LA CASA POR LA VENTANA Las armas de la cr¨ªtica JULIO A. M??EZ
Estoy de acuerdo con el cineasta Joseph Leo Mankiewicz cuando dec¨ªa que los cr¨ªticos son tan esenciales para la obra de arte como las hormigas en un almuerzo campestre. A condici¨®n de que se defina qu¨¦ es eso de una obra de arte y de que se comparta la creencia de que el artista de fuste no es ya que mirar¨¢ al cr¨ªtico por encima del hombro sino que lo ignorar¨¢ sin malicia a sabiendas de que s¨®lo el creador de la obra est¨¢ en condiciones de aquilatar con precisi¨®n el alcance de su val¨ªa. Tengo para m¨ª que s¨®lo el artista mediocre o el que se sabe empantanado en la impostura espera el elogio del cr¨ªtico al que despreciar¨¢ si no satisface sus expectativas, y s¨®lo el creador frustrado, por numerosa que sea la cantidad de su producci¨®n, se comporta de manera m¨¢s est¨²pida que el m¨¢s tonto de sus cr¨ªticos.No hay duda de que el m¨¢s capullo de todos los cr¨ªticos especializados (no todos lo est¨¢n: basta con hojear la prensa para saberlo) es el de teatro, porque es el ¨²nico, quiz¨¢s junto con los de m¨²sica en directo, que tiene la jeta de juzgar un espect¨¢culo dotado de tal plasticidad que no puede sino ofrecer versiones distintas con cada representaci¨®n. Pero tambi¨¦n porque se atreve a considerar de inmediato los resultados de un arte que tiene en el vivo y el directo su condici¨®n misma de posibilidad. Nada que ver con el cr¨ªtico de literatura, que adem¨¢s tiene la suerte la mayor¨ªa de las veces de no conocer en persona a los autores de su predilecci¨®n o a los que detesta, y que goza tambi¨¦n del privilegio de decir tonter¨ªas sobre los cl¨¢sicos sin tener que esperar a cambio una pataleta del difunto. El cr¨ªtico literario, en el entorno confortable de su estudio, puede releer las p¨¢ginas sobre las que se dispone a escribir antes de dictar su prescindible veredicto, incluso anotar sobre la marcha las ocurrencias que considere oportunas para vertebrar su f¨²til comentario. M¨¢s envidiable resulta la posici¨®n del cr¨ªtico de cine, no s¨®lo porque parece improbable que Robert de Niro o Jodie Foster se caguen en tu puta madre en plena plaza del Ayuntamiento -lo que, con todo, es una ventaja nada desde?able- o bien que te impidan el acceso a la sala de representaci¨®n -lo que resulta siempre rid¨ªculo en cualquier artista- sino tambi¨¦n porque, al tener que considerar una banda de im¨¢genes y sonidos que se mantiene en lo b¨¢sico id¨¦ntica a s¨ª misma en no importa qu¨¦ sala de proyecci¨®n, el margen de error parece m¨¢s reducido. Nada dir¨¦ sobre el cr¨ªtico de arte por excelencia, el de las artes pl¨¢sticas. Nadie osar¨¢ levantar la voz contra Picasso, y como tienen la suerte de no considerar para nada las burdas imitaciones, se ahorran el riesgo de dudar de las bondades de Shakespeare a la hora de criticar un montaje de Conejero, que es lo que har¨ªa un espectador silvestre que -como le sucede al cr¨ªtico- lo ignorase todo sobre el autor ingl¨¦s.
En alg¨²n lugar de los artefactos culturales deber¨ªa extenderse un certificado que acredite a los directores de escena, y tambi¨¦n a bastantes actores, que est¨¢n en condiciones de v¨¦rselas con Moli¨¨re o con Brecht, lo mismo que a un cirujano se le exige la licenciatura para ejercer su milenaria profesi¨®n, a fin de impedir de manera concluyente esa variante del entusiasmo analfabeto en la puesta en escena que lleva a miles de espectadores a no abrigar sino sentimientos de desd¨¦n -cuando no de odio- hacia lo m¨¢s granado de la literatura dram¨¢tica universal, con grave merma de las facultades intelectivas que de tanto provecho ser¨ªan para comprender el presente ante el milenio que se avecina. Se dir¨¢ que tampoco los cr¨ªticos son moco de pavo, y es cierto, sobre todo a la luz de algunas de las cosas que se escriben haci¨¦ndose pasar por cr¨ªticas. Pero creo que atonta menos al personal una cr¨ªtica est¨²pida (ya hemos quedado en que no hay ninguna inteligente) que un espect¨¢culo bobalic¨®n, aunque s¨®lo sea porque en este ¨²ltimo intervienen much¨ªsimas voluntades art¨ªsticas que se supone conjuntadas, mientras que el error o la ceguera o la enemiga de la cr¨ªtica obedecen a la paja mental de un infeliz que no tiene mejor cosa que hacer. Podr¨ªa intentarse un pacto entre caballeros seg¨²n el cual la cr¨ªtica desaparece si cierto n¨²mero de artistas esc¨¦nicos tienen a bien no abrumarnos con sus creaciones. Ellos nunca sabr¨¢n cu¨¢nto sufre el pobre y -por lo com¨²n- malnacido cr¨ªtico que prefiere mirar las escayolas del proscenio a ser testigo del animoso desastre (en vivo y en directo: insisto en ello porque esa pegajosa circunstancia es b¨¢sica en el asunto) que se desarrolla en ese momento ante su mirada at¨®nita.
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