Un parque natural en extinci¨®n J. J. P?REZ BENLLOCH
En estos preludios del fragor electoral parece que, en el Pa¨ªs Valenciano, los asuntos mediambientales no suscitan el inter¨¦s de los candidatos. Por ahora, al menos. Sin embargo, los problemas no faltan y algunos tienen ya visos del esc¨¢ndalo, como es el caso del Parque Natural de Pego-Oliva, donde el marjal es sistem¨¢ticamente esquilmado por las apetencias particulares. Frente al desastre, la consejer¨ªa del ramo apenas tiene otra cosa que palabras analg¨¦sicas, que no frenan el desastre ni apuntan soluciones. Por desgracia, ese espacio singular tan solo es noticia por los desmanes que est¨¢n aniquilando su humedad, flora y fauna. Levantar acta de las tropel¨ªas no parece el remedio m¨¢s eficaz.
El consejero de Medio Ambiente, Fernando Modrego, es, contra lo que muchos opinan, un personaje de carne y hueso. Su departamento existe en el organigrama de la Generalitat y de vez en cuando se hace notar entre los acontecimientos de la actualidad. De alguna manera hay que justificar la n¨®mina. Tambi¨¦n es verdad que resulta perfectamente prescindible a tenor de la ignorada pol¨ªtica que desarrolla, pero hoy por hoy constituye un adorno que ning¨²n jefe de gobierno se permite declinar, por m¨¢s que no sirva sino para maquillar las aparentes y en todo caso subalternas preocupaciones ecol¨®gicas que ilustran los programas pol¨ªticos.De este consejero, pues, podemos dar fe porque de uvas a peras se siente obligado a decir alguna palabra, al margen de que nos parezca menos o nada afortunada. Estos d¨ªas pasados, y eso merece ser subrayado, ha sacado por lo visto fuerzas de flaqueza y nos ha sorprendido con una declaraci¨®n pasmosa: en el parque natural de Pego-Oliva, ha venido a decir, hay un conflicto social y ambiental grave. Jolines, a eso se le llama tener vista y reda?os para denunciar una situaci¨®n. De no ser porque la degradaci¨®n y allanamiento de ese paraje singular es un hecho tan antiguo como escandaloso dir¨ªamos que Modrego es un tipo temerario.
Como el lector sabe, el marjal de Pego, que no el recayente en el t¨¦rmino municipal de Oliva, viene siendo un espacio gobernado por la ley de los atentados consumados y conducentes a su aniquilaci¨®n como reserva natural protegida. Se desecan sus lagunas, se desv¨ªan sus corrientes de agua, se colmatan los terrenos y transforman los cultivos. Y todo se hace sin disimulo, incluso con descaro y desaf¨ªo a la autoridad establecida, ciertamente inoperante si nos atenemos a la dimensi¨®n de los desmanes ejecutados a plena luz del d¨ªa.
Limit¨¦monos a se?alar a tal efecto, y seg¨²n el seguimiento que ha elaborado Acci¨® Ecologista Agr¨®, que sobre el total del parque (1280 Has.), el marjal ocupaba en 1966 el 70,3 %. En 1999, esta superficie protegida se hab¨ªa reducido al 26,9 %. El arrozal, entre ambas fechas, se hab¨ªa extendido de cero a 350 Has. y los cultivos varios se hab¨ªan duplicado, ocupando actualmente 440 Has. El espacio de protecci¨®n especial, en ese mismo periodo, se reduc¨ªa de las 900 Has. a las 345. O sea, un encogimiento sistem¨¢tico -y destrucci¨®n- de la zona protegida en beneficio de los intereses particulares. Ya se desprende de lo dicho que todos estos cambios se efect¨²an conculcando los planes de ordenaci¨®n aprobados. Y el proceso sigue su fatal destino.
Y es en este momento, cuando el alcalde de Pego, el extravagante Carlos Pascual, y sus huestes hacen mangas y capirotes de la legalidad vigente, decimos, cuando el consejero nos sale con el referido diagn¨®stico, complementado con la pastoral del di¨¢logo. "Se necesita un acercamiento entre todos para encontrar una soluci¨®n", alecciona. A buenas horas. ?Y qu¨¦ clase de acercamiento postula el aguerrido pol¨ªtico? Sobre todo, ?c¨®mo lo va a propiciar? Porque bien puede acontecer que la soluci¨®n postulada se concierte el d¨ªa que el asfalto sustituya al humedal y un parque tem¨¢tico -parque, al fin y al cabo- haya desahuciado la fauna, aniquilado la flora y enriquecido a los causantes del desastre.
Se arg¨¹ir¨¢ que, tal como pinta el asunto, habr¨ªan de ser los jueces quienes sentasen la mano a los culpables de la desecaci¨®n del marjal. Pero esa es s¨®lo una parte de la soluci¨®n, que ha de ejercerse a todo trance. Pero al mismo tiempo y aun prioritariamente compete a la Administraci¨®n arbitrar esos acuerdos previsores del conflicto social y tomar las medidas cautelares necesarias para impedir los atropellos irreversibles. Claro que para eso se requiere una verdadera conciencia medioambiental, y no confundir ¨¦sta con un adorno. El consejero deber¨ªa darnos alguna muestra de no ser un florero.
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