Ronconi, en el Piccolo JOAN DE SAGARRA
"Oh sventurato me! Oh me infelice! / Chiedervi, Cieli, pretendo, / per il male che m'¨¨ inflitto, / quale ¨¨ stato il mio delitto / contro di voi, nascendo?". ?Reconocen esos versos? ?Claro que s¨ª! Pertenecen a una de las arias m¨¢s c¨¦lebres del teatro barroco, la de Segismundo en la escena segunda del primer acto de La vida es sue?o, de Calder¨®n de la Barca. Pues bien, esos versos, en la arriesgad¨ªsima adaptaci¨®n -fiel al verso, incluso m¨¢s all¨¢ de la muerte, de la muerte del verso calderoniano- de Luisa Orioli (Adelphi, Milano, 1967), se escuchan, pueden escucharse en el Teatro Giorgio Strehler, tercera sala del Piccolo Teatro milan¨¦s, en un soberbio montaje de Luca Ronconi, el cual, tras la muerte del maestro, de Strehler, se ha convertido en el director art¨ªstico del Piccolo.Son cuatro horas (ser¨ªan cinco o seis si Ronconi, con "buen criterio", no hubiese recortado los versos de don Pedro). Con un entreacto de unos 20 minutos para tomarse un whisky, para besar a la cu?ada, para fumar unos pitillos -en la primera planta, en el ¨¢rea de fumadores- o para ir a mear a los lavabos, una meada milanesa, una meada que se me antoja como la meada, imposible -?imposible?-, de Oriol Bohigas en la Virreina; una meada pasional que el sublime arquitecto nos debe, como republicano, como homenaje a la otra Rambla, a la de las vespasiennes del ladr¨®n y maric¨®n Jean Genet. Una meada milanesa, o barcelonesa, que tras la bragueta con cremallera o con botones de Armani, o de Toni Mir¨®, mostrase un hipogrifo violento y calderoniano, incapaz de ocultarse en unos calcetines de dise?o, como un cangrejo ermita?o en un pisito de la Barcelona ol¨ªmpica.
Son cuatro horas. Sin castigo. El drama de Calder¨®n, que vio la luz en un corral madrile?o en 1635, es coet¨¢neo de la llegada de la ¨®pera y de la aparici¨®n de la zarzuela en la Espa?a del cuarto Felipe. Ronconi lo sabe, y arropa el drama con la m¨²sica de Luca Francesconi, con lo que la estrecha, estrech¨ªsima l¨ªnea divisoria entre obra dram¨¢tica y obra l¨ªrica -?c¨®mo decir el verso?, ?y si lo cant¨¢semos?-, se acorta: el verso sigue la m¨²sica, una m¨²sica sabia que impide que el verso se declame, se pierda declam¨¢ndose, es decir, generando una musiquilla -la cantarella, decimos en catal¨¢n, ya sea de Maria Vila o de Josep Maria Flotats- que acaba por convertir a Calder¨®n -como ocurr¨ªa en los colegios de mi / nuestro bachillerato- en una golosina ret¨®rica, y a la postre sopor¨ªfera.
Ronconi, de chico, confiesa haber le¨ªdo mucho teatro. Tambi¨¦n nos dice que de las muchas obras que ley¨® en aquellos a?os (entre los cuarenta y comienzo de los cincuenta: Ronconi naci¨® en 1933, el pr¨®ximo jueves cumple 67 a?os) no recuerda el argumento, ni los personajes, pero s¨ª la construcci¨®n, la estructura dram¨¢tica. As¨ª pues, nadie que acuda al Teatro Giorgio Strehler a ver La vita ¨¨ sogno se extra?ar¨¢ de encontrarse con un montaje at¨ªpico del cl¨¢sico calderoniano, en el que el acento recae sobre el rey Basilio (interpretado por un actor fuera de serie, Franco Branciaroli; una voz impresionante), en el que ¨¦ste se desnuda de su vieja piel de brujo -de stregone, dice Ronconi- para asumir su condici¨®n, calderoniana, de hombre sabio, amante de las "matem¨¢ticas sutiles". Y as¨ª, agarr¨¢ndose en ese hombre sabio, Ronconi se lanza a una reflexi¨®n sorprendente -sobre el escenario, con argumentos, trampas, trucos y milagros, si cabe, teatrales- sobre el estatuto filos¨®fico-cient¨ªfico de la realidad, jugando, c¨®mo no, con la realidad virtual y pellizcando a padre e hijo, a Basilio y Segismundo, sobre la noci¨®n de identidad, hasta el punto de, al final del tercer acto, enfrentar a ambos en un combate en el que el hijo se funde con el padre, desnudo; un combate en el que el hijo acaba por convertirse en padre de su propio padre.
Strehler, en los ¨²ltimos a?os, dif¨ªciles, muy dif¨ªciles del Piccolo, me confes¨®, tal vez a rega?adientes, que Ronconi, Luca, era el ¨²nico hombre de teatro italiano que se merec¨ªa sustituirle a la cabeza del Piccolo milan¨¦s. Son muy distintos. Giorgio, poco amigo de las "matem¨¢ticas sutiles", artista visceral y ¨²nico, hubiese apostado por el stregone Basilio; Ronconi, a punto de cumplir los 67, sigue siendo aquel ni?o solitario que se olvidaba de los argumentos, de los personajes y entend¨ªa el teatro como una partida de ajedrez, apuesta por el cient¨ªfico. Ronconi, en principio, va a quedarse tres a?os en el Piccolo como director art¨ªstico. Con ¨¦l llega a la Citt¨¤ del Teatro milanesa una cierta modernidad, una curiosidad, unas preguntas que el maestro Strehler hab¨ªa ocultado bajo su inmenso talento art¨ªstico. El p¨²blico milan¨¦s est¨¢ dividido: unos a?oran la magia de Strehler; otros aplauden el riesgo, las "matem¨¢ticas sutiles" de Luca Ronconi. Yo pienso que el cambio es bueno. Siempre que el Piccolo siga siendo un espacio donde la pasi¨®n -esa meada que nos debe Bohigas-, la emoci¨®n, se mantenga viva. Y se mantiene. Entre la imposible La vita ¨¨ sogno del brujo Strehler y la posible, deslumbrante, del matem¨¢tico Luca Ronconi, puede haber, las hay, muchas diferencias. Pero, al cabo de las cuatro horas, uno sale del teatro con la piel de gallina y la sonrisa rota en los labios. El Piccolo sigue siendo el Piccolo, qu¨¦ caray.
P. S. Mi m¨¢s sincero agradecimiento a los se?ores Jordi Vera Yuste y Arturo Garc¨ªa por haberme permitido reencontrarme, v¨ªa Internet, con el fantasma del Commissaire Ramel.
T¨ªtulo]
Strehler, en los ¨²ltimos a?os, dif¨ªciles, del Piccolo, me confes¨®, tal vez a rega?adientes, que Ronconi, Luca, era el ¨²nico hombre que se merec¨ªa sustituirle
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