Quemaduras, etilismo y taponazos
Se tem¨ªa lo peor. Al margen del supuesto efecto 2000, los responsables de la seguridad en todos los pa¨ªses no hab¨ªan necesitado m¨¢s que la l¨®gica para prever desastres. Si cada Nochevieja suele arrastrar una densa resaca de accidentes de tr¨¢fico, reyertas, incendios y suicidios, era razonable esperar que la de 1999 batir¨ªa todas las marcas previas en materia de siniestralidad. El propio jefe de Scotland Yard, Paul Condon, reconoci¨® haber pasado miedo al contemplar la multitud aglomerada en las m¨¢rgenes londinenses del T¨¢mesis.Sin embargo, ocurri¨® muy poco. Mucho menos que otros a?os. La ingesta masiva de alcohol no desemboc¨® en batallas campales. En Par¨ªs, una ciudad habituada al vandalismo, no hubo m¨¢s destrozos que en cualquier fin de semana veraniego. Algunos escaparates, cabinas telef¨®nicas y paradas de autob¨²s: poca cosa.
Lo peor, dentro de un balance globalmente positivo, fueron los efectos de los fuegos artificiales. En la ciudad holandesa de La Haya murieron tres hombres al estallar los petardos que manipulaban, y miles de personas sufrieron heridas m¨¢s o menos graves en todo el mundo. Las quemaduras y las lesiones oftalmol¨®gicas fueron frecuentes. En el hospital oftalmol¨®gico Santa Luc¨ªa, de Buenos Aires, decenas de personas tuvieron que ser atendidas porque un tap¨®n de champ¨¢n les hab¨ªa impactado en un ojo. Las crisis et¨ªlicas constituyeron la otra gran causa de que ulularan las ambulancias.
Conclu¨ªda la fiesta, el a?o 2000 amaneci¨® sobre ciudades desiertas y muy sucias. En Londres hubo que retirar m¨¢s de 150 toneladas de basura, mayormente botellas vac¨ªas. Las botellas de champ¨¢n, por s¨ª solas, pesaban 15.000 kilos.
Las toneladas de basura fueron 300 en las playas de Rio de Janeiro, pero es que all¨ª, adem¨¢s de las botellas, hubo que recoger las velas y las flores con que cientos de miles de brasile?os dieron una bienvenida mistico-recreativa al nuevo a?o.
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