La polarizaci¨®n mexicana
A pesar de los sustos que puedan generar zafarranchos en la Universidad Nacional, nuevos brotes de violencia en el sureste mexicano o en los Estados de Guerrero u Oaxaca, o de los persistentes incrementos de las tasas de inter¨¦s en Estados Unidos, hoy d¨ªa el favorito para triunfar en las elecciones presidenciales del pr¨®ximo 2 de julio en M¨¦xico sigue siendo el candidato del PRI, Francisco Labastida Ochoa. La reunificaci¨®n del partido gobernante bajo la conducci¨®n del presidente Ernesto Zedillo, la ausencia de grandes desencantos o disensos internos ante la candidatura de Labastida, el ¨¦xito de la primaria pri¨ªsta celebrada el pasado 7 de noviembre, la estabilidad econ¨®mica y la fortaleza de la divisa mexicana, y, ante todo, la divisi¨®n de las fuerzas opositoras, son factores todos ellos que abonan en esa direcci¨®n. Las encuestas en su conjunto arrojan m¨¢s o menos el mismo resultado: una ventaja suficiente de Labastida, un segundo lugar distante, aunque en plena mejor¨ªa, de Vicente Fox, el candidato del Partido Acci¨®n Nacional, y un tercer lugar, desdibujado y lejano, de Cuauht¨¦moc C¨¢rdenas. Sobre todo revelan que un elevad¨ªsimo porcentaje de mexicanos -cercano al 75%- da por segura la victoria del PRI. M¨¢s a¨²n, la mayor¨ªa de los an¨¢lisis y sondeos basados en la situaci¨®n prevaleciente al d¨ªa de hoy postula un triunfo del partido de Estado no s¨®lo en los comicios presidenciales, sino tambi¨¦n en las elecciones para la jefatura de gobierno del Distrito Federal, as¨ª como para las Cam¨¢ras legislativas federales y de la capital. Lo que en M¨¦xico se suele llamar el "carro completo".Pero como nada es seguro en el amor y la pol¨ªtica, los participantes en la contienda electoral perseveran en sus esfuerzos y buscan afanosamente argucias, astucias e hip¨®tesis de trabajo que les permitan alterar los equilibrios vigentes y su destino en apariencia inexorable. Entre los llamados "escenarios" -anglicismo enfadoso pero eficaz-, destacan dos que en realidad van aparejados y cuya consumaci¨®n constituye, por el momento, el ¨²nico supuesto desprovisto de accidentes, sorpresas o errores garrafales del PRI bajo el cual podr¨ªa modificarse el vaticinio ya citado. Se trata de la polarizaci¨®n extrema de la elecci¨®n entre dos candidatos, a exclusi¨®n de los dem¨¢s, y la transformaci¨®n de la jornada electoral en un refer¨¦ndum sobre la permanencia o clausura del sistema pol¨ªtico mexicano, vigente desde los a?os treinta del siglo pasado.
La polarizaci¨®n es pr¨¢cticamente ya un hecho, y todo indica que lo ser¨¢ cada vez m¨¢s, aunque su confirmaci¨®n depende m¨¢s de la voluntad de los votantes que de los candidatos; el car¨¢cter referendario de la elecci¨®n de julio a¨²n no se confirma, y su emergencia se deber¨¢, en su caso, a la hipot¨¦tica habilidad de los aspirantes presidenciales para lograrlo o impedirlo.
La polarizaci¨®n avanza: los dos principales aspirantes a la primera magistratura mexicana, Labastida y Fox, concentran ya m¨¢s del 80% de las preferencias manifiestas, y el n¨²mero de indecisos encoge cada d¨ªa. En el bando opositor, un porcentaje creciente de los votantes con proclividades antipri¨ªstas se aglutina en torno a una candidatura -por ahora, la de Fox-, condici¨®n indispensable de una victoria opositora en julio. Las encuestas y los ¨¢nimos de los votantes muestran una brecha constante o ligeramente creciente entre los dos contendientes opositores, a favor de Fox y en detrimento de C¨¢rdenas. Desde las fracasadas negociaciones sobre la alianza de oposici¨®n en septiembre del a?o pasado, Fox ha conservado una ventaja de dos y medio o casi tres a uno sobre C¨¢rdenas, que se traduce en 20 a 25 puntos porcentuales. En este lapso, ni Fox ha ca¨ªdo ni C¨¢rdenas ha subido, y, por tanto, la distancia entre ambos se ha mantenido.
Las preferencias electorales para C¨¢rdenas se han reducido a la m¨ªnima expresi¨®n del llamado "voto duro" del PRD -entre 10% y 15% del total-, y Fox ha conservado el 30%-35% del voto con el que contaba al iniciarse la campa?a. Si bien C¨¢rdenas pareci¨® repuntar por algunos instantes a principios de a?o, aparentemente rest¨¢ndole votos a Labastida, todo indica que el conocido fen¨®meno del voto ¨²til ha empezado ya a operar en M¨¦xico.
