Afirmaciones finales sobre el 'caso Pinochet'
Pinochet debe responder ante la justicia chilena, afirma el autor, que explica aqu¨ªpor qu¨¦ defendi¨® su regreso de Londres por encima de sus propios sentimientos.
El general Augusto Pinochet ha vuelto a Chile. Durante los ¨²ltimos diez meses he debido ejecutar la pol¨ªtica del presidente de la Rep¨²blica respecto de este caso, que ha sido, probablemente, uno de los problemas diplom¨¢ticos m¨¢s dif¨ªciles de nuestra historia como naci¨®n. ?l ha exigido de nosotros mucho m¨¢s que el normal ejercicio de la disciplina funcionaria. A nadie debiera escapar que, quienes debimos asumir esta responsabilidad, somos miembros de un partido que vio a muchos de los suyos asesinados, torturados y exiliados por el r¨¦gimen encabezado por aquel cuyos derechos hemos debido ahora defender. Quiero declarar que durante todo el curso de este proceso buscamos responder a una ¨¦tica de la responsabilidad, sobreponiendo de buena fe lo que consideramos era el inter¨¦s de la sociedad en su conjunto y el equilibrio de los distintos valores comprometidos en el asunto; esto, por sobre el inter¨¦s leg¨ªtimo de organizaciones y grupos, incluso por sobre nuestros propios sentimientos y deseos personales, a pesar de que todo ello nos costara, como se sabe, graves incomprensiones de parte de muchos a quienes respetamos y queremos.Por estas razones me ha parecido leg¨ªtimo exponer p¨²blicamente mis ideas finales ante este grave episodio de nuestra historia.
- Lo primero y m¨¢s fundamental es que los chilenos recordemos hoy que el origen de esta historia radica en las violaciones de los derechos humanos cometidas durante el r¨¦gimen militar y, de manera m¨¢s inmediata, en el menosprecio con que el general Pinochet observ¨® siempre el repudio que el mundo sinti¨® frente a ellas. Por ello, tan pronto se conoci¨® la decisi¨®n final del ministro Straw, he subrayado que, en definitiva, el responsable y la v¨ªctima de este episodio que ha causado tanto da?o a la imagen de nuestro pa¨ªs ha sido el propio general Pinochet.
- Dijimos muchas veces que ning¨²n Estado democr¨¢tico, en una sociedad donde impera un orden constitucional y se garantizan las libertades p¨²blicas, puede admitir la intromisi¨®n de tribunales de otro pa¨ªs en el juzgamiento de cr¨ªmenes cometidos por nacionales dentro del territorio nacional, cuando ¨¦stos est¨¢n siendo examinados por sus propias cortes de justicia y no existe un tratado internacional que lo obligue. Fue en ese sentido que no aceptamos la aplicaci¨®n extraterritorial de la ley penal espa?ola con que se inici¨® este proceso, y m¨¢s tarde no reconocimos en el fallo sobre la aplicaci¨®n del Tratado contra la Tortura al caso Pinochet emitido por la C¨¢mara de los Lores un principio de vinculaci¨®n de Espa?a con los cr¨ªmenes que se deseaba investigar. Reitero hoy que esos principios siguen siendo v¨¢lidos y que la principal conclusi¨®n del llamado caso Pinochet es la necesidad de establecer un tribunal penal internacional que pueda juzgar los cr¨ªmenes contra la humanidad. Afirmo que Chile debe avanzar no solamente en la ratificaci¨®n del Tratado de Roma, sino que debe promover activamente en los foros internacionales su ratificaci¨®n internacional.
Al mismo tiempo, reafirmo mi convicci¨®n de que la extradici¨®n del general Pinochet a Espa?a y su juicio en Madrid, de haberse concedido, habr¨ªan abierto entre nosotros las m¨¢s profundas heridas del pasado, habr¨ªan producido una ruptura hist¨®rica en nuestros lazos con Espa?a y, m¨¢s importante todav¨ªa, habr¨ªan hecho aparecer la verdad y la justicia ante una parte muy importante de la sociedad chilena como una imposici¨®n y no como un compromiso nacional; como una arbitrariedad neocolonial y no como un proceso forzado por la necesidad de alcanzar un nivel m¨¢s alto en la ¨¦tica que debe regir nuestras relaciones ciudadanas. Algo parecido habr¨ªa generado la muerte del general Pinochet en el exterior, la que, adem¨¢s de haberle dotado para algunos del hero¨ªsmo del que le privaba en vida su condici¨®n en Londres, habr¨ªa frustrado, por su dramatismo, la b¨²squeda en buena fe y por todos de la verdad sobre nuestro pasado.
- Por esta raz¨®n, orient¨® mi conducta la convicci¨®n que los problemas e insuficiencias de un proceso de transici¨®n que no se halla a¨²n completado no pueden ser resueltos desde el exterior. No es verdad que tribunales de un pa¨ªs puedan ajustar las cuentas del pasado traum¨¢tico de otra sociedad cuando una parte importante de ¨¦sta no concede legitimidad a sus fallos. El factor ejemplificador que siempre acompa?a un juicio, y cuyo valor en este caso ha sido subrayado como tan importante para la comunidad internacional, se habr¨ªa tornado en un factor perverso en la sociedad afectada, petrificando conductas recalcitrantes en instituciones que todos los chilenos queremos valorar, y en grupos sociales que es urgente incorporar ahora plenamente a una ¨¦tica de defensa de los derechos humanos. Es por esta raz¨®n que, frente a la iniciativa del juez espa?ol y ante la actitud de quienes han querido ver en ella un avance en el derecho internacional y la globalizaci¨®n de la justicia, he preferido priorizar la fe en la maduraci¨®n pol¨ªtica de nuestra comunidad nacional y en la b¨²squeda por nosotros mismos de la verdad y de la justicia, por m¨¢s dif¨ªcil que sea, orientada por el objetivo superior de la erradicaci¨®n definitiva de la visi¨®n de Chile como un pa¨ªs de enemigos.
