"Mi padre tem¨ªa la influencia de sus mujeres"
Cuenta Aitana Alberti que en 1990 recibi¨® una llamada de la Diputaci¨®n de C¨¢diz para ofrecerle la direcci¨®n de la fundaci¨®n de su padre, Rafael Alberti. "Me pareci¨® una maravilla. Mi padre ten¨ªa que viajar a Cuba, y ped¨ª que formalizaran la oferta por escrito para que pudiera ense?¨¢rsela... Con la carta en mi poder, habl¨¦ con ¨¦l. Estaba muy ocupado dando recitales, recibiendo homenajes, y un d¨ªa plante¨¦ el tema en el ¨²nico rato de intimidad que pudimos tener. Me dijo que le parec¨ªa bien que yo dirigiera la Fundaci¨®n Rafael Alberti, que no me preocupara. Fue algo fugaz, pero lo dijo. Y as¨ª qued¨® la cosa... Pero, al parecer, Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo ten¨ªa otra idea al respecto, quer¨ªa ser la directora de la Fundaci¨®n y no acogi¨® la idea tan bien como mi padre"Cuando le preguntamos a Aitana, que esper¨® a tener la oferta por escrito para hablar con su padre era porque no estaba segura de su reacci¨®n, respondi¨®: "Es mejor tener las cosas negro sobre blanco. Y ellos ya se hab¨ªan casado... Al mes me comunicaron que mi padre hab¨ªa escrito una carta en la que dec¨ªa que Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo era la persona que estaba facultada para tal y tal... ?l era el presidente de la Fundaci¨®n -me ven¨ªan a decir- y ten¨ªa derecho a decidir lo que quisiera. Luego, Mar¨ªa Asunci¨®n me escribi¨® diciendo que nos ocup¨¢ramos, yo y mi marido, de un departamento de publicaciones que ten¨ªa intenci¨®n de crear. Eso no me interesaba".
Poco despu¨¦s, Alberti desautoriz¨® la fundaci¨®n que llevaba su nombre. Exigi¨® que le fueran devueltos los bienes que procedentes de Roma hab¨ªan llegado a C¨¢diz, y la Fundaci¨®n se instal¨® en la casa donde el poeta naci¨®, en El Puerto de Santa Mar¨ªa. Su mujer se hizo cargo de todo.
Estos hechos son los preliminares del largo conflicto surgido entre las herederas del poeta. Parecer¨ªa que en esas fechas, con un Alberti en teor¨ªa al final de su vida, las herederas tomaban posiciones; la se?ora Alberti y Aitana, la hija, que hoy tiene 58 a?os.
EL PA?S habl¨® con ella la v¨ªspera de su regreso a Cuba, tras el entierro de su padre. A¨²n no se hab¨ªa difundido el testamento. No quer¨ªa aventurarse sobre su contenido, pero hab¨ªa dejado el asunto en manos de abogados. Insisti¨® en un tema; nunca se hab¨ªa hecho la declaraci¨®n de herederos de su madre, Mar¨ªa Teresa Le¨®n, la mujer de Alberti, cuyos bienes, en r¨¦gimen de gananciales, pertenecer¨ªan a Aitana y a un hijo de un anterior matrimonio de Le¨®n. Mar¨ªa Teresa muri¨® en 1988, lo cual supone que la mitad de la mayor¨ªa de la herencia hoy en litigio le pertenec¨ªan a ella. Y por tanto a sus herederos.
Aitana hablaba de todo esto con una especie de desgana, producto seguramente del cansancio de los ¨²ltimos d¨ªas. Acababa de enterrar a su padre. Nadie esper¨® a que su avi¨®n aterrizara para que pudiera ver el cad¨¢ver antes de la incineraci¨®n. Recuerda la impresi¨®n que le produjo coger la urna entre sus manos y pensar que su padre entero estaba en aquel recipiente tan peque?o. Pero ya s¨®lo deseaba volver a su casa. Para ella, Madrid es una ciudad agobiante. La Habana, en cambio, dice, le va a su ritmo vital. Lo cierto es que resulta f¨¢cil imaginarla sentada en un porche del tr¨®pico, abanic¨¢ndose. Dejando pasar el tiempo.
Con Aitana acudi¨® a la cita Teresa S¨¢nchez Alberti, la sobrina del poeta. Fue quien lo cuid¨® mientras se recuperaba del accidente de coche de 1977, tras el cual ya nunca volvi¨® a ser el mismo. Cuando Alberti se cas¨® con Mar¨ªa Asunci¨®n Mateo, Teresa se enter¨® por la prensa. Lo llam¨® para anunciar que se acercar¨ªa a felicitarles. Alberti le contest¨®: "No vengas, no quiero verte". "Mi t¨ªo, que era una persona muy generosa, a veces reaccionaba de forma agresiva, como todos los t¨ªmidos. Si ten¨ªa que decirte algo que no era agradable, te lo soltaba de cualquier manera, a lo bestia".