Quiz¨¢s reteniendo la respiraci¨®n y cerrando los ojos, un n¨²mero cada d¨ªa mayor de electores cardenistas se aprestan a votar por Vicente Fox: no por sus virtudes o propuestas, sino a pesar de las innegables deficiencias que presenta Fox a ojos de dichos votantes. Por una sencilla raz¨®n: es el ¨²nico que puede ganar, por remotas que por ahora se consideren sus probabilidades de triunfo. Esta tendencia podr¨ªa culminar en una o dos salidas conforme se acerque el d¨ªa del sufragio: ya sea que el desvanecimiento del electorado cardenista alcance un grado tal que la presencia del otrora principal dirigente opositor en M¨¦xico simplemente sea insignificante en t¨¦rminos electorales, ya sea que C¨¢rdenas decline expl¨ªcitamente a favor de Fox semanas antes de los comicios, para salvar los muebles del PRD y evitar una verdadera hecatombe para ese partido. Hoy resulta altamente improbable cualquiera de estas eventualidades, y todo apunta hacia una consolidaci¨®n de la candidatura de C¨¢rdenas en 15%-18%, y, por ende, a una elecci¨®n insuficientemente polarizada para impedir el triunfo del PRI. Pero qui¨¦n sabe.
Triunfo tanto m¨¢s seguro si la elecci¨®n es percibida por los mexicanos de la manera en que pretende lograrlo el candidato del PRI y el Gobierno. El razonamiento es sencillo. Parte de una premisa discutible, pero coherente y aceptada por un gran n¨²mero de observadores nacionales y extranjeros: gracias a las reformas pol¨ªticas puestas en pr¨¢ctica en M¨¦xico durante los ¨²ltimos a?os, el pa¨ªs ha logrado construir ya una democracia representativa cabal, que permite concebir esta elecci¨®n en t¨¦rminos perfectamente an¨¢logos a los de cualquier otro pa¨ªs: una competencia abierta y limpia entre candidatos, partidos y programas, donde los ciudadanos escogen entre las opciones disponibles y la contienda se dirime en las urnas en condiciones esencialmente equitativas. Para los partidarios de esta visi¨®n -ilusa e id¨ªlica, en mi opini¨®n-, el voto debe emitirse por el mejor candidato, o a favor del candidato cuyas posturas resultan m¨¢s afines para cada elector, sin mayores aspavientos o contemplaciones. De convencerse una mayor¨ªa de los mexicanos -t¨¢cita o expl¨ªcitamente- de los m¨¦ritos de este enfoque, es probable que salga adelante Labastida, debido a dos factores. El primero es "el aparato", es decir, el conjunto de fuerzas -presidencia de la rep¨²blica, gobernadores, delegados federales de los ministerios de la ciudad de M¨¦xico, empresarios, obispos, jefes de zona militar, l¨ªderes sindicales, medios de comunicaci¨®n locales y nacionales, dirigentes campesinos- que han conformado el sistema pri¨ªsta desde su fundaci¨®n hace 70 a?os. Contra todo ello se antoja pr¨¢cticamente imposible ganar una elecci¨®n "normal", justamente porque no es "normal". El indudable y paulatino desgaste del aparato a lo largo de los a?os no obsta para que siga vivo y actuante, tanto m¨¢s que, como acostumbran confiar los pri¨ªstas inteligen-
tes, s¨®lo se divide y debilita cuando la oposici¨®n se fortalece, y por ahora no es el caso. Contra el aparato, en condiciones carentes de excepcionalidad -colapso financiero, violencia generalizada, esc¨¢ndalos de corrupci¨®n-, resulta dificil vencer.
