Est¨¢ticos SERGI P?MIES
De todos los objetos que he tenido en mi vida el m¨¢s in¨²til es, sin duda, la bicicleta est¨¢tica. Todo empez¨® hace dos a?os. V¨ªctima de un exceso de peso, de tiempo y de dinero, pas¨¦ por delante de la tienda Decathlon y comet¨ª la imprudencia de entrar. Qu¨¦ maravilla, pens¨¦. Hermosas raquetas de tenis, pelotas de distintas razas y condici¨®n y otros derivados de una de las actividades m¨¢s populares del planeta: el deporte. Acomplejado por mi volumen abdominal, deambul¨¦ por la gran superficie buscando algun ejercicio a la medida de mi esp¨ªritu y de mi cuerpo serrano que me rehabilitara, si no f¨ªsicamente, por lo menos moralmente. Lo confieso: me costaba imaginarme corriendo de madrugada por la calle, esquivando perros asesinos y camiones de la basura. M¨¢s a¨²n levantando pesas, como ese esc¨¦ptico personaje que, mientra se fuma un porro y sue?a con la amiga menor de edad de su hija, interpreta Kevin Spacey en American beauty. Hasta que, de repente, las vi. All¨ª, hermosas e inm¨®viles como caballos de estatua ecuestre sin jinete, se expon¨ªan varias bicicletas est¨¢ticas. Modern¨ªsimos artefactos met¨¢licos dise?ados por mentes que piensan en todo. Me hice la peor pregunta que un humano puede hacerse en esta vida: ?porqu¨¦ no? Y pagu¨¦ religiosamente el importe de mi nueva montura (aviso: en la actualidad los precios de estos potros de tortura oscilan entre las 29.995 pesetas del modelo m¨¢s simple hasta las 99.000 del m¨¢s completo, que incluye, adem¨¢s de un dise?o ergom¨¦trico con frenada magn¨¦tica, un cardiofrecuenc¨ªmetro conectado -te cagas- a un cintur¨®n).A la ma?ana siguiente, me trajeron la bicicleta a casa. Pesaba como un muerto y consegu¨ª situarla en un rinc¨®n privilegiado de mi despacho. Enseguida decid¨ª estrenarla y recorr¨ª, durante cuatro minutos exactos, tres kil¨®metros que me dejaron hecho polvo. Seg¨²n el cruel contador con el que sus fabricantes dotan a este invento, hab¨ªa quemado 32 calor¨ªas de los cuatro millones que me sobraban. Fue un duro golpe. El coraz¨®n me sal¨ªa por la boca. Not¨¦ que, de un momento a otro, me iba a morir. Me acost¨¦ pensando en las sabias palabras de Arturo Hotz, que en su libro Apprentissage psychomoteur (Editions Vigot, 1985) habla de "l'obscure sensation musculaire", y en las de Giovanni Cianti, que en su Manual tutor del fitness (Editorial Tutor, 1998) deja claro que "en el gimnasio, las bicicletas est¨¢ticas se han convertido ya en aut¨¦nticos cicloerg¨®metros, que adem¨¢s de dosificar la resistencia, monitorizan las pulsaciones cardiacas". Estaba claro: no pod¨ªa darme por vencido.
As¨ª que reincid¨ª. De entrada, con 20 (!) minutos seguidos de ejercicio. Cual Marino Lejarreta, sorte¨¦ a escapados, super¨¦ pelotones y me convert¨ª en gusano multicolor de una est¨¢tica vuelta a mi propia miseria. ?Qu¨¦ ten¨ªa en com¨²n con los ciclistas de verdad? La cara de sufrimiento, el deseo de llegar a alguna parte en esta vida; en resumen: demasiado tiempo libre.
Nadie me lanz¨® un cubo de agua. Nadie intent¨® tirarme de la bici disfrazado de demonio. Pedale¨¦ con dureza y, al terminar, me jur¨¦ a m¨ª mismo que no volver¨ªa a hacerlo. Al cabo de unos d¨ªas, le¨ª en la revista Lecturas un sintom¨¢tico reportaje sobre Pilar Rahola. Ense?aba su casa y en una de lasfotograf¨ªas aparec¨ªa junto a una bicicleta est¨¢tica id¨¦ntica a la m¨ªa. "Horror", pens¨¦, y no le confes¨¦ a nadie mi oculto secreto. A partir de aquel d¨ªa, no volv¨ª a subir a la bici (?por qu¨¦ las llaman bicicletas si s¨®lo tienen una rueda?). La miro de reojo y, a veces, utilizo el manillar como colgador y el sill¨ªn como mesilla para dejar cosas. No resulta demasiado ¨²til y ocupa mucho sitio. He pensado en quit¨¢rmela de encima, pero el d¨ªa que intent¨¦ sacarla del despacho, descubr¨ª que pesa como un muerto y que me romper¨ªa la crisma en el intento de sacarla a la calle y abandonarla -salt¨¢ndome las normas del civismo y alguna que otra reglamentaci¨®n municipal- junto al contenedor. Tendr¨¦ que resignarme a su presencia aunque, ¨²ltimamente, me transmite mensajes de hondo calado filos¨®fico. Y cuando me asalta la duda existencial, me consuela pensar que el hombre es capaz de inventar, como perfecta met¨¢fora de su desconcierto, una bicicleta que tiene, como ¨²nica virtud, la de no moverse.
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