Abrazos
JOS? LUIS FERRIS
La ciencia no deja de sorprendernos con avances y conquistas que superan la imaginaci¨®n o nos aproximan al territorio improbable de los sue?os. Los logros de la medicina afectan de modo m¨¢s directo a nuestra sensibilidad y siempre son cabecera de prensa y reclamo informativo. En este terreno se han alcanzado tales niveles que asusta pensar lo que la cirug¨ªa, por ejemplo, ser¨¢ capaz de hacer con la anatom¨ªa humana a lo largo del nuevo siglo. Mary Shelley, ejemplo preclaro de la literatura fant¨¢stica inglesa, cre¨® en el XIX el mito proteico de Frankenstein, s¨ªmbolo del hombre artificial, engendrado en un laboratorio a partir de trozos de cad¨¢veres y animado mediante recursos el¨¦ctricos. El monstruo en cuesti¨®n alcanz¨® verdadera fama en 1931 cuando el ingenio del director brit¨¢nico James Whale decidi¨® adaptarlo al cine con la inolvidable participaci¨®n de Boris Karloff en el papel principal. En ambos momentos, el fen¨®meno del trasplante de ¨®rganos o de miembros era una pura quimera, la consecuencia y el s¨ªntoma de un positivismo joven, el s¨ªmbolo si quieren del tr¨¢nsito de lo m¨ªtico-religioso a lo racional-cient¨ªfico. Hoy la ciencia-ficci¨®n se va transformando en conquista leg¨ªtima y para regocijo de Shelley es posible la clonaci¨®n de seres vivos y el trasplante de coraz¨®n, de ri?¨®n, de h¨ªgado y hasta de extremidades. Basta con que el paciente se preste a recibir y el donante a dejar en su testamento su voluntad de perpetuar una parte de s¨ª mismo cuando la vida lo desprecie. El ¨²ltimo ejemplo de pericia cient¨ªfica se produjo hace unas semanas. Denis Chatelier, un joven pintor que perdi¨® en un accidente pirot¨¦cnico manos y antebrazos, dio un giro a su vida tras someterse al doble trasplante en un hospital de Lyon. El cirujano responsable de la operaci¨®n, el doctor Dubernard, le advirti¨® de las secuelas de la severa medicaci¨®n a que deb¨ªa entregarse el resto de su vida, del deficiente cuadro inmunol¨®gico que se le iba a presentar. Pero Denis ten¨ªa claro, muy claro, que despu¨¦s de un tiempo palpando entre la nada, no hab¨ªa raz¨®n ni argumento suficiente para negarle el derecho y el placer de acariciar, de abrazar, infinitamente el cuerpo que se ama, de sentir entre las manos el p¨¢lpito caliente de la vida.
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