Bienestar y desigualdad JORDI S?NCHEZ
Hace poco m¨¢s de cien a?os algunos gobiernos europeos decidieron tomar cartas en el asunto de la pobreza y emprendieron un trabajo que ten¨ªa como misi¨®n principal reducir en lo posible aquellas situaciones que abandonaban al individuo a su suerte en las fluctuaciones del mercado aunque ¨¦stas llegaran a despojarle incluso de la propia dignidad como ser humano. No se trataba, ni mucho menos, de acabar con las desigualdades sociales (no hay que olvidar que en buena medida eran gobiernos conservadores y democratacristianos los que iniciaron estas actuaciones), sino que simplemente se trataba de crear unas condiciones, reconocidas en la legislaci¨®n, que proporcionaran a los individuos un m¨ªnimo de seguridad socioecon¨®mica en caso de enfermedad, siniestralidad laboral, desempleo o jubilaci¨®n. ?sos son los or¨ªgenes sobre los cuales se edific¨® la seguridad social y que con el paso de los a?os fue consolid¨¢ndose y tambi¨¦n ampli¨¢ndose en el reconocimiento de nuevos derechos sociales para la ciudadan¨ªa hasta llegar a los actuales sistemas de bienestar. El estado de bienestar, fuertemente cuestionado a inicios de los ochenta por los potentes discursos neoliberales, se construy¨® sobre el respeto a la econom¨ªa de mercado. Es decir, sin ninguna pretensi¨®n de invertir las reglas de mercado, sino simplemente con la idea de paliar situaciones de necesidad y proveer una asistencia sanitaria m¨ªnima para toda la ciudadan¨ªa. El objetivo de los sistemas p¨²blicos de bienestar nunca fue el de acabar con las desigualdades sociales existentes ya que eso hubiera requerido una intervenci¨®n p¨²blica en la econom¨ªa que hubiera hecho a?icos las leyes de funcionamiento del capitalismo. Es pues evidente que nuestras sociedades est¨¢n construidas sobre la aceptaci¨®n t¨¢cita de la existencia de las desigualdades sociales. Otra cuesti¨®n es que a nadie le guste reconocer esta premisa sobre la cual descansa nuestro sistema pol¨ªtico, social y econ¨®mico. Incluso la mayor¨ªa de los pol¨ªticos que gusten de hacer discursos que intentan maquillar esa premisa sin que despu¨¦s en sus decisiones de gobierno act¨²en en coherencia para reducir esas diferencias. Y sin duda, nada indica lamentablemente que en el futuro esas premisas sean cambiadas.La sociedad catalana, y tambi¨¦n la sociedad espa?ola, ha vivido en las ¨²ltimas d¨¦cadas una mejora sustancial de sus niveles de vida. Hoy, nadie lo duda, se vive mejor que hace 20 a?os, pero esa imagen de prosperidad en el bienestar colectivo no deber¨ªa escondernos las im¨¢genes de pobreza que en nuestro pa¨ªs existen. Demasiadas veces nos dejamos llevar por esa euforia que nace de puros instrumentos estad¨ªsticos que reparten la riqueza del pa¨ªs entre individuos, olvidando que la realidad no es como esas estad¨ªsticas dicen que es sino m¨¢s bien lo contrario. La riqueza en realidad no se distribuye proporcionalmente y a partes iguales entre la ciudadan¨ªa, e incluso algunos estudios nos dicen que en los periodos de crecimiento econ¨®mico las diferencias sociales fruto del reparto desigual se incrementan. As¨ª pues no deber¨ªamos dejarnos seducir por una riqueza que s¨®lo es igualitaria en su proyecci¨®n virtual. Algunos estudios de publicaci¨®n reciente nos ponen sobre aviso de que durante los primeros a?os de la d¨¦cada de los noventa, las diferencias entre los que m¨¢s ten¨ªan en la sociedad catalana y los que menos ten¨ªan se hab¨ªa incrementado notablemente. As¨ª los indicadores de pobreza relativa y pobreza extrema crecieron significativamente en la primera mitad de la d¨¦cada de los noventa. Los datos m¨¢s fiables nos indican que la pobreza relativa -aquella que viene definida por unos ingresos por debajo del 50% de la media de los ingresos de la poblaci¨®n- se increment¨® del 12% al 17%, mientras que la pobreza extrema -definida seg¨²n la OCDE como aquella que se produce al disponer de unos ingresos inferiores al 30% de la renta media de la poblaci¨®n- tambi¨¦n creci¨® de un 1,6% a inicios de los 90 hasta un 4,4% a mediados de la d¨¦cada. Sin duda la fuerte crisis econ¨®mica de esos a?os debe considerarse como una parte muy importante de la explicaci¨®n de ese incremento. La pregunta hoy es hasta qu¨¦ punto esos datos habr¨¢n variado, ya que si bien es cierto que la crisis econ¨®mica y el desempleo se han reducido enormemente, tambi¨¦n es cierto que la precariedad laboral, sobre la cual la creaci¨®n de empleo se ha basado, puede incidir muy negativamente en la mejora de esos porcentajes de pobreza extrema y relativa.
Otros estudios tambi¨¦n de reciente publicaci¨®n contenidos en el Informe per la Catalunya del 2000, promovido por la Fundaci¨®n Jaume Bofill, ponen el acento en la permanencia de esas desigualdades sociales que muchas veces a nuestros gobernantes les gusta no reconocer y en c¨®mo hasta qu¨¦ punto por ejemplo hoy la probabilidad de morir por determinadas enfermedades sigue siendo mucho mayor en unos sectores (clases sociales) de la poblaci¨®n que en otros. ?Son estos datos unos indicadores de que nuestro sistema de salud ha fracasado? En parte s¨ª, ya que no consigue ofrecer los mismos resultados para toda la poblaci¨®n. Pero m¨¢s que ante un fracaso de un sistema sanitario concreto, donde nos encontramos es ante un fracaso como sociedad. Cerramos el siglo sin haber superado las desigualdades y, lo que es mucho peor, sin disponer de proyectos pol¨ªticos que persigan como objetivo prioritario reducir al m¨¢ximo estas desigualdades. Nuestro pa¨ªs, con poco m¨¢s de 6.000.000 de habitantes, deber¨ªa aspirar a disponer de una sociedad mucho m¨¢s igualitaria. Para ello har¨¢n falta nuevas pol¨ªticas que tengan como prioridad una acci¨®n mucho m¨¢s redistributiva hacia los m¨¢s necesitados. Es posible que para ello algunas pol¨ªticas universales deban sacrificarse a favor de la focalizaci¨®n en segmentos concretos de la poblaci¨®n. El ¨²nico l¨ªmite es que esa focalizaci¨®n no las convierta en las "pol¨ªticas para pobres" del siglo XXI. El reto no es f¨¢cil, pero probablemente merece la pena intentarlo.
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