Los purificadores
Hace veinte o treinta a?os si hab¨ªa un hecho hist¨®rico que el mundo entero reconoc¨ªa a rajatabla era el Holocausto, el exterminio de seis millones de jud¨ªos por el r¨¦gimen nazi y sus vasallos. Una mayor¨ªa lo condenaba con horror, y, sin duda, una minor¨ªa de racistas fan¨¢ticos lo celebraba en secreto. Pero nadie, con sentido com¨²n, se hubiera atrevido a negar que la Shoa ocurri¨®, pues las pruebas y testimonios del incalificable genocidio eran abrumadores. En plazo tan breve, las cosas han cambiado. Y, en una demostraci¨®n m¨¢s de los poderes de la ficci¨®n, y su capacidad para contaminar de fantas¨ªa y mentira todos los aspectos de la vida -incluida la Historia-, el Holocausto ha pasado a ser una verdad controvertida, a la que una corriente intelectual y pol¨ªtica que recluta sus adeptos no s¨®lo en los m¨¢rgenes extremistas sino, tambi¨¦n, en sectores respetables y prestigiosos de la inteligentzia, pone en tela de juicio y rebate, como una fabricaci¨®n ideol¨®gica.Ha puesto el tema de actualidad el juicio, entablado en Londres, por el historiador brit¨¢nico David Irving contra la norteamericana Deborah Lipstadt, que, en su libro Denying the Holocaust: the Growing Assault on Truth and Memory ("Negando el Holocausto: el ataque creciente contra la verdad y la memoria") acusa a Irving de antisemitismo y de "haber aplaudido el internamiento de los jud¨ªos en campos de concentraci¨®n". El historiador dice que estas acusaciones son falsas, equivalen a un linchamiento profesional, y exige reparaciones. En verdad, Irving, especialista en temas alemanes y autor de varios libros sobre el Tercer Reich, es mucho m¨¢s sutil y peligroso que un antisemita expl¨ªcito: es un anti-anti nazi, que es la manera m¨¢s inteligente de seguir promoviendo, en los tiempos modernos, el odio y la guerra contra los jud¨ªos.
En sus libros y conferencias no niega que murieran algunos millones de jud¨ªos durante la guerra mundial; niega que Hitler hubiera firmado un solo documento ordenando el genocidio, e, incluso, ofrece por el Internet mil d¨®lares a quien pruebe que est¨¢ errado. Niega tambi¨¦n que existieran c¨¢maras de gas, las que, a su juicio, podr¨ªan haber sido construidas por los polacos, despu¨¦s de la guerra, para atraer turistas. Los campos de exterminio nazi, como Auschwitz, eran simples campos de trabajo donde, durante la contienda, claro est¨¢, "muri¨® mucha gente". El Holocausto ser¨ªa una leyenda, fabricada de pies a cabeza por los lobbies jud¨ªos, y por razones pol¨ªticas, entre ellas la defensa de los intereses de Israel.
Tesis similares a las del historiador brit¨¢nico han circulado tambi¨¦n por Francia, a trav¨¦s de varias plumas. Una de ellas, la del historiador Robert Faurisson, que, en una tesis doctoral, pretendi¨® demostrar la inexistencia de las c¨¢maras de gas. Su libro dio origen a una sonora pol¨¦mica, y termin¨® en un proceso en el que Faurisson fue condenado a una multa de cien mil francos por violar la ley francesa "contra el racismo y la negaci¨®n de los cr¨ªmenes contra la humanidad" aprobada en 1972. Pero el m¨¢s famoso de los "negacionistas" -o anti-anti nazi- franc¨¦s es el veterano Roger Garaudy, antiguo ide¨®logo del Partido Comunista, convertido primero al cristianismo y ahora al islamismo, cuyo libro, Los mitos fundadores de la pol¨ªtica israel¨ª, tambi¨¦n condenado por los tribunales franceses y alemanes por negar el Holocausto, se ha convertido en una especie de Biblia contempor¨¢nea del nov¨ªsimo anti-semitismo, el que se enmascara detr¨¢s de ropajes menos impresentables: anti-sionismo, nacionalismo, cristianismo, anti-comunismo.
