La c¨¦lula escrita VICENTE MOLINA FOIX
Est¨¢ estudiado que el amor a las cosas es posible y depredador. Karl Marx primero, y Georges Perec despu¨¦s, nos avisaron del peligro de la cosificaci¨®n; el fil¨®sofo m¨¢s dial¨¦cticamente, el novelista franc¨¦s m¨¢s sarc¨¢sticamente en esa deliciosa "historia de los a?os sesenta" sobretitulada Las cosas, que narra la vida de una pareja francesa media habitante, al igual que todos sus amigos, en "pisitos simp¨¢ticos abarrotados de cosas". Qu¨¦ l¨¢stima que el formidable animador del OuLiPo muriese tan prematuramente en 1982, porque me imagino la co?a potencial de Perec describiendo una sociedad en la que el m¨¢s preciado s¨ªmbolo de civilizaci¨®n e independencia resulta ser un utensilio port¨¢til que convierte a sus poseedores en tel¨¦fonos andantes, no en caballeros. ?Cu¨¢ndo llegar¨¢ la gran novela del Hombre-M¨®vil, con o sin cualidades, escrita a lo Musil o a lo Perec? (Demos mientras a Dios lo que es de Dios, reconociendo el papel de adelantado, tambi¨¦n en esto, de Wojtyla y su ubicuo, comunicativo Papa-M¨®vil).A la vanidad de poseer artilugios celulares y poder recibir y emitir llamadas a todas horas y en todo lugar, se contrapone un orgullo menor y sedentario, fijo, para entendernos en el lenguaje de la nueva era. La posesi¨®n y acompa?amiento del libro. En Lo peor no son los autores, sus chispeantes memorias -o antimemorias, dado el cariz adversativo de muchos de los retratos-, el editor Mario Muchnik cuenta una an¨¦cdota conmovedora de Elias Canetti. Estaba el escritor en su casa hablando con Muchnik y se refiri¨® a los cuadernos de Val¨¦ry; sin dejar de hablar, extendi¨® una mano hacia la estanter¨ªa de la biblioteca que ten¨ªa detr¨¢s y busc¨® el ejemplar en cuesti¨®n, pero no dio con ¨¦l. "Cosas de la vejez", dijo Canetti entristecido. Al cabo de un rato, despu¨¦s de darse una palmada en la frente, Canetti encontr¨® el libro buscado y le hizo una confesi¨®n a su editor: "Cuando era m¨¢s joven mis amigos me vendaban los ojos como una gallina ciega, me hac¨ªan girar varias veces sobre m¨ª mismo y luego me dec¨ªan: '?Madame Bovary!', y yo iba directamente al estante de Flaubert y pon¨ªa el dedo en Madame Bovary. '?Odisea!', y sin titubear, siempre vendado, iba a la estanter¨ªa correspondiente y sacaba la Odisea.
Enorme biblioteca la de Canetti, peque?¨ªsima la de otro gran escritor, Garc¨ªa M¨¢rquez, que regala los libros despu¨¦s de leerlos y viajando en tren cierta vez -tambi¨¦n lo recoge Muchnik- arrancaba las p¨¢ginas de una novela a medida que las le¨ªa, se las pasaba a su mujer en el asiento contiguo, y todas iban siendo arrojadas, tras la lectura matrimonial, por la ventanilla.
Leer en el tren, en el metro, en coches particulares (los que no se mareen), durante la comida, como monjes. Toda persona que saca a la calle un libro me inspira cari?o, y es casi seguro que tras su facha desconocida se esconde alguien con quien podr¨ªa hacer buenas migas. Pero con los libros leer no lo es todo, al menos para m¨ª. Tenerlos, verlos, buscarlos en un momento dado de la noche a ciegas o sabiendo a ciencia cierta su lugar. La biblioteca es el alma callada y sin hilos de tu casa. Y con una ventaja: si t¨² quieres que hable, abre una p¨¢gina y el libro te hablar¨¢, sin m¨¢s interferencias que las de tu atenci¨®n.
Guardar los buenos libros le¨ªdos s¨ª que es un tesoro de mensajes acumulados. Pero tambi¨¦n est¨¢n aquellos vol¨²menes que a¨²n no han respondido. La emocionante promesa del libro nuevo.
A los que tenemos muchos libros en casa los amigos sencillos nos suelen hacer dos preguntas: ?te acompa?an?, ?los has le¨ªdo todos? A lo primero digo que s¨ª; me acompa?an, me dicen lo que no recuerdo y me aclaran qui¨¦n fui. Y naturalmente que no los he le¨ªdo todos; ?c¨®mo seguir¨ªa, si no, vivo, deseoso y abierto al misterio? A la cama siempre me voy con uno en las manos, y s¨¦ que sus intactos camaradas de estante me esperan, pero sin impaciencia. Sin pedirme la vez con un pitido.
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