Sospechosa 'lusofon¨ªa'.
La reciente Feria del Libro de Par¨ªs abri¨® sus puertas con Portugal como invitado de honor, lo que me brinda una ocasi¨®n a m¨ª, "portugu¨¦s" extravagante, para algunas reflexiones. Yo no he estado presente en la feria m¨¢s que a