En el ¨²ltimo n¨²mero de Les Temps Modernes aparecen tres ensayos escalofriantes sobre la ofensiva intelectual que, en dos pa¨ªses de la Europa Central -Hungr¨ªa y Ruman¨ªa-, cuna del m¨¢s rancio y virulento antisemitismo, llevan a cabo los anti-anti nazis, multiplicando las iniciativas para purificar la historia reciente de sus pa¨ªses de toda responsabilidad en la Shoa, y, al mismo tiempo, para reivindicar, limpiada, la imagen de gobiernos, l¨ªderes y partidos pol¨ªticos que colaboraron con Hitler y contribuyeron de manera decisiva con las deportaciones y matanzas de jud¨ªos. El profesor George Voieu, de la Universidad de Bucarest, revela, por ejemplo, la influencia que el libro de Roger Garaudy ejerce entre los intelectuales nacionalistas rumanos, que lo citan con respeto, como una fuente valiosa de consulta, y una baza en su campa?a a favor de la rehabilitaci¨®n hist¨®rica del mariscal Ion Antonescu, el dictador aliado de Hitler y diligente proveedor de los campos de exterminio nazis con jud¨ªos rumanos, que fue ejecutado en 1946 por cr¨ªmenes de guerra. No s¨®lo el mariscal es objeto de estos empe?os; tambi¨¦n un partido fascista y antisemita, la Guardia de Hierro (asimismo conocida como La Legi¨®n del Arc¨¢ngel Miguel), creada en 1927 por Corneliu Zelea Codreanu, y que ayud¨® a Antonesco a tomar el poder en 1940, reaparece en el debate hist¨®rico revisionista, con el rostro mejorado, como una fuerza pol¨ªtica que, pese a sus errores, defendi¨® la religi¨®n y la identidad rumana cuando se hallaban en peligro de extinci¨®n.
Por su parte, en la misma revista, Randolph L. Braham, pasa revista a los esfuerzos intelectuales que tienen lugar en Hungr¨ªa para exonerar al gobierno de Horty, otro leal aliado de Hitler durante el conflicto mundial, de los 600.000 jud¨ªos h¨²ngaros asesinados en los campos de concentraci¨®n con la entusiasta colaboraci¨®n de las autoridades magiares. Tambi¨¦n en ese caso, la llave maestra de la operaci¨®n es el chantaje nacionalista. Los `purificadores? hist¨®ricos silencian los intentos de reabrir el debate sobre la responsabilidad de la sociedad y las autoridades de Hungr¨ªa en el exterminio de esa comunidad, acusando a quienes lo intentan de "traidores" que calumnian al pueblo h¨²ngaro present¨¢ndolo como fascista.
Los purificadores no han ganado la batalla, desde luego, y es dudoso que la ganen. Pero, poco a poco, han ido consiguiendo que una realidad hist¨®rica reciente, incontrovertible y atroz, la aniquilaci¨®n de seis millones de jud¨ªos, vaya movi¨¦ndose del dominio de la historia, que se supone objetivo y cient¨ªfico, al sinuoso e inestable de la pol¨ªtica, que subjetiviza los hechos y los disuelve con facilidad en escurridizas sombras chinescas. Es un gran ¨¦xito de los anti-anti nazis que mucha gente erice sus antenas cr¨ªticas cuando se habla de la Shoa, porque te- me que este tema encubra una defensa cerrada, acr¨ªtica, del Estado de Israel, temor que es un puro disparate, claro est¨¢. Tambi¨¦n lo es suponer que los horrores del Gulag comunista anulan los del Holocausto nazi. Las ideolog¨ªas que inspiraron ambos cr¨ªmenes contra la humanidad eran distintas, pero la vertiginosa crueldad y la descomunal estupidez reflejada en esas matanzas no se pueden juzgar ni condenar comparativamente, porque no existi¨® entre ellas la menor relaci¨®n de causa a efecto, como tratan de probar los purificadores nazis (o los comunistas deseosos de atenuar los extremos del Gulag agitando el espectro de las c¨¢maras de gas). Hitler no extermin¨® a los jud¨ªos para defenderse de la URSS, sino porque los consideraba una raza inferior y vil; y los asesinatos de Stalin no ten¨ªan como objetivo defender al socialismo contra la amenaza nazi, sino acallar las cr¨ªticas y blindar su poder absoluto. El Gulag y Auschwitz s¨®lo pueden relacionarse como dos manifestaciones de los excesos monstruosos a que puede llegar el fanatismo cuando se alza con el control totalitario de una sociedad.
