Fujimori quiere m¨¢s
A pocos puede haber sorprendido que Alberto Fujimori haya decidido presentarse a un tercer mandato consecutivo -inconstitucional- a la presidencia de Per¨², en abril del a?o 2000. El presidente peruano, un ferviente aut¨®crata, ha declarado repetidamente que le fascina el poder que ejerce desde hace casi una d¨¦cada -"estoy inventando un pa¨ªs", dice- y que no se ve fuera de sus circuitos. El argumento esgrimido es que su primer periodo en la jefatura del Estado no cuenta.Seg¨²n los diputados oficialistas, las presidenciales de 1990 no deben ser tenidas en consideraci¨®n, porque se celebraron conforme a la Constituci¨®n de 1979, liquidada tras el autogolpe de Fujimori en abril de 1992. Per¨² no es Argentina, y lo que Menem no pudo conseguir, porque el sistema se lo impidi¨®, s¨ª que lo har¨¢ Fujimori, que gobierna el pa¨ªs andino como su finca particular. Tres magistrados del tribunal de garant¨ªas constitucionales que no compart¨ªan el argumento del Congreso para autorizar una nueva candidatura fueron destituidos. El tribunal electoral ha sido convertido en un organismo d¨®cil.
Fujimori sabe, adem¨¢s, que tiene muchas probabilidades de ser reelegido, seg¨²n confirman los sondeos de opini¨®n. Durante su primer mandato, el presidente peruano, tan autoritario pol¨ªticamente como libremercadista en lo econ¨®mico, consigui¨® poner en orden las grandes cuentas de su pa¨ªs y asestar un golpe mortal a la guerrilla. En el que acaba, Per¨² ha perdido el fuelle econ¨®mico, pero al menos ha zanjado su hist¨®rico (y ruinoso) contencioso fronterizo con Ecuador. Prepar¨¢ndose para el tercero, el presidente recurre a las mejores tretas preelectorales para congraciarse con los ciudadanos de un pa¨ªs donde menos de un 40% tiene un trabajo digno de tal nombre. Los sueldos de los funcionarios han subido un 16%; hay una explosi¨®n de obras p¨²blicas; se anuncian pr¨¦stamos baratos para los campesinos, y un cargamento de tractores y maquinaria agr¨ªcola por valor de 40.000 millones de pesetas viaja desde Jap¨®n para ser repartido entre los ayuntamientos de medio pa¨ªs. Al fin y al cabo, la primera receta del populismo, tan caro a muchos dictadores que mantienen fachadas democr¨¢ticas, es que todo vale a cambio de un voto.
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