Miami no es lo que parece
?De qui¨¦n es el ni?o Eli¨¢n Gonz¨¢lez? ?De Cuba o de Miami?En esos t¨¦rminos se ha planteado el debate por la custodia de un menor nacido en Cuba, de seis a?os de edad, cuya madre, sin el consentimiento del padre, corri¨® la aventura de salir en una lancha desde la costa norte de Cuba con destino a La Florida. Ella pereci¨® en la irresponsable escapada y el ni?o salv¨® la vida gracias a la suerte, o, como dir¨ªa el Papa, por un mandato divino.
?A qui¨¦n pertenece el ni?o? La respuesta est¨¢ bien clara para toda persona sensata cuyo entendimiento no est¨¦ cegado por la ambici¨®n de protagonismo ego¨ªsta o el c¨¢lculo pol¨ªtico. El ni?o Eli¨¢n Gonz¨¢lez a quien pertenece, muerta su madre, es a su padre. Y punto. As¨ª lo determina la justicia universal y la conciencia humana. As¨ª tambi¨¦n lo ha determinado el Servicio de Inmigraci¨®n de Estados Unidos.
El hecho de que el padre del ni?o sea cubano y que viva en Cuba no cambia el derecho a tener a su hijo junto a ¨¦l. En Miami, una ciudad controlada pol¨ªticamente por una estructura de poder de cubanos ultraderechistas -una especie de cartel (*)-, es donde ¨²nicamente es posible invertir los t¨¦rminos de la l¨®gica m¨¢s elemental para proclamar ol¨ªmpicamente que el ni?o Eli¨¢n Gonz¨¢lez no debe volver a su patria con su padre porque un t¨ªo abuelo lo quiere a su lado para hacerlo, dice ¨¦l, m¨¢s feliz. Claro est¨¢. Detr¨¢s de todo este debate por la custodia de esa criatura inocente est¨¢n los intereses de aquellos cubanos extremistas que creyeron ver en el ni?o n¨¢ufrago una nueva oportunidad para hacer valer sus intereses. Intereses con dos designios.
El primero. En cuanto a Cuba se refiere, era la manera de buscar de nuevo la oportunidad de provocar un conflicto entre Estados Unidos y Cuba. Es la estrategia del "s¨ªndrome del Maine". De paso, era la mejor forma de recuperar por la derecha de Miami el protagonismo que hab¨ªa perdido ante la oposici¨®n interna, la llamada disidencia, cuyo mejor momento fue en la Cumbre de La Habana, cuando un buen n¨²mero de jefes de Estado les dieron reconocimiento. ?Raz¨®n? La cara de ¨¦stos era, con mucho, m¨¢s presentable que una c¨®moda oposici¨®n extremista orquestada desde las playas de La Florida.
?Qui¨¦n liquid¨® la disidencia? No fue el Gobierno de Cuba. Fue el "cartel de Miami", que no quiere competencia. El resultado fue que el Gobierno norteamericano se ha quedado sin cartas frente a Castro. Washington hab¨ªa apostado a los disidentes, pero Miami se los barri¨® del escenario. Lo que pretende el "cartel de Miami" es doblegar a la Casa Blanca y, si no lo logra, humillarla, hasta el punto de que el Partido Republicano gane m¨¢s tantos en el enclave cubano-americano con vistas a las elecciones presidenciales que ya est¨¢n a la vista.
Mientras tanto, en Cuba, pa¨ªs de once millones de habitantes, Fidel Castro logra consolidar la unidad nacional en defensa de los derechos de un padre a recuperar a su hijo. ?Qui¨¦nes, dentro de la isla, est¨¢n en favor de que el ni?o se quede en Miami? Muy pocos. Y fuera de Cuba, ?qui¨¦nes dicen que Eli¨¢n no debe volver a su casa? Tambi¨¦n muy pocos. S¨®lo el "cartel de Miami". No pod¨ªa ser de otra forma. Los millones de cubanos de la isla, en manifestaciones populares sin precedentes -s¨®lo comparables a las multitudes del triunfo de la revoluci¨®n en 1959-, han dicho al mundo cu¨¢l es la voluntad del pueblo cubano.
El otro designio del "cartel de Miami" es dom¨¦stico. De pol¨ªtica norteamericana. Es decir, se trata de una operaci¨®n encaminada a ense?arles a los otros residentes del sur de La Florida, ya sean norteamericanos blancos o negros, as¨ª como a las otras comunidades de distintos or¨ªgenes, colombianos, haitianos, dominicanos, argentinos o espa?oles, que Miami est¨¢ bajo su control. Bajo el control total, tanto de la pol¨ªtica como de los medios de comunicaci¨®n, todos alineados bajo la direcci¨®n del "cartel" cubano-americano.
Sin embargo, Miami no es lo que parece. Por debajo de esa imagen fabricada por los "carteleros" existe una conciencia general de la cual tambi¨¦n forman parte un buen n¨²mero de personas de origen cubano que, independientemente de su posici¨®n con respecto al Gobierno de Cuba, est¨¢n por la justicia, la raz¨®n y el sentido com¨²n. La prueba m¨¢s elocuente de que el extremismo no es popular se vio bien clara cuando se organizaron las protestas en las calles exigiendo al Gobierno de Estados Unidos que no retornase el ni?o a Cuba.
Hicieron mucho ruido, pero pocas nueces. No pasaron de un par de miles los manifestantes. Del casi mill¨®n de cubanos de Miami, s¨®lo unos pocos respondieron al llamado del "cartel". Contaban con todos los medios de comunicaci¨®n, radio, televisi¨®n, prensa escrita, y, sin embargo, no tuvieron respaldo popular.
Tal fue el fracaso que no han vuelto a las calles a protestar. Ahora s¨®lo les queda un ¨²ltimo recurso. ?Hacer al ni?o ciudadano estadounidense! ?En qu¨¦ quedamos? ?Ahora van a envolver a Eli¨¢n en la bandera de las barras y las estrellas? ?Y d¨®nde se deja a la bandera de la estrella solitaria? Para muchos cubanos que vivimos en Miami, nuestra bandera cubana est¨¢ en la isla, y all¨ª se queda, donde est¨¢ el padre de Eli¨¢n. Porque en otro lugar no puede ser. Si somos cubanos de verdad.
Max Lesnik es periodista cubano residente en Miami.
* Utilizo el t¨¦rmino cartel tal como lo expresa el diccionario castellano, como asociaci¨®n de empresas que se unen para evitar la competencia y controlar el mercado.
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