La prima Teresa est¨¢ pendiente de Aitana. Le da ideas, le ayuda a responder. Parece acostumbrada a realizar esa labor. Ella fue quien mantuvo la uni¨®n entre Alberti y su hija cuando hubo problemas entre ambos. Contin¨²a la conversaci¨®n con Aitana.
P. Durante a?os, las relaciones entre su padre y usted fueron malas. Todo comenz¨® a ra¨ªz de la historia amorosa de Alberti con Beatriz Amposta.
R. Para m¨ª, eso fue dram¨¢tico. Ve¨ªa a mi madre que se deterioraba poco a poco. El Alzheimer no fue muy r¨¢pido en su caso, y aunque empezaba a estar mal, en algunos momentos ten¨ªa conciencia de que en la casa hab¨ªa otra persona. Carec¨ªa de fuerza para luchar, pero me hizo notar que se daba cuenta de todo. Yo consegu¨ª que fuera a Roma, para cuidarla, una chica de Granada.
P. ?Usted estaba all¨ª?
R. No pod¨ªa. Mi vida iba por otro camino. Era muy dif¨ªcil.
P. ?Cu¨¢ndo se reconcili¨® con su padre?
R. Por encima de las cosas peores que suceden entre padres e hijos, pasa el tiempo; por encima de las que parecen m¨¢s dram¨¢ticas. Y cuando ya lo ¨²nico que queda es el lazo de uni¨®n, entonces todo se perdona. Fue tremendo lo que pas¨® entre nosotros, pero nos reconciliamos a comienzo de los ochenta. Me fui a vivir a Canad¨¢, y cuando volv¨ª, m¨¢s o menos se arregl¨®. Tengo una foto de entonces, con mi padre y Altea, mi hija, a la que ¨¦l le regal¨® una bicicleta.
"S¨ª", contin¨²a Aitana. "Todo eso enrareci¨® el ambiente. Algunos hicieron que nuestros problemas se conocieran p¨²blicamente, en vez de que todo quedara en el ¨¢mbito familiar. Yo reconozco que soy una persona influenciable, igual que mi padre".
P. ?Quiere decir que Alberti se dejaba influir demasiado por las mujeres que vivieron con ¨¦l?
R. Mi padre incluso tem¨ªa la influencia que pod¨ªan ejercer sus mujeres sobre ¨¦l. Era d¨¦bil, y enfrentarse a una situaci¨®n desagradable le agobiaba, no sab¨ªa c¨®mo resolverla. Prefer¨ªa que el tiempo arreglara las cosas, dejarse llevar. Eso me ha pasado a m¨ª tambi¨¦n. A veces he actuado de una forma determinada s¨®lo porque no me atrev¨ªa a decir no.
P. Usted, como su padre, ha tenido varias parejas estables.
R. S¨ª. He tenido cinco parejas. Pero estables y largas, de ocho y nueve a?os.
P. ?Eso le permiti¨® comprender mejor a su padre, que tuviera otras mujeres?
R. Pues s¨ª. Sobre todo porque con el paso del tiempo he admitido que en las relaciones amorosas hay un paralelismo entre la conducta de mi padre y la m¨ªa.
P. En su opini¨®n, Alberti no se atrevi¨® a enfrentarse con Mar¨ªa Asunci¨®n, por ejemplo, cuando decidi¨® quitarle la direcci¨®n de la fundaci¨®n?
R. Saca t¨² las conclusiones...
P. Y en general, cuando era joven, ?c¨®mo fue la relaci¨®n con su padre?
R. Fant¨¢stica. He estado muy unida a ¨¦l.
P. Pero de una manera muy tel¨²rica, porque se ve¨ªan poco.
R. Eso fue a partir de los a?os setenta, cuando me fui a Canad¨¢. He estado en varios lugares. Nac¨ª en Argentina, y en 1963 nos fuimos a Italia. Luego, en los setenta, me vine a Espa?a. Pero iba cuatro veces al a?o a Roma. Cuando era ni?a, mi padre era maravilloso. Me prestaba mucha atenci¨®n. Yo ten¨ªa unos amigos que jugaban al rugby, y ¨¦l se ven¨ªa conmigo a los partidos. Mi madre, en cambio, era la que nos daba seguridad, tanto a ¨¦l como a m¨ª. Nosotros dos ¨¦ramos poco pr¨¢cticos, distra¨ªdos, imaginativos. Mi madre era el fiel de la balanza. Ella nos manten¨ªa, nos cuidaba. Con su amor hac¨ªa que nuestra vida fuera lo mejor posible. En Argentina, nuestra situaci¨®n econ¨®mica era muy mala, y ella trabajaba donde fuera para mantener la casa. No sabes la cantidad de cosas que hizo para sostener el hogar. Mi padre hac¨ªa otras cosas, pero ella ten¨ªa trabajos. ?l nunca tuvo un sentido del dinero. Yo nac¨ª un a?o despu¨¦s de que llegaran a Buenos Aires, en el 40.
