Una reflexi¨®n
Atr¨¢s ha quedado una campa?a electoral que, apenas transcurridas unas horas, nos parece muy lejana. Esta tarde, cuando cierren los colegios electorales y las radios y las televisiones den a conocer los resultados de las primeras encuestas, se iniciar¨¢ un nuevo periodo del gobierno de Espa?a. Con ¨¦l, volver¨¢ el ensimismamiento de nuestros pol¨ªticos, su lejan¨ªa, el olvido de los ciudadanos. Esos mismos ciudadanos a los que insistentemente han apelado las ¨²ltimas semanas en demanda del voto.Durante los pasados d¨ªas, se han sucedido las reuniones, los m¨ªtines, las manifestaciones. Los candidatos de los partidos han recorrido las calles de nuestras ciudades, se han mezclado con el p¨²blico, han departido con ¨¦l. Han visitado los mercados, las universidades. Han sonre¨ªdo a los unos y a los otros. Se han dejado fotografiar en las situaciones m¨¢s pintorescas. Nosotros hemos atendido sus promesas, sus compromisos. Hemos o¨ªdo sus descalificaciones. Tambi¨¦n hemos escuchado algunas -pocas, muy pocas- ideas. Nuestros pol¨ªticos sienten un verdadero p¨¢nico hacia las ideas y procuran huir de ellas en cuanto la ocasi¨®n se lo permite. De todo ello, nos ha quedado un sentimiento confuso, una desaz¨®n, un des¨¢nimo que los comentaristas han contado repetidamente en los peri¨®dicos. Tal vez no era esta la campa?a que algunos hubi¨¦ramos deseado.
Y, sin embargo, me temo que la campa?a que nosotros hubi¨¦ramos deseado tampoco habr¨ªa despertado grandes pasiones entre los ciudadanos. Quienes escribimos en los diarios, solemos atribuirnos, con frecuencia, una representatividad de la que carecemos por completo. Pretender que, en una sociedad como la nuestra, pueda darse una campa?a seria, profunda, donde se debatan las ideas y polemicen serenamente los candidatos, es una ingenuidad. Olvidamos que las campa?as est¨¢n hechas para llegar r¨¢pidamente a todo el mundo y que, m¨¢s all¨¢ de razonamientos, de discusiones, lo que se persigue es crear una imagen, reproducir un gesto, vender una promesa que gane esos votos que se consideran decisivos.
Pero s¨ª que ha habido algo, en esta campa?a, que merecer¨ªa la desaprobaci¨®n de todos los ciudadanos: el mercadeo creado en torno a nuestro voto. Resulta repugnante que, quienes se postulan para dirigirnos, pretendan comprar nuestra decisi¨®n por las pesetas de una paga extraordinaria o una rebaja en los impuestos. En ese gesto del pol¨ªtico que nos cree tan venales, habita la creencia de que todo tiene un precio y puede manejarse. Y el convencimiento de que es el dinero y no la forma en la que se gobierne nuestro pa¨ªs lo ¨²nico capaz de preocuparnos. Mal asunto. Quiz¨¢, si no hubi¨¦ramos construido una democracia tan olvidadiza con nuestra propia historia, no les resultar¨ªa tan sencillo a algunos formular estas propuestas. Al menos, el respeto a los miles de espa?oles que entregaron su libertad y su vida para que hoy podamos votar, deber¨ªa bastar para impedirlo.
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