Ense?ar a convivir para evitar la violencia
Los seres humanos lo somos porque, junto a nuestra biolog¨ªa, nos desenvolvemos en un desarrollo social que tiene en el afecto del otro y en la comunicaci¨®n sus generadores de cambio y de adaptaci¨®n al medio. La cooperaci¨®n y la ayuda han sido las claves del progreso de esta especie que seguramente baj¨® de los ¨¢rboles y pudo enfrentarse a un mundo natural dif¨ªcil porque dispone de una inteligencia efectiva y social superior a la del resto de los primates.Todo conflicto entre humanos tiene una v¨ªa dialogada y negociadora de arreglo, pero para ello hay que aprender que el otro es un semejante con el que la cooperaci¨®n es m¨¢s fruct¨ªfera que la confrontaci¨®n violenta. La violencia tiene lugar cuando, en una confrontaci¨®n de intereses, uno de los protagonistas tira por la calle del medio, se coloca en un lugar de dominio y prepotencia, dejando al otro en un lugar de impotencia, oblig¨¢ndole a la sumisi¨®n y procurando su indefensi¨®n. El esquema psicol¨®gico de la violencia es un pervertido modelo de dominio-sumisi¨®n. Lo ha explicado bien, para el contexto de la violencia dom¨¦stica y laboral, Marie-France Hirigoyen, en su interesante libro El acoso moral. Lo venimos explicando en art¨ªculos cient¨ªficos y divulgadores los que nos dedicamos a la Psicolog¨ªa de la educaci¨®n, cuando hablamos del maltrato o violencia entre iguales. Se trata del fen¨®meno escolar conocido en el ¨¢mbito angl¨®fono como bullying. Un v¨ªnculo social entre compa?eros en el que un chico/a abusa con cierta regularidad de su poder f¨ªsico, social o psicol¨®gico sobre otro, al que somete o maltrata, y en nombre de la injusta ley del m¨¢s fuerte, obliga a su v¨ªctima a entregarle las doscientas pesetas del bocadillo, lo insulta diariamente porque tiene gafas, es t¨ªmido, gordo, flaco, no se viste a la moda, o cualquier otra sinraz¨®n, que el abus¨®n considere pretextar para burlarse de ¨¦l/ella. El maltrato entre iguales, como el maltrato dom¨¦stico es el formato que adquiere un destructivo modo de relaci¨®n que junta a la v¨ªctima y su agresor en una zona oscura de la intimidad, protegida por la indiferencia de los terceros.
Desde los inocentes juegos infantiles a los complejos juegos de rol de los adolescentes, la mente, las actitudes y los comportamientos, en el microsistema de los iguales, no son s¨®lo individuales, sino sociales y compartidos. Los chicos y chicas entre s¨ª componen un ¨¢mbito de la vida psicol¨®gica y moral que ahora parece empezar a hacerse visible a la opini¨®n p¨²blica, pero que hasta hace muy pocos a?os no lo era.
Desgraciadamente han sido noticias de suicidios y asesinatos terribles cometidos por criminales adolescentes, la organizaci¨®n de sectas neonazis o siniestros grupos terroristas, o esperp¨¦nticos guerrilleros de un fundamentalismo religioso incomprensible, lo que nos ha puesto enfrente del complejo problema de la violencia juvenil. Entre nosotros, no son tanto estas formas extremas de violencia lo que preocupa, pero ya hay muchas voces que preguntan ?Qu¨¦ est¨¢ pasando en las aulas y en los centros escolares?
