virtual de Denuncias me parece de lo m¨¢s pr¨¢ctico. Puede que la iniciativa policial constituya el principio del fin de los contenciosos por culpa de las colas: que si no hay derecho, que si se aguante usted, que si se ha colado. Que toda cola de m¨¢s de uno tienda a desaparecer si no es por gusto, por respetable placer. Que empiece a tomar cuerpo la figura de la cola virtual, que uno puede guardar en cualquier sitio. Y, parad¨®jicamente, quiz¨¢ deje entonces de ser tan virtual todo objeto que la cola tiende a penetrar.
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