Esto reci¨¦n comienza
?As¨ª que as¨ª se termina tanta esperanza??Con un dictador que huye en la madrugada de una Inglaterra lluviosa en un avi¨®n militar que despega apresuradamente unas horas m¨¢s tarde, antes de que las v¨ªctimas puedan interponer una apelaci¨®n, y una multitud fascista en las calles de Santiago que vocifera su alegr¨ªa por el regreso del Padre y L¨ªder recobrado?
?Se acab¨® el caso Pinochet?
Para los tribunales europeos que hab¨ªan pedido la extradici¨®n del ex presidente chileno, y especialmente para los espa?oles que estuvieron a la vanguardia de esta lucha tan transcendental, es cierto que ya no hay mucho m¨¢s que hacer, fuera de asegurarse, a trav¨¦s de la Interpol, de que el general pr¨®fugo no intente salir nunca m¨¢s de las fronteras nacionales a tomar t¨¦ de nuevo con la baronesa Thatcher o tal vez con sus nuevos amigos Jack Straw o Abel Matutes, quienes lo salvaron, cada uno a su manera, de verse sometido a un largo proceso en Madrid.
?Y las v¨ªctimas? No cabe duda de que, para los miles de miles que sufrieron los atropellos y delitos de Pinochet, su huida, por ignominiosa y grotesca que haya sido, deja un gusto amargo, este desenlace donde hay que despertar por fin de un sue?o que siempre pareci¨® demasiado perfecto como para que fuera cierto, un sue?o donde un hombre poderoso y arrogante terminaba preso, acosado por sus muertos, sometido a la ley que ¨¦l nunca respet¨®. Demandando para s¨ª hist¨¦ricamente los derechos que neg¨® a sus compatriotas.
Si ese sue?o nuestro se acaba de clausurar, existen, sin embargo, otros sue?os colectivos derivados de la detenci¨®n del general durante m¨¢s de diciesiete meses que, lejos de haber concluido, reci¨¦n comienzan.
Precisamente por la forma en que Pinochet se libr¨® y precisamente debido a la nueva jurisprudencia internacional que, a ra¨ªz de su caso, afirma que no existen fronteras nacionales para juzgar las violeaciones m¨¢s extremas de los derechos humanos, queda una serie de tareas pendientes para los tribunales y juristas de todo el mundo. Andan sueltos por ah¨ª d¨¦spotas a granel, y es dif¨ªcil (y ser¨ªa demasiado vergonzoso y casi risible) que los pr¨®ximos tiranos acusados de cr¨ªmenes contra la humanidad pudieran volver a utilizar las esp¨²rias razones de salud mental que emple¨® Pinochet para escabullirse de la justicia. Lo que se vislumbra, m¨¢s bien, es un futuro no lejano donde se tratar¨¢ a los torturadores como a los piratas de anta?o, tr¨¢nsfugas sin derecho al amparo ni menos en el exilio dorado.
Y al lado de ese sue?o global, otro sue?o m¨¢s modesto y local: la posibilidad todav¨ªa vigente de un juicio a Pinochet en Chile.
Veremos en las semanas venideras si hay voluntad para desaforar al general, acci¨®n imprescindible no s¨®lo para quitarle la inmunidad como senador y forzarlo a comparecer ante los tribunales donde se han abierto 60 procesos contra ¨¦l, sino indispensable adem¨¢s para medir si somos efectivamente soberanos.
El Gobierno democr¨¢tico de Chile invoc¨® aquella soberan¨ªa -falsamente a mi entender- para exigir el regreso de Pinochet, aduciendo que somos capaces de resolver nuestros propios dilemas, proclamando que un juicio a Pinochet en su patria era absolutamente factible. El mundo entero espera ahora que sepamos desplegar plenamente, con el nuevo Gobierno de Ricardo Lagos, esa soberan¨ªa. Soberan¨ªa frente a unas Fuerzas Armadas que se resistir¨¢n a que su ex comandante en jefe sea colocado en el banquillo de los acusados, tratado como un ciudadano cualquiera. Pero soberan¨ªa tambi¨¦n frente a tantos c¨®mplices de la dictadura que ocupan puestos de poder y casi de veto en la legislatura, para no mencionar a los pinochetistas que dominan el empresariado y la prensa. Y la soberan¨ªa m¨¢s ardua de todas: la que hay que ejercer sobre nuestro pasado para que finalmente nos pertenezca tanto como un pedazo del territorio nacional.
Porque el Jefe M¨¢ximo no actu¨® solo.
Son muchos, innumerables, los que participaron y permitieron sus abusos. Est¨¢n, por cierto, los centenares de militares y funcionarios de primera y cuarta categor¨ªa que llevaron a cabo las ¨®rdenes del general, los hombres que apretaron el gatillo o hundieron el bistur¨ª en el ojo ajeno o agarrotaron el tornillo en los genitales de un hombre o una mujer inermes. Ni qu¨¦ hablar de quienes compraban los materiales con que tales horrores se perpetuaron, aquellos que arrendaban esos s¨®tanos y los limpiaban, los que pagaban los sueldos de esos agentes y mecanografiaban los informes y serv¨ªan el caf¨¦ y las galletas a la hora del reposo de los guerreros. Y a ellos se agregan, en forma menos visible, tantos millares que negaban esos desmanes sabiendo que eran ciertos o que los justificaban como un mal inevitable para salvar al pa¨ªs de las b¨¢rbaras hordas marxistas.
Pero no me refiero tan s¨®lo a ellos. Pienso en otros: los que cerraron los ojos para no ver, los que decidieron hacer caso omiso de los aullidos, los que se dijeron en voz baja y a menudo en forma p¨²blica que las madres de los desaparecidos eran unas locas y que hasta cu¨¢ndo segu¨ªan jodiendo. Los que aprovecharon la dictadura para hacerse ricos, para comprar el patrimonio del Estado, para echar al trabajador indefenso. Y aun otros m¨¢s: aquellos que, m¨¢s tarde, cuando vino la democracia, prefirieron olvidar, prefirieron la amnesia del consumo desenfrenado mientras el dolor se paseaba en la callejuela de al lado, mientras el dolor surg¨ªa desde todos los rincones y conciencias de la patria. Me refiero a los que permitieron con su silencio que Pinochet prosperara, que Pinochet existiera.
Me refiero a todos aquellos que, si Pinochet es juzgado, tendr¨ªan que preguntarse -quiz¨¢s, qui¨¦n sabe, tal vez- aquello que verdaderamente importa: ?hasta qu¨¦ punto soy responsable yo de que no haya justicia en mi pa¨ªs y, una pregunta m¨¢s urgente y crucial, qu¨¦ estoy dispuesto a hacer hoy para remediar esa situaci¨®n?
Pinochet es un espejo.
Y su retorno a Chile, una oportunidad hist¨®rica para mirarlo a ¨¦l y mirarnos simult¨¢neamente nuestra verdadera e impostergable cara.
?Estamos de veras dispuestos a enjuiciarlo?
Es una pregunta que tenemos que hacernos, pase lo que pase con el perecedero cuerpo o la artera o deteriorada mente del hombre que rein¨® sobre nuestros destinos durante 17 a?os. Haya o no desafuero y juicio.
?Estamos dispuestos a juzgar al pa¨ªs que dio origen a Pinochet?
Es la pregunta y el espejo ¨²ltimo que el general nos trae, como un regalo perverso y maravilloso, desde el mundo exterior.
Este sue?o s¨ª que reci¨¦n comienza.
Ariel Dorfman, escritor chileno, acaba de publicar la novela La nana y el iceberg.
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