Son muchos los elementos sobre los que hay que reflexionar, pero no habr¨ªa que desde?ar que hemos pasado de una escuela academicista, que segregaba y expulsaba de las aulas, mediante el suspenso, a muchos chicos y chicas que no se adaptaban a las r¨ªgidas lecciones sobre contenidos dirigidos a aquellas mentes que estaban en condiciones de recibirlas. Alumnos que sab¨ªan que esa y otras lecciones les llevar¨ªan a ser socialmente integrados, cumpliendo as¨ª expectativas e ilusiones puestas en ¨¦l y ella. Un sistema instructivo coherente con un sistema de ideales que promet¨ªan al joven una vida digna y socialmente estimulante (evidentemente, a esta altura, la escuela ya hab¨ªa segregado a otras instancias menos refinadas de esp¨ªritu a todo aquel que no pod¨ªa seguir tan exquisita lecci¨®n); as¨ª pues nuestros institutos eran lugares tranquilos e intelectualmente estimulantes. Si ahora pueden llegar a no serlo, deber¨ªamos preguntarnos, adem¨¢s de por los contenidos y m¨¦todos de la ense?anza, por las metas finales que ¨¦stos ofrecen a los j¨®venes.
Estudiar es duro, lo sabemos todos los que hacemos de esto un trabajo diario. Adem¨¢s, se estudia para algo. El logro, no necesariamente material, pero al menos visualizado como algo bueno venidero, estimula el proceso de aprendizaje si ¨¦ste incide, aunque sea indirectamente, en el proyecto vital del aprendiz. Pero para ello debe existir una cierta coherencia entre la tarea y la recompensa. El escolar debe creer en su futuro y en el de sus iguales, para que su autoestima personal estimule su aprendizaje y acepte una ense?anza que le garantice, al menos en alguna medida, que lo que hace ser¨¢, alguna vez, bueno para ¨¦l y ella. Mi pregunta es: ?estamos d¨¢ndoles a los j¨®venes esperanza e ilusi¨®n para que crean en ellos/as, y por tanto, se esfuercen?, ?C¨®mo hacer para que el joven atribuya sentido y significado a lo que hace all¨ª?, ?Hemos dicho, de alguna forma, a nuestros j¨®venes, que lo que se hace en la escuela tiene mucho que ver con lo que ser¨¢ luego importante?, ?Lo tiene?
Porque a la escuela obligatoria se va a estudiar y a vivir con los que despu¨¦s ser¨¢n vecinos, amigos, compa?eros de trabajo, o simplemente ciudadanos como nosotros. En la escuela se pasa mucho tiempo, durante el que hay que vivir bien, respetando y siendo respetado, para aprender a vivir digna y democr¨¢ticamente; es decir, afrontando la vida personal y los conflictos sociales, respetando las reglas de un juego democr¨¢tico, que nos coloca frente a los dem¨¢s como iguales en derechos y deberes. Pero, ?Qu¨¦ sabemos de la vida en el colegio y en el instituto?; ?con qu¨¦ c¨®digos, h¨¢bitos, convenciones y pautas de relaciones conviven nuestros escolares?
Dec¨ªa Dewey que el alimento de la democracia, como sistema pol¨ªtico basado en el Estado de Derecho, es el ejercicio de la convivencia democr¨¢tica en la escuela comprensiva, que es una escuela de todos/as y para todos/as. La violencia es, en sentido estricto, el comportamiento m¨¢s antidemocr¨¢tico de todos, porque supone la coerci¨®n, el abuso y el dominio prepotente de uno sobre otro. En la escuela obligatoria surgen y surgir¨¢n siempre conflictos, ?estamos educando a nuestros escolares para enfrentarse a ellos de forma negociada, solidaria, justa y democr¨¢tica? La respuesta debemos darla todos, no s¨®lo los docentes, que tambi¨¦n. Si por ignorancia, o dejadez permitimos que se eleve la presencia de fen¨®menos de violencia en nuestras escuelas, estaremos poniendo en riesgo los valores de nuestra joven democracia y acerc¨¢ndonos al siniestro panorama del totalitarismo, el fundamentalismo, la xenofobia y el racismo, que vemos como nube amenazadora en algunos lugares no muy lejanos.
Rosario Ortega Ruiz es profesora de Psicolog¨ªa de la Educaci¨®n y el Desarrollo en la Universidad de Sevilla.
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