P. ?Fue una hija deseada?
R. S¨ª. Mi padre me cont¨® que no quer¨ªan tener hijos durante la guerra civil, por eso nac¨ª en Argentina. Llevaban diez a?os juntos y mi madre ten¨ªa cuarenta. Hab¨ªa llegado la paz, atr¨¢s quedaba el horror de la guerra, esa vida pendiente de un hilo. A mi madre le hab¨ªan dicho que no pod¨ªa tener m¨¢s hijos, pero llegu¨¦ yo. En las Memorias de la melancol¨ªa habla de la maravilla que fue quedarse embarazada. Me recibieron como un s¨ªmbolo de la paz. Mi padre, en unos poemas que me dedica en el libro Pleamar, me llama la hija de los desastres. Lo cierto es que nac¨ª despu¨¦s del desastre, aunque luego hubo otra clase de desastres, m¨¢s ¨ªntimos... Mi madre siempre dijo que la ¨¦poca de la guerra fue la m¨¢s feliz de su vida. Se refer¨ªa a la relaci¨®n entre los dos.
P. ?Qu¨¦ influencia ha tenido en su vida ser hija de un poeta como Alberti?
R. No s¨¦ si influy¨® el hecho de ser la hija de un gran poeta, o ser hija de un hombre con una personalidad como la suya. ?l hubiera sido grandioso en cualquier actividad. Cualquier cosa la hubiera hecho con el mismo esplendor.
P. Se lo dec¨ªa porque creo que ha escrito algunos poemas.
R. El hecho de que fuera poeta me influy¨® negativamente. Empec¨¦ muy pronto a escribir, entre los doce y los catorce a?os. En un cumplea?os, mis padres me regalaron un librito con mis poemas, que edit¨® Losada. Entonces yo no ten¨ªa conciencia clara de qui¨¦n era mi padre, de lo que supon¨ªa Rafael Alberti. Cuando me di cuenta, me dio terror. Escrib¨ªa mucho, pero todo lo romp¨ªa. La imagen de mi padre me detuvo. Es una tonter¨ªa, porque uno debe ser quien es, pero lo cierto es que muchas veces los hijos de personas con mucha fuerza sufren en el mismo sentido que yo sufr¨ª. Para colmo, tambi¨¦n mi madre ten¨ªa una personalidad fuerte. S¨®lo con los a?os, es decir, ahora, me he atrevido a publicar. Se ha editado un librito m¨ªo en Cuba: Y de nuevo nacer. El t¨ªtulo lo indica todo; porque haber sido capaz de superar el miedo a publicar ha sido como un renacimiento.
P. ?Le animaban sus padres a escribir?
R. Mi padre me dec¨ªa ?pero por qu¨¦ no escribes? A?os m¨¢s tarde dec¨ªa: Aitana escrib¨ªa tan bien...
P. Sus padres, ?qu¨¦ clase de educaci¨®n le dieron?
R. Me dejaron una libertad total. Pod¨ªan tener una opini¨®n, pero me dejaban decidir por m¨ª misma. Y eso, f¨ªjate, hubo un momento en que yo incluso se lo he reprochado. En ocasiones hubiera deseado que ellos me hubieran advertido de ciertos peligros. Tambi¨¦n es verdad que una persona no puede vivir de la experiencia ajena, sino equivoc¨¢ndose una y otra vez.
P. El gran amor de la vida de Alberti ?fue Mar¨ªa Teresa Le¨®n?
R. Lo creo firmemente. Mi padre fue un gran creador y una gran persona, con todos sus defectos y sus cosas, que las tuvo... Mi madre no fue s¨®lo una gran escritora, sino una gran mujer. No eran expresivos delante de la gente, en cuanto a manifestar su cari?o, pero no era dif¨ªcil, al menos para m¨ª, darse cuenta de los chispazos de amor que surg¨ªan entre ellos. Y eso que cuando yo nac¨ª llevaban diez a?os juntos.
Aitana asiente. "Es cierto. Ahora veo que tengo muchas cosas dentro que puedo hacer, al margen de quienes hayan sido mis padres. Soy un caso de maduraci¨®n tard¨ªa. Quiz¨¢ a los dem¨¢s les ocurre todo esto a una edad mucho m¨¢s temprana... Pero yo s¨®lo hace tres o cuatro a?os not¨¦ que hab¨ªa llegado el momento de desprenderme de los fantasmas que me ten¨ªan presa la personalidad".
