El muerto que nunca lo fue
Karl Hackett, un t¨¦cnico inform¨¢tico brit¨¢nico de 37 a?os, contemplaba en octubre pasado las im¨¢genes del choque de trenes que cost¨® la vida a 31 personas en la estaci¨®n londinense de Paddington cuando tuvo una idea que cambiar¨ªa su vida. Deseoso de recomponer su existencia, llam¨® a Scotland Yard. "Me llamo Lee Simm", dijo. "Uno de mis inquilinos, Karl Hackett, no ha regresado esta noche a casa y temo que viajara en el vag¨®n H". El plan era en apariencia perfecto. Calcinado con todos sus ocupantes dentro, a¨²n no puede saberse con certeza cu¨¢ntos pasajeros perecieron en el furg¨®n. La polic¨ªa a?adi¨® su apellido a la lista de desaparecidos. No contento con el primer intento, la supuesta v¨ªctima telefone¨® de nuevo a los agentes. Esta vez se hizo pasar por un angustiado hermano.La farsa se mantuvo en pie durante un mes. Su familia hasta le llor¨® en una sentida ceremonia p¨²blica en memoria de los muertos. Luego todo se vino abajo. Descubierto y condenado ahora a dos a?os de prisi¨®n condicional por usurpaci¨®n, Hackett ha visto c¨®mo el pasado del que pretend¨ªa huir era expuesto en p¨²blico. En lugar de un hombre nuevo es ahora el hazmerre¨ªr nacional.
Historias como la de Hackett han sido llevadas al cine en m¨¢s de una ocasi¨®n. En una de las cintas m¨¢s recordadas, Mentira latente, Barbara Stanwyck, embarazada de un novio g¨¢nster del que huye en un tren que descarrila, adopta la identidad de una de las v¨ªctimas, una pasajera reci¨¦n casada que iba a conocer a la familia de su marido. En la ficci¨®n todo acaba bien. Al inform¨¢tico brit¨¢nico la farsa no ha podido salirle peor. Para sorpresa de polic¨ªa y familiares, ¨¦ste era su segundo intento de iniciar una nueva vida.
Porque Karl Hackett s¨®lo exist¨ªa como tal para sus allegados. En 1987 fue condenado a un a?o de c¨¢rcel por abusos deshonestos. Una vez libre, tom¨® el nombre de un amigo fallecido en la infancia y el apellido de una antigua novia y obtuvo un pasaporte legal a nombre de Lee Simm. Poco antes hab¨ªa conseguido ya un carn¨¦ de conducir. Bien vestido y de buenos modales, encontr¨® empleo en el departamento gr¨¢fico de una empresa inform¨¢tica. Su aspecto de ciudadano sin tacha le ayudar¨ªa a convertirse tambi¨¦n en el gerente del complejo inmobiliario londinense donde resid¨ªa.
En apariencia, todo marchaba bien salvo un peque?o detalle. Hackett y su familia estaban re?idos desde mucho antes de la c¨¢rcel. La raz¨®n no era otra que una condena anterior por asalto indecente y los hurtos cometidos cuando era un adolescente. Como no se hablaban, pudo mantener durante 13 a?os la ficci¨®n de su doble identidad. Las pocas veces que Brian, su padre, y Valerie Suckling, su hermana, le vieron en ese periodo volv¨ªa a ser ¨¦l mismo. A su regreso al trabajo, el respetable se?or Simm ocupaba de nuevo su lugar. Cuando los trenes chocaron en Londres, Hackett decidi¨® cederle definitivamente a Simm el protagonismo. El vag¨®n H ser¨ªa la tumba de su verdadero yo. Desaparecido para siempre en una tragedia ferroviaria, podr¨ªa dedicarse de lleno a ser Lee Simm.
Durante un mes crey¨® haberlo conseguido. En Scotland Yard, sin embargo, los agentes pusieron en orden sus notas y tuvieron la sensaci¨®n de que algo no encajaba. Por la suerte de Karl Hackett se hab¨ªa interesado un tal Lee Simm y un supuesto hermano, pero nadie m¨¢s. El d¨ªa del accidente, unas 4.000 personas llamaron a la polic¨ªa buscando a sus allegados. Luego lo har¨ªan muchas m¨¢s. Tras una visita al padre y a la hermana, que tiene un hijo llamado Scott, las cosas segu¨ªan poco claras. Se trataba de una familia con evidentes problemas de relaci¨®n, pero resultaba raro que hubieran aceptado tan bien su muerte. Ni sab¨ªan d¨®nde viv¨ªa o qui¨¦nes eran sus amigos ni parec¨ªan interesados en averiguarlo. El ¨²nico que hab¨ªa expresado cierta desaz¨®n era Simm, as¨ª que decidieron ir a verle.
La primera vez que hablaron con ¨¦l, Hackett se mostr¨® tranquilo, esgrimi¨® su pasaporte y lament¨® la "sensible p¨¦rdida". La segunda ocasi¨®n que llamaron a su puerta las cosas cambiaron. Scott Suckling puls¨® el timbre y a su t¨ªo Karl se le vino el mundo encima. "No nos llevamos bien, es cierto. Pero hacernos creer que hab¨ªa fallecido en un accidente... Menuda angustia hemos pasado", ha dicho su hermana. Para cuando los jueces le impusieron el lunes una condena condicional de dos a?os de c¨¢rcel, que no cumplir¨¢ si no reincide, la prensa nacional se hab¨ªa hecho cumplido eco del mismo pasado del que Hackett ya no podr¨¢ escapar jam¨¢s.
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