10 a?os de '?tica para Amador' FERNANDO SAVATER
El ser humano existe en tres registros, interrelacionados unos con otros: como persona individual, como sociedad y como especie. Durante siglos, cont¨® mucho la sociedad (el grupo, la tribu, la comunidad, la naci¨®n) y poco la persona individual: a¨²n hay algunos colectivistas que quieren que volvamos a esa etapa arcaica. Desde hace unos pocos siglos el individuo se fue haciendo cada vez m¨¢s importante, lo cual oblig¨® a transformar el tipo de sociedades en que vivimos, haci¨¦ndolas m¨¢s democr¨¢ticas y abiertas para todos, porque nadie quiere ya ser mero engranaje de una m¨¢quina social por bien engrasada que est¨¦. Pero lo caracter¨ªstico de nuestro siglo -y si no me equivoco, a¨²n m¨¢s del pr¨®-ximo- es tomar conciencia de que pertenecemos a una misma especie y que la humanidad en su conjunto debe intentar salvarse toda junta... o pereceremos tambi¨¦n todos, unos antes y otros despu¨¦s. Hablar de "especie humana" -o mejor dicho, de "humanidad"- no es manejar un concepto meramente biol¨®gico (como cuando clasificamos otras especies animales o vegetales), sino que apunta a un proyecto com¨²n, a una forma de comprender lo humano desde una fraternidad b¨¢sica. Equivale a algo que podr¨ªamos resumir as¨ª: ser humano es no poder entenderse a uno mismo si te desentiendes del resto de tus semejantes. Un autor latino dijo: "Soy humano y nada de lo humano me es ajeno"; o sea: ante lo mejor y lo peor de los seres humanos caben distintas apreciaciones o valoraciones, pero no la indiferencia porque la humanidad del otro siempre compromete la m¨ªa...No nos enga?emos: vivir as¨ª no es nada c¨®modo, sobre todo si queremos ir m¨¢s all¨¢ de las palabras bonitas. No hay nada m¨¢s f¨¢cil que amar a la Humanidad en abstracto, sobre todo cuando alguien quiere ponerse sublime para quedar bien: despu¨¦s de todo, nunca tropieza uno con do?a Humanidad ni tiene que cederle el asiento en el autob¨²s; pero lo verdaderamente dif¨ªcil es respetar a los otros seres humanos concretos y a¨²n m¨¢s si son "raros", si vienen de lejos, si hablan otra lengua y tienen otras creencias, como pasa ya en muchas de nuestras ciudades. Respetar al pr¨®jimo que se nos parece es cosa bastante obvia, porque en cierto modo equivale a respetarse a uno mismo, dado que somos como ¨¦l: lo complicado empieza cuando tenemos que aceptar al diferente, al extra?o o al extranjero, al inmigrante. Despu¨¦s de todo, los humanos somos animales gregarios y, por tanto, nos gusta vivir en reba?o, es decir, entre quienes m¨¢s se nos asemejan. Vivir en reba?o es como vivir entre espejos: siempre vemos a nuestro alrededor caras que reflejan la nuestra, que hablan como nosotros, que comen lo mismo, que se r¨ªen o lloran por cosas similares. Pero de pronto llega alguien que no pertenece a nuestro clan, que tiene un olor o un color distinto y que suena de otro modo. Entonces el animal gregario que hay dentro de nosotros se asusta o desconf¨ªa, se siente en peligro, cree estar siendo "invadido". En una palabra, nos volvemos agresivos y peligrosos...
Como no solamente somos cada vez m¨¢s, sino que tambi¨¦n cada vez es m¨¢s f¨¢cil viajar y comunicarse, la presencia de "extra?os" en nuestro reba?o o tribu no cesa de aumentar. Si vives en una gran ciudad ya lo habr¨¢s notado sobradamente; si estudias en un centro como es debido -de los que no excluyen ni segregan a nadie para mantener su inhumana "pureza" gregaria- quiz¨¢ ocupes asiento en tu escuela o instituto al lado de alguien que no es un mero "espejo" tuyo, sino que presenta apariencia diferente. Y lo m¨¢s probable es que eso, al principio, te cree dificultades... ?como sin duda tambi¨¦n se las crea al otro! Ya ten¨¦is para empezar algo en com¨²n: sentiros y saberos "diferentes" de quien sin embargo convive a vuestro lado. Pero si controlas tus instintos gregarios, si no escuchas los gru?idos de la mala p¨¦cora que acecha en tu fuero interno, pronto descubrir¨¢s que compartes con ese forastero muchas m¨¢s cosas de las que aparentemente os distinguen. Ver¨¢s que os parec¨¦is en lo esencial, que ella o ¨¦l tambi¨¦n ha nacido, tambi¨¦n ama, lucha y sabe que va a morir lo mismo que t¨². Que igual que t¨² necesita palabras y comprensi¨®n, apoyo y reconocimiento.
Ahora recuerdo una escena de un telefilme de los Simpson: Homer visita una especie de manicomio y le ense?an a un tipo rar¨ªsimo, feroz y peludo; los doctores le dicen que nunca nadie ha o¨ªdo a semejante monstruo decir la menor palabra humana. Homer entonces le saluda: "?Hola!". Y la fiera gru?e tambi¨¦n "hola". Todos los m¨¦dicos acuden admirados para estudiar el prodigio, mientras el supuesto monstruo refunfu?a: "?Ya era hora de que alguien me saludase!". La mayor¨ªa de las veces el otro resulta incomprensible porque nadie tiene paciencia para tomarse la molestia de intentar hacerse comprender como es debido...
En la lengua castellana, la palabra "hu¨¦sped" significa dos papeles aparentemente contrapues-tos: el de quien se aloja en la casa de otro y el de ese otro que le aloja en su casa. Pero quiz¨¢ este doble uso un poco desconcertante encierra en el fondo una verdad muy profunda sobre la condici¨®n humana. Porque todos somos a la vez el forastero recibido en casa ajena y el anfitri¨®n que le aloja y debe preocuparse por su bienestar. Desde que nacemos -y no olvides que "nacer es llegar a un pa¨ªs extranjero", como dijo un antiguo griego- dependemos de la hospitalidad que otros quieran darnos, sin la cual no podr¨ªamos vivir. Pero pronto somos tambi¨¦n nosotros los que debemos atender a otros que han llegado despu¨¦s, intentando que se sientan lo m¨¢s c¨®modos posibles.
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