"S¨ª, porque me sent¨ªa obligada, ten¨ªa un compromiso. Eso me sirvi¨® para salir de mi cueva", dice Aitana.
P. ?Sus padres eran conscientes del problema que usted viv¨ªa?
R. Nunca hablaba de eso con ellos. Mi madre ten¨ªa un car¨¢cter fuerte. Era una mujer de entereza, con poder de decisi¨®n e ideas muy firmes; para ella las cosas eran s¨®lo de un modo, y no de otro. Y no se equivocaba. Al comienzo de su enfermedad, ese rasgo de su car¨¢cter se hizo m¨¢s marcado, pero no nos dimos cuenta de lo que anunciaba. Poco despu¨¦s se produjeron los primeros s¨ªntomas..
Aitana: "S¨ª, a los 23 a?os. Necesitaba ser yo; algo m¨¢s que el reflejo de los dos".
P. Pero el camino que elige para independizarse no es el del trabajo, sino el del amor.
R. Es as¨ª. Antepuse el amor a muchas cosas. Lo que me daba seguridad era la proximidad de otra persona que me quisiera. As¨ª me sent¨ªa fuerte. Y sin embargo, lo que hac¨ªa era rest¨¢rmela para otras cosas. Quiz¨¢ mis parejas no supieron ayudarme, potenciar todo lo que ten¨ªa dentro. Quiz¨¢ lo intentaron y no result¨®.
P. Parece que buscaba un hombre que hiciera de pigmali¨®n con usted.
R. No s¨¦... Creo que lo que uno llega a ser, lo tiene que lograr solo. Quiz¨¢ lo que necesitaba era tener alguien a mi lado que me hubiera comprendido y ayudado. Los hombres que estuvieron conmigo me limitaban.
P. ?Buscaba hombres mucho mayores que usted, buscaba a su padre en ellos?
R. Es muy f¨¢cil decirlo, muy t¨®pico, pero es cierto que para amar siempre busqu¨¦ a hombres mayores. Ahora s¨¦ que fue un grave error.
P. ?Se enamor¨® de un poeta alguna vez?
R Curiosamente, eso no sucedi¨® hasta ahora. Ahora vivo con un poeta cubano, que es a lo que Teresa se refiere, y como ella dice, en ese sentido tambi¨¦n han cambiado las cosas; por primera vez es un hombre m¨¢s joven que yo. Cuando no tengo edad para cambiar tantas cosas, resulta que estoy haciendo todo lo que deb¨ª haber hecho de joven. Tengo la sensaci¨®n de estar floreciendo. Pero creo que no soy la ¨²nica mujer que a los 50 a?os revive y descubre dentro de s¨ª cierto potencial que ignoraba.
P. ?Por qu¨¦ fue a vivir a Cuba?
R. Influida por Nicol¨¢s Guill¨¦n. Yo viv¨ªa en Canad¨¢, con el padre de mis hijos, y ese pa¨ªs me agobiaba. Mientras estuve all¨ª no hice nada, s¨®lo criaba a mis hijas. Canad¨¢ no era mi sitio, el clima era horroroso. Nicol¨¢s Guill¨¦n me dijo: "Tienes que venir al tr¨®pico". A?adi¨® que ¨¦l me ayudar¨ªa, y me decid¨ª. Cuba es para m¨ª... No s¨¦, yo segu¨ª toda la lucha en Sierra Maestra, el triunfo de la revoluci¨®n.
P. Aitana, ?qu¨¦ ha hecho usted en la vida, de qu¨¦ ha vivido?
R. Estudi¨¦ antropolog¨ªa en Buenos Aires, y luego me hice traductora, aunque no me dediqu¨¦ a ello. Trabaj¨¦ en la FAO durante un tiempo y despu¨¦s me ocup¨¦ de la edici¨®n de los poemas de mi padre en la editorial Aguilar. He realizado antolog¨ªas y trabajos editoriales. En 1996 organic¨¦ una exposici¨®n sobre Rafel Alberti, con la ayuda del Centro Espa?ol de La Habana y el Instituto de Cooperaci¨®n Iberoamericana. Con ella he visitado muchos pa¨ªses: Argentina, Paraguay, Chile, Panam¨¢, Costa Rica, etc¨¦tera. En 1999, la exposici¨®n se vio en Estados Unidos, en el Instituto Cervantes y en la Universidad de Connecticut. Est¨¢ formada por muchas cosas que me regal¨® mi padre, que me pertenecen. Toda la obra que forma esa exposici¨®n es de mi propiedad. La he reunido a trav¨¦s de los a?os.
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