En segundo lugar, el hecho es que, gracias a su permanencia en el poder, a la disponibilidad de cuadros de la que goza, a la pericia de sus dirigentes, el PRI suele presentar un mejor "caso" que la oposici¨®n. Si la opci¨®n es entre un candidato del PRI con una larga experiencia administrativa, un equipo t¨¦cnico de primera, viejas relaciones con el mundo empresarial, sindical, extranjero y eclesi¨¢stico, y candidatos opositores aislados, carentes de colaboradores y de apoyo, golpeados por los medios de comunicaci¨®n y por los a?os, en muchos casos provistos exclusivamente de una experiencia estatal de gobierno, los votantes tender¨¢n a simpatizar por la honestidad, frescura y decencia de los segundos y a inclinarse electoralmente por el (Pri)mero. No se tratar¨ªa de una proclividad absurda: medido con esa vara, es probable que Francisco Labastida brinde mayores garant¨ªas de ser un buen gobernante que cualquiera de sus rivales viables. En cambio, s¨ª puede surgir una posibilidad de superar la enorme ventaja que representa el aparato si la oposici¨®n logra plantear la elecci¨®n en t¨¦rminos diferentes, derivados de una premisa inicial radicalmente opuesta a la que enunciamos anteriormente. Se trata de una perspectiva diferente; seg¨²n ¨¦sta, M¨¦xico a¨²n no logra liberarse del sistema autoritario que ha padecido durante decenios (y que, por cierto, le rindi¨® servicios valiosos al pa¨ªs en su momento), a pesar de los innegables avances de los ¨²ltimos a?os en materia de limpieza y autonom¨ªa electorales, de los ¨¦xitos de la oposici¨®n en varios Estados y en los comicios legislativos, de la apertura de ciertos medios de comunicaci¨®n, de la mayor aceptaci¨®n de los actuales gobernantes mexicanos de la derrota de su partido, el sistema como tal sigue intacto. De all¨ª que las elecciones presidenciales de 2000 en M¨¦xico a¨²n no posean esa normalidad, esa asimilaci¨®n autom¨¢tica a las de otras naciones que sostienen los adeptos de la tesis optimista expuesta previamente. De all¨ª tambi¨¦n que convenga formular los par¨¢metros de la contienda de una manera distinta, justamente como un refer¨¦ndum sobre el sistema, o como un plebiscito sobre el PRI. En esta ¨®ptica, la oposici¨®n "interpelar¨ªa" a los ciudadanos a prop¨®sito de su preferencia por la continuidad o el cambio, por la perpetuaci¨®n del sistema pol¨ªtico actual o su remplazo por otro, sobre la permanencia del PRI en el poder o su sustituci¨®n por otro partido, grupo, candidato o coalici¨®n. En este planteamiento, la competencia, experiencia, carisma o sofisticaci¨®n de los candidatos individuales cuenta menos que el voto plebiscitario, s¨ª o no, a favor o en contra, por el cambio o por la continuidad.
Una oposici¨®n unida en los hechos gracias a la polarizaci¨®n de los comicios, o reagrupada por un juego de declinaciones mutuas, capaz de imponerle a las elecciones de julio este cariz referendario, de esquivar la tentaci¨®n o la trampa de la normalidad, podr¨ªa, tal vez, remontar las considerables desventajas -tanto autoinfligidas como producto de la fuerza del PRI, de su candidato y de su aparato- que la agobian, y dar la pelea en verano. Existen poderosas razones hist¨®ricas, pol¨ªticas, culturales y de mercadotecnia para pensar que la oposici¨®n puede ganar un plebiscito, pero que no podr¨¢ salir airosa de una elecci¨®n "normal".
Ciertamente existen riesgos. El primero es que los votantes, colocados frente a una disyuntiva tan desgarradora como la que hemos sugerido, se decidan por el mal menor, por el camino m¨¢s conservador, por la seguridad que ofrece la continuidad, y rechacen la aventura de un cambio presentado por el PRI como peligroso, desprovisto de tranquilidad y confianza y dependiente de manos inexpertas o err¨¢ticas.
El segundo peligro estriba en la din¨¢mica del "todo o nada", o del volado "cara o corona". En una elecci¨®n polarizada y plebiscitaria, se puede ganar todo, pero tambi¨¦n perder todo. Tensar las cosas al m¨¢ximo puede llevar a una victoria de la oposici¨®n en la contienda presidencial, en el Distrito Federal y en las cam¨¢ras. Pero puede conducir tambi¨¦n a una derrota en toda la l¨ªnea, sobre todo en un pa¨ªs en el que no existen demasiados antecedentes de voto dividido, donde el sufragante escoge al candidato de un partido para presidente, al de otro partido para alcalde de la capital, al de otro partido como senador y a otro para diputado. Aunque muchos partidarios democr¨¢ticos del PRI -y algunos opositores "realistas" que abrigan m¨²ltiples dudas sobre la candidatura de Fox- ans¨ªan triunfos opositores en la capital del pa¨ªs y en la C¨¢mara de Diputados a pesar o junto con la victoria presidencial de Francisco Labastida, dicho desenlace, sin ser inveros¨ªmil, carece de s¨®lidos fundamentos. Lo m¨¢s probable, en una elecci¨®n como la que hemos descrito, es que si gana el PRI se lleve todo, mientras que si vence el candidato opositor gane mucho, aunque posiblemente el PRI conserve de todas maneras posiciones importantes en las c¨¢maras legislativas.
M¨¦xico es a la vez una naci¨®n profundamente conservadora y que anhela el cambio. Es un pa¨ªs que ha podido dotarse de pr¨¢cticas y procedimientos electorales cada vez m¨¢s transparentes y fieles a la voluntad popular y donde, sin embargo, sobrevive un aparato pol¨ªtico-estatal emanado de uno de los sistemas autoritarios m¨¢s longevos, sofisticados y eficaces del siglo XX. Y es una sociedad atravesada por desigualdades y grietas seculares, que, no obstante su hondura, s¨®lo de tiempo en tiempo generan reacciones pol¨ªticas conmensurables. Para cuadrar todos estos c¨ªrculos se requiere de una complej¨ªsima conjunci¨®n de circunstancias y suerte; en su ausencia, la inercia de la historia y de la costumbre resulta aplastante.
Jorge G. Casta?eda es profesor de Relaciones Internacionales de la UNAM.
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