La Espa?a de Paco Ib¨¢?ez
Hace unos d¨ªas le regal¨¦ a una ni?a un disco con las canciones que Paco Ib¨¢?ez hizo de poemas de autores espa?oles en castellano, barrocos y contempor¨¢neos. Esas sentidas interpretaciones le ayudar¨¢n a descubrir el alma desgarrada de una literatura, pero tambi¨¦n le ense?ar¨¢n una idea de Espa?a que hoy ella no podr¨¢ ver delante.Algunas de esas emocionantes canciones conservan su fuerza, fueron himnos de una Espa?a posible, la que so?¨¢bamos los antifranquistas. La pesadilla de Franco nos uni¨® a los diversos en el sue?o de una esperanza, una sociedad tan distinta de aquella "una, grande y libre" que nos permitiese coexistir a los que ten¨ªamos distintas culturas. Porque lo que m¨¢s uni¨® Espa?a fue efectivamente la experiencia de la Guerra Civil y el fascismo; una uni¨®n infame en el terror y en una cultura nacionalista, medieval y disparatada. Tambi¨¦n nos uni¨® el antifranquismo. Entre las diversas organizaciones antifranquistas hab¨ªa grandes diferencias, est¨¢ claro, pero sobre todo ello se impon¨ªa una unidad emotiva profunda que nos hac¨ªa fraternos. Y no queda rastro de ello.
Curiosamente, el olvido interesado que hicimos del franquismo conllev¨® el del antifranquismo, con todo lo que ten¨ªa de dogmatismos y tambi¨¦n con lo que ten¨ªa de generosidad. La vida cultural, social, pol¨ªtica a un lado y a otro, hoy est¨¢ gobernada por personas que es cierto que no fueron franquistas, con alguna sonada excepci¨®n, pero tampoco hay entre ellas casi nadie que tenga esa necesaria perspectiva hist¨®rica que da el conocer el pasado y sus ilusiones. Los artistas, intelectuales y pol¨ªticos que so?aron y cambiaron la sociedad est¨¢n arrumbados en un segundo plano, y sin ese punto de vista la vida social se basa en la desmemoria y, por lo tanto, en la mediocridad desnortada y en la confusi¨®n desesperante en todos los ¨¢mbitos. Sin la perspectiva de aquella ilusi¨®n es dif¨ªcil entender las frustraciones y la par¨¢lisis de una Espa?a dividida entre la Reforma que dar¨ªa cabida a las nacionalidades, y que se plasm¨® en la Constituci¨®n, y la Contrarreforma, que reaccion¨® inmediatamente para conjurar un cambio efectivo.
El resultado es que las nacionalidades hist¨®ricas, y todos los territorios, tienen una autonom¨ªa que les permite una confortable vida interior, pero en peceras herm¨¦ticas. Los gallegos sabemos que desde hace a?os no podemos o¨ªr nuestras palabras en las cadenas de televisi¨®n estatales, salvo cantadas por una cantante portuguesa o pronunciadas por un futbolista brasile?o. Y el silencio de Catalu?a en Espa?a es clamoroso. ?Se han muerto los cantantes, los poetas, intelectuales catalanes que nos eran familiares hace a?os y hoy hemos perdido de vista? En la pr¨¢ctica es como si Espa?a le hubiese cortado el acceso a Catalu?a a la cultura espa?ola y los catalanes viviesen de espaldas, mirando hacia Europa. No es razonable. No puede ser que un ni?o de Huelva, Lugo, Soria, Madrid, no haya o¨ªdo nunca hablar catal¨¢n, por ejemplo. Un modelo de sociedad espa?ola sobre ese presupuesto es una barbaridad.
Y nadie que apague la radio y se siente a pensar puede creer que m¨¢s de la mitad de los vascos est¨¦n locos o sean asesinos, estamos presos de la visi¨®n de una parte en ese conflicto endemoniado y necesitamos entender a esos vascos para poder comprenderlos. Porque los problemas, por muy desesperantes que sean, no se resuelven solos.
Las realidades con continuidad hist¨®rica no suelen desaparecer de repente y la Espa?a actual, la que han estado modelando los dos grandes partidos estatales en los ¨²ltimos veinte a?os y todo el mundo cultural creado, s¨®lo incluye dentro de s¨ª al Pa¨ªs Vasco y Catalu?a como dos cuerpos extra?os con los que se ve obligada a negociar y acomodar dentro. Pero la ¨²nica v¨ªa c¨ªvica, democr¨¢tica, es la que se basa en una idea nacional aceptada, hegem¨®nica, que convenza e integre desde abajo. Toda sociedad estable necesita un argumento de s¨ª misma, un discurso nacional, pero ¨¦sa no puede ser en este caso una cultura homegeneizadora que hace de la diversidad una anomal¨ªa, no cabemos todos en la estampa de toreros, chirigotas y castizos que Espa?a sigue exportando y los medios de comunicaci¨®n ilustran. El ¨²nico nacionalismo posible para Espa?a es uno c¨ªvico, que olvide absolutamente el destino sagrado "en lo universal", y que integre dentro la diversidad de otros nacionalismos.
Algunos que amamos a Lorca, aquel coraz¨®n hermoso que escribi¨® tambi¨¦n versos gallegos, hoy es impensable, a Machado, a Cervantes, queremos volver a o¨ªr los versos de Aresti, de Espriu, las canciones de Raimon, Llu¨ªs Llach... Me parecen bien los cambios constitucionales, los que hagan falta, pero el problema es otro mucho m¨¢s triste. No hay lazo jur¨ªdico ni l¨ªmite institucional que una a los que no se quieren. O se cambian las actitudes o no hay soluci¨®n a los problemas, sin cari?o no hay familia que dure desde que existe el divorcio.
Podemos y debemos hacer balance de casi veinticinco a?os de la muerte del dictador, y creo que hay que recuperar lo esencial, una inocente curiosidad mutua y una uni¨®n en el respeto a todos, sabiendo que somos diversos. Lo que todos queremos es que se nos reconozca y se nos quiera, ni m¨¢s ni menos. Andar ese camino de acercamiento y afectos. Y a galopar, hasta enterrarnos en el mar.
Suso del Toro es escritor.
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