Dinero negro
Hace tan s¨®lo tres meses, la CDU era un partido en imparable ascenso, que ganaba una elecci¨®n tras otra, apenas un a?o despu¨¦s de haber sido desalojado de la canciller¨ªa. Hoy est¨¢ por debajo del 30% en intenci¨®n de voto, su peor balance desde la posguerra. En medio s¨®lo ha habido un esc¨¢ndalo de financiaci¨®n ilegal. Muchos tratan casi como un delincuente a Helmut Kohl, uno de los grandes estadistas de la segunda mitad del siglo XX. Salvadas todas las distancias, el socialista italiano Bettino Craxi mor¨ªa el jueves en T¨²nez, pr¨®fugo de la justicia de su pa¨ªs y sin que en todos estos a?os reconociera haber cometido ning¨²n delito. Siempre consider¨® que su persecuci¨®n judicial ten¨ªa origen en irregularidades -de financiaci¨®n- comunes a todos los partidos. Kohl y Craxi son dos ejemplos tr¨¢gicos, en alg¨²n sentido incluso v¨ªctimas, de un estado de cosas que la clase pol¨ªtica y la opini¨®n p¨²blica contemplan con acusada hipocres¨ªa. Que en Alemania fuera el presidente de los cristianodem¨®cratas el encargado de establecer las tramas ilegales y en Espa?a lo hagan dirigentes intermedios no cambia el hecho de que casi todos los partidos, hist¨®ricos o reci¨¦n creados, nacionalistas o de ¨¢mbito estatal, violan la ley de financiaci¨®n y se han convertido en f¨¢bricas de dinero negro.El presidente del Congreso de los Diputados, Federico Trillo, acaba de decirlo con una franqueza tan loable como inusual en el gremio de la pol¨ªtica profesional: la financiaci¨®n con dinero negro es un hecho generalizado. Y ha abogado por una reforma, en la estela de lo que sucede en Estados Unidos, que otorgue a la financiaci¨®n la transparencia necesaria y no penalice fiscalmente a quienes desean apoyar econ¨®micamente un partido. Lo malo no es que una empresa subvencione a un partido porque considera que ¨¦ste puede servir mejor a sus intereses; los electores siempre pueden sacar conclusiones de ello y modificar o confirmar su voto. Lo malo es que este apoyo econ¨®mico se haga violando la ley y en un ambiente de clandestinidad que invita a las presiones y a los cohechos, adem¨¢s de hundir a los partidos en unas actividades il¨ªcitas que los hipotecan en su actividad leg¨ªtima.
En Espa?a llevamos dos legislaturas esperando cambios en una ley de financiaci¨®n de partidos que todos los grupos consideran mala. Pese a los compromisos electorales de unos y otros, de socialistas y populares, nada han hecho en esta legislatura, aparte de mantener reuniones y formar comit¨¦s. Ninguno de los dos grandes partidos ha cedido un mil¨ªmetro para sacar adelante un texto consensuado y realista que garantice su transparencia financiera. Est¨¢n en deuda con los ciudadanos, hartos ya de noticias sobre cuentas en el extranjero, maletas llenas de dinero que cambian de manos en un caf¨¦, comisiones de obras, recalificaciones o favores en met¨¢lico. ?ste es un c¨¢ncer del sistema de partidos y, por tanto, de la democracia. La hace extorsionable.
Es de esperar que la pr¨®xima legislatura -y despu¨¦s de las lecciones hist¨®ricas que ya se deber¨ªan haber aprendido aqu¨ª y que ahora llegan amplificadas desde toda Europa- sea de una vez por todas la de las cuentas claras de los partidos pol¨ªticos en Espa?a. La del cumplimiento de una promesa inadmisiblemente diferida. Que nuestros legisladores perciban inequ¨ªvocamente la carga de profundidad que para un sistema democr¨¢tico supone mantener esta absurda discrepancia entre la ley y la pr¨¢ctica generalizada de los partidos. ?stos no conseguir¨¢n la credibilidad y el respeto que reclaman de los ciudadanos mientras sus cuentas no sean tan di¨¢fanas como sus propios organigramas. La transparencia es una condici¨®n para dignificar la vida pol¨ªtica. Deber¨ªan tenerlo en cuenta ahora que se disponen a pedir el voto. No por gastar m¨¢s se gana el favor de los ciudadanos.
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