El invento de Mois¨¦s
El Papa ya ha visitado el Sina¨ª y comienza su viaje a Tierra Santa. Poco antes de iniciar estos peregrinajes pidi¨® perd¨®n en Roma por la bendita barbaridad de quemar vivo a Giordano Bruno hace ahora 400 a?os. Bruno hab¨ªa escrito que exist¨ªan muchos mundos habitados y que el universo era infinito. Todav¨ªa hoy la ciencia no puede pronunciarse al respecto, pero no se trataba de eso. El pecado de Bruno fue proclamar con independencia una visi¨®n cosmol¨®gica en conflicto con la narrada en el G¨¦nesis. Seg¨²n la tradici¨®n religiosa, Mois¨¦s escribi¨® el G¨¦nesis en el Sina¨ª. All¨ª el Papa no habl¨® del G¨¦nesis, habl¨® de los diez mandamientos, tambi¨¦n escritos por Mois¨¦s a dictado de YHWH (las vocales del nombre divino se perdieron hace milenios), hacia el a?o 1200 antes de Cristo. En aquella ¨¦poca ya exist¨ªan otras cosmolog¨ªas semejantes al G¨¦nesis; sin embargo, los diez mandamientos o, mejor dicho, la ley mosaica, fue una innovaci¨®n sin precedentes. Su novedad radical no est¨¢ en el contenido de sus normas, sino en otras cosas.Primero, Mois¨¦s dijo que los preceptos proced¨ªan de YHWH y que, por ello, nadie pod¨ªa cambiarlos, incluido ¨¦l mismo y la colectividad que los aceptaba. Esto contrasta con todos los c¨®digos anteriores, que fueron considerados obra de reyes y pod¨ªan ser alterados por sus autores o sus sucesores. Segundo, los mandatos de YHWH reg¨ªan por igual para todos los miembros de la colectividad, desde Mois¨¦s al ¨²ltimo de los comunes. A diferencia del C¨®digo de Amurabi, no admit¨ªan una aplicaci¨®n diferenciada por razones sociales. Tercero, Mois¨¦s ofreci¨® a su gente esos preceptos como un pacto entre YHWH y cada uno de los miembros de la comunidad, as¨ª como con la comunidad en su conjunto. ?Qu¨¦ significa todo esto? Significa que, siendo la ley inalterable, aplicable por igual a todos y asumida sobre la base de un pacto personal y directo con YHWH, la comunidad no necesitaba un legislador, ni intermediarios con YHWH. Como los preceptos regulaban m¨²ltiples aspectos morales y pr¨¢cticos de la vida cotidiana, tampoco necesitaban un gestor. En resumen, la comunidad que cerraba el pacto con YHWH no necesitaba un rey. Simplemente, en palabras del profeta Samuel, alguien "para juzgarnos y dirigirnos en las batallas". Ni el Egipto de los faraones, ni las ciudades y reinos de Mesopotamia o de China funcionaban as¨ª. Mois¨¦s nunca fue rey, s¨®lo fue el primer profeta de su comunidad. El primer rey de los jud¨ªos, Sa¨²l, aparece m¨¢s de doscientos a?os despu¨¦s. Lo unge rey el profeta Samuel cuando los jud¨ªos se lo piden para ser "como los dem¨¢s pueblos", y lo hace declarando que "el pueblo y el rey deber¨ªan obedecer la ley de YHWH". Si Mois¨¦s invent¨® en el Sina¨ª un sistema pol¨ªtico adecuado para unas tribus errantes (?xodo) en busca de asentamiento (la tierra prometida), cuando esas gentes se convierten en pueblo jud¨ªo y reclaman un rey, la herencia de Mois¨¦s hace que su reino resulte ser la primera "monarqu¨ªa limitada" (como la denomina Finer en The History of Government).
A partir de ese momento, la historia del pueblo jud¨ªo y la de todas las culturas herederas de Mois¨¦s ha estado y contin¨²a estando marcada por la tensi¨®n entre un poder secular y otro que reclama origen divino. Momentos ha habido en los que la ley mosaica, los diez mandamientos o los preceptos del Cor¨¢n, han protegido a sus seguidores de las arbitrariedades de poderes civiles absolutos. Y momentos ha habido tambi¨¦n en los que, en nombre de esos preceptos divinos, se ha ejercido un absolutismo infernal. Visto desde hoy y con lenguaje actual, se puede decir que Mois¨¦s descubri¨® que la sacralizaci¨®n de un conjunto de principios ¨¦ticos es una extraordinaria fuente de poder. La idea la heredaron todas las religiones monote¨ªstas, ya que esa sacralizaci¨®n requiere acceder a un ¨²nico y solo Dios que no remita a nada ni a nadie ulterior (YHWH, "Yo soy el que soy").
