Kohl, investigado
LA APERTURA por la fiscal¨ªa de Bonn de un sumario contra Helmut Kohl por presunta malversaci¨®n de fondos p¨²blicos representa un nuevo golpe contra la ya empa?ada reputaci¨®n del primer canciller de una Alemania unida despu¨¦s de Hitler. La investigaci¨®n judicial contra Kohl, un a?o despu¨¦s de que fuera derrotado en las urnas tras un reinado indiscutible de 16 a?os en la pol¨ªtica germana, es independiente de la que lleva adelante el Parlamento federal y se sigue de la reciente admisi¨®n por el ex mandatario alem¨¢n de que recibi¨® entre 1993 y 1998, y mantuvo secretas, donaciones para su partido, la Uni¨®n Cristiana Democr¨¢tica (CDU), que ascendieron a unos 170 millones de pesetas. Si resultara culpable podr¨ªa ser condenado, en el peor de los casos, a penas de c¨¢rcel. Kohl, hasta ahora, y pese a la insistencia de los nuevos jefes democristianos, se ha negado a revelar las identidades de los donantes.Kohl, que lament¨® ayer la acci¨®n del fiscal, arguye que ninguna de las decisiones que tom¨® como canciller federal estuvo influenciada por donaciones pol¨ªticas. Pero la argumentaci¨®n no hace al caso. La ley de partidos alemana obliga a declarar las contribuciones superiores a 20.000 marcos (1,7 millones de pesetas) y a conocer el nombre del donante. Al tergiversar su contabilidad oficial, el partido del canciller se benefici¨® il¨ªcitamente de subvenciones p¨²blicas; en un pa¨ªs, adem¨¢s, que goza probablemente del sistema estatal m¨¢s generoso del mundo en la financiaci¨®n de partidos pol¨ªticos. Aceptando dinero furtivo, Helmut Kohl dio v¨ªa libre a un sistema que encierra infinitas posibilidades de corrupci¨®n.
El tema -de d¨®nde obtienen los partidos el dinero para su mantenimiento y campa?as- ha venido a convertirse en uno de los talones de Aquiles de los sistemas democr¨¢ticos avanzados. No ha perdonado a la escrupulosa Alemania (recu¨¦rdese el caso Flick, en el que Kohl tambi¨¦n fue investigado sin consecuencias), pero tampoco al Reino Unido, Francia o Italia. Y, desde luego, no a Espa?a, donde todav¨ªa colean en los tribunales algunos de los casos de ilegalidad m¨¢s notorios.
Descubrir a estas alturas el potencial efecto devastador del dinero engrasando por la puerta falsa la vida pol¨ªtica ser¨ªa una ingenuidad. Y, obviamente, la gravedad de la actuaci¨®n del ex canciller no deriva de la cantidad seg¨²n Kohl recibida por la CDU y admitida como clandestina. Son las implicaciones potenciales del esc¨¢ndalo financiero que planea sobre la cabeza del antiguo jefe de Gobierno las que han disparado los mecanismos de vigilancia y correcci¨®n del Estado democr¨¢tico. El dinero no suele ser en s¨ª mismo el problema; el meollo de la cuesti¨®n es la clandestinidad con que se recibe y maneja. Los fondos ocultos ayudan a los pol¨ªticos a mantenerse en el poder y los ciudadanos tienen perfecto derecho a preguntarse si la pr¨¢ctica de obtener contribuciones de donantes misteriosos no esconde a cambio la obtenci¨®n de determinados favores que no resistir¨ªan la luz del d¨ªa.
Los sistemas democr¨¢ticos tienen sobre los dem¨¢s la ventaja de que albergan en su seno mecanismos de control m¨¢s refinados. En el caso de la financiaci¨®n de los partidos parece evidente que s¨®lo una rigurosa transparencia -acentuada por un electorado vigilante y una prensa libre- ofrece, junto con una limitaci¨®n prudente de lo que se puede gastar en campa?as, las garant¨ªas suficientes. En esta Europa que se reclama alma m¨¢ter de la m¨¢s afinada democracia, los partidos simplemente deben estar obligados, y la CDU lo estaba, a revelar r¨¢pida y claramente de qui¨¦n y cu¨¢nto dinero reciben. Helmut Kohl es una figura hist¨®rica, pero un ciudadano m¨¢s a los ojos de la fiscal¨ªa de Bonn.
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