- Y es en virtud de este mismo esp¨ªritu que no es aceptable que se pretenda tratar livianamente el significado de la detenci¨®n del general Pinochet en Londres.
Nuestras razones para exigir su regreso, v¨¢lidas como son, no pueden hacer olvidar que quien fuera el responsable del Estado de Chile durante diecisiete a?os fue condenado masivamente por la opini¨®n p¨²blica mundial, y que las violaciones a los derechos humanos que marcaron su gobierno fueron exhibidas una y otra vez por los medios de comunicaci¨®n de Europa y del mundo, hasta el punto de que la imagen del Chile de los setenta se sobrepuso a la de nuestro pa¨ªs actual, echando por tierra ante millones de personas todo lo que los chilenos hemos logrado hacer en t¨¦rminos pol¨ªticos desde el inicio de nuestra transici¨®n.
?Es acaso posible que alguien se extra?e porque quienes tenemos la responsabilidad de defender a Chile en el exterior podamos sentir indignaci¨®n ante el intento de recibir a quien ha sido responsable de todo esto como si nada hubiera sucedido?
- Se dice que los sentimientos de afecto de las instituciones de la defensa hacia el general Pinochet son leg¨ªtimos. Eso no es el asunto. Tambi¨¦n son leg¨ªtimos los nuestros. Con esa l¨®gica, quienes sentimos aversi¨®n hacia la figura del general, y nos conmueve profundamente la lucha de los familiares de los desaparecidos; quienes no podemos m¨¢s que sentir dolor ante esos miles de chilenos que vieron sus vidas tronchadas por la dictadura y quedaron para siempre fuera del pa¨ªs, deber¨ªamos habernos liberado de nuestras responsabilidades de Estado. Podr¨ªamos haber cesado la defensa de jurisdicci¨®n chilena, permitiendo, tal como lo ped¨ªan tantos de nuestros amigos y compa?eros, que Pinochet quedara abandonado a su propia suerte. Habr¨ªamos as¨ª cedido ante nuestros sentimientos y abandonado nuestras responsabilidades de Estado. No fue eso lo que hicimos y las Fuerzas Armadas lo saben bien. Por eso tenemos el derecho de exigirles el mismo sentido de responsabilidad que el Gobierno de Chile mostr¨® ante este desgraciado asunto. Y esa responsabilidad no fue honrada en la recepci¨®n que se brindara al general Pinochet el pasado viernes.
- Deseo con sincera pasi¨®n que esta responsabilidad sea asumida en el futuro.
Reitero que el sentido m¨¢s profundo de nuestro esfuerzo como Gobierno en esta historia ha sido recuperar el control de nuestras propias responsabilidades. Es eso lo que hace que un conglomerado de personas pueda conformar una sociedad y ¨¦sta pueda llamarse un Estado. La mesa de di¨¢logo nos da la oportunidad de avanzar en la delimitaci¨®n y la asunci¨®n de las responsabilidades de cada cual. As¨ª como se hizo en muchas sociedades europeas cuando les toc¨® enfrentar el trauma de la Segunda Guerra Mundial, Chile, que ha vivido un trauma similar, requiere que cada uno de los actores que lo protagonizaron asuma sus propias responsabilidades. Soy abierto partidario de reconocer en voz alta aquellas que a m¨ª, como a tantos miembros de la Concertaci¨®n, nos caben por una d¨¦cada de polarizaci¨®n pol¨ªtica e ideol¨®gica que sin duda contribuy¨® a crear hace treinta a?os el clima de violencia y destrucci¨®n de las instituciones democr¨¢ticas. Pero no es posible que se pretenda enmascarar, con ellas, las otras responsabilidades, esas que se derivan de delitos atroces, agolpados para siempre en la memoria colectiva de los chilenos, y presentes, como hemos visto de manera tan palpable en estos quince meses, en la conciencia de toda la humanidad. Me refiero especialmente al crimen de las desapariciones forzadas de adversarios pol¨ªticos. Para todos es v¨¢lida aqu¨ª la frase de V¨¢clav Havel: "La virtud del perd¨®n, y por lo tanto la libertad respecto de la propia ira, s¨®lo puede florecer en el terreno de la justicia".
- Basado en este concepto, he afirmado durante todo el periodo de mi gesti¨®n, y reafirmo hoy, que el general Augusto Pinochet debe responder ante nuestros tribunales por sus responsabilidades en las violaciones de los derechos humanos cometidas durante el periodo en que tuvo el control del Estado de Chile. Debe responder por su propio bien y por el bien de las instituciones que quiere, por su propia dignidad y por la de su pa¨ªs. Ello contribuir¨ªa a que los chilenos pudi¨¦ramos recuperar una paz que nuestro pasado parece no permitirnos. Desde all¨ª deberemos avanzar construyendo una memoria colectiva de nuestros a?os de divisi¨®n, de tal manera que quienes nos sucedan tengan como principio de su acci¨®n ciudadana y su vida en comunidad la idea fuerza de "Nunca m¨¢s".
Santiago, 7 de marzo de 2000.
Juan Gabriel Vald¨¦s S. es ministro de Relaciones Exteriores de Chile.
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