El Papa es la cabeza de los seguidores de una de las tradiciones herederas del invento de Mois¨¦s, y en Tierra Santa se va a encontrar, sobre todo, con los seguidores de las otras tradiciones y con la herencia viva (en la Tierra Santa las ideas no mueren) de los conflictos entre esas tradiciones. El piadoso peregrino europeo que viene a la tierra de Jes¨²s descubre con sorpresa un mundo musulm¨¢n y jud¨ªo con pocos cristianos, la mayor¨ªa de ellos ortodoxos. Se sorprende de que en vez de cat¨®lico le llaman cristiano latino y de que en Jerusal¨¦n su fe est¨¦ asociada con las Cruzadas. Las Cruzadas fueron una de las m¨¢s terribles muestras de la utilizaci¨®n del invento de Mois¨¦s por uno de sus herederos, el papado. Urbano II predic¨® la primera cruzada diciendo que los cristianos de Oriente le hab¨ªan pedido ayuda porque los turcos avanzaban por tierras cristianas, narr¨® las penalidades que padec¨ªan los peregrinos para llegar a la ciudad sagrada de Jerusal¨¦n y dijo que la cristiandad occidental deb¨ªa salir en defensa de la oriental. El discurso fue respondido con un clamor, ?Deus le volt! (?Dios lo quiere!). Y, como con la propuesta de Mois¨¦s en el Sina¨ª, su aceptaci¨®n iba a tener consecuencias que llegan hasta hoy.
La primera fue una serie de matanzas de jud¨ªos en Europa que posteriormente iban a repetirse con una frecuencia horrorosa. Predicadores fan¨¢ticos y nobles desaprensivos descubrieron con rapidez la ventaja de utilizar el fervor religioso en beneficio propio. Equiparse para las Cruzadas resultaba caro para un caballero, as¨ª que muchos se endeudaron con prestamistas jud¨ªos y, como dice Steven Runciman en su Historia de las Cruzadas, quiz¨¢ "se preguntaron si era justo que para ir a luchar por la cristiandad quedaran entrampados con los miembros de la raza que hab¨ªa crucificado a Cristo". Fuera como fuese, los jud¨ªos de Worms, Mainz, Colonia, Metz, Neuss, Wevelinghofen, Eller, Praga, Nitra y de otros sitios perecieron entre mayo y junio de 1096. Fue el nacimiento de los pogromos y desde entonces el antisemitismo anida en el coraz¨®n de Europa sin que todav¨ªa hoy pueda decirse que ya ha muerto.
El Cor¨¢n condena la guerra, pero ense?a que cuando la gente es asesinada, expulsada de sus casas y ve sus lugares de oraci¨®n destruidos, los musulmanes tienen el deber de combatirlo. Cuando los cruzados entraron en Jerusal¨¦n en 1099, el cronista narra que Raymond de Aguilers, para visitar la zona del templo, "tuvo que abrirse camino entre una masa de cad¨¢veres y de sangre que le llegaba a las rodillas y a la brida del caballo". Otro cuenta que m¨¢s horrible que observar la cantidad de musulmanes y jud¨ªos muertos "era mirar a los propios vencedores, empapados de sangre de la cabeza a los pies, una visi¨®n ominosa que produc¨ªa terror a todos aquellos con los que se encontraban". Las prescripciones del Cor¨¢n resultaron ser una descripci¨®n perfecta de lo que ocurri¨® en la toma de Jerusal¨¦n por los cruzados y aquello relanz¨® entre los musulmanes la idea de yihad (guerra santa) que llevaba siglos aletargada en Oriente Pr¨®ximo. De aquel encuentro sangriento con el cristianismo hace novecientos a?os naci¨® un fanatismo isl¨¢mico que hoy sigue vivo y, a veces, salpicando de sangre el mundo.
En 1095, el imperio de Constantinopla se encontraba en una aceptable situaci¨®n militar y financiera. El emperador Alexio s¨®lo necesitaba de Occidente mercenarios extranjeros entrenados. Cuando se enter¨® de que Urbano II enviaba decenas de miles de peregrinos, soldados y caballeros que iban a reunirse en su ciudad, no se sinti¨® muy contento. Su hija, Ana Comena, escribi¨® que "quienes emprendieron este viaje s¨®lo para rezar ante el Santo Sepulcro" eran menos que aquellos otros cuyo "objetivo era destronar al emperador y capturar la capital". Acert¨®. La tensa relaci¨®n entre bizantinos y cruzados empeor¨® hasta que, en 1204, la cuarta Cruzada desemboc¨® en la ocupaci¨®n y el saqueo de Constantinopla. Un conflicto que hab¨ªa empezado por una peque?a alteraci¨®n en el credo adquiri¨® tal profundidad que ocho siglos despu¨¦s contin¨²a activo y reverbera con fuerza en el propio Santo Sepulcro de Jerusal¨¦n.
Antisemitismo, fundamentalismo isl¨¢mico y divisi¨®n de la cristiandad. Al llamar a la Cruzada, Urbano II no pretend¨ªa nada de eso. Buscaba reforzar en Europa el poder del papado frente al del imperio. Acababa de aprobar los decretos contra las investiduras y contra la simon¨ªa y de excomulgar al rey Felipe. La cruzada fue un envite al emperador, un intento de mostrarle que Europa se pod¨ªa poner en marcha bajo direcci¨®n papal. Urbano II estaba utilizando el invento de Mois¨¦s. Antes he dicho, y ahora repito, que en otras ocasiones el invento de Mois¨¦s ha protegido y salvado vidas humanas. Tambi¨¦n es cierto que Juan Pablo II acaba de entonar un mea culpa global por las v¨ªctimas de la Inquisici¨®n, del antisemitismo, de las Cruzadas y de otras benditas barbaridades eclesiales (que, supongo, incluyen tambi¨¦n la "caza de brujas"). A¨²n as¨ª, creo que el invento de Mois¨¦s sigue siendo un invento peligroso.
Carlos Alonso Zald¨ªvar es diplom¨¢tico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.