Sin embargo, en los tres ensayos de Les Temps Modernes se advierte que, junto con los argumentos chovinistas y nacionalistas, los purificadores se valen con mucha frecuencia del Gulag como una explicaci¨®n, un atenuante, y hasta un eximente, del Shoa. ?ste es, m¨¢s o menos, el aberrante razonamiento. Los horrores de los campos de concentraci¨®n nazis hay que enmarcarlos dentro del contexto de una lucha contra el comunismo, una fuerza creciente que amenazaba extenderse por toda Europa y esclavizarla. Muchos dirigentes, agitadores y responsables comunistas, tanto en la URSS como en Europa Central y, por supuesto, en Alemania, eran jud¨ªos. Esto explica que la lucha contra el comunismo, por la defensa de la soberan¨ªa nacional, la religi¨®n cristiana y la cultura propia se ti?era a veces de lamentables ribetes antisemitas. Y los espantosos cr¨ªmenes que se comet¨ªan, en nombre del marxismo y la sociedad sin clases en la URSS de Stalin, explican -aunque no los justifiquen- los extremos exagerados a que lleg¨® el Tercer Reich.
Este razonamiento es aberrante, ante todo, porque es falso. El exterminio de los jud¨ªos no fue decidido por razones pol¨ªticas sino racistas, es decir, con prescindencia total de lo que ocurr¨ªa con la URSS, un r¨¦gimen con el que Hitler no tuvo empacho, incluso, en aliarse por un tiempo. Y, por lo dem¨¢s, la verdadera magnitud de los cr¨ªmenes de los campos de concentraci¨®n sovi¨¦ticos no fue conocida sino despu¨¦s de la segunda guerra, entre otra razones, porque, como relata Solzjenitzin en el Archipi¨¦lago del Gulag, las peores matanzas en aquellos centros de exterminio estalinianos tuvieron lugar no antes sino despu¨¦s de la derrota del nazismo. Pero, aun si no hubiera sido as¨ª, aun si, como sostienen los purificadores, el Holocausto hubiera sido una "reacci¨®n desproporcionada" a las violencias cometidas por Stalin, ?en qu¨¦ forma disminuir¨ªa o entibiar¨ªa este hecho la apocal¨ªptica crueldad de aquel crimen colectivo cometido contra seis millones de personas, buen n¨²mero de las cuales eran ni?os y ancianos, por el mero hecho de pertenecer a una colectividad cultural y ¨¦tnica distinta?
El Holocausto es uno de esos hechos que nos dejan anonadados, que parecen, por su salvajismo y enormidad, fuera del alcance de la raz¨®n humana. Y, sin embargo, no es cierto. Fue, m¨¢s bien, el resultado de unas ideas y convicciones perfectamente claras, a las que el poder absoluto y el fanatismo permitieron llevar a la pr¨¢ctica. La sociedad alemana tuvo la responsabilidad mayor, por haber aceptado a Hitler y al nazismo, que nunca ocultaron sus prop¨®sitos racistas, pero el antisemitismo no fue, ni es, una enfermedad alemana, sino una plaga much¨ªsimo m¨¢s extendida, y con ra¨ªces, todav¨ªa no extirpadas, en sociedades tan cultas y democr¨¢ticas como la francesa o la sueca, seg¨²n han venido a recordarlo incidentes muy cercanos. Para entender la Shoa es imprescindible investigar a fondo el origen y la expansi¨®n de aquel virus antiqu¨ªsimo, y sus constantes metamorfosis, as¨ª como la responsabilidad de cada sociedad y cada pueblo con lo sucedido en Auschwitz. Pero no est¨¢ ocurriendo, y, por eso, la operaci¨®n purificadora de los Irving, Faurisson, Garaudy y muchos otros, contin¨²a, impert¨¦rrita, su tarea de convertir la historia en ficci¨®n y de alcanzar una cierta legitimidad en nombre de la defensa de la soberan¨ªa cultural. As¨ª, por ejemplo, un prestigioso intelectual h¨²ngaro, Sandor Cso?ri (citado por Randolph L. Braham) acus¨®, no hace mucho, a "la comunidad liberal jud¨ªa h¨²ngara de querer `asimilar? a los magiares a su manera de ser y de pensar".
? Mario Vargas Llosa, 2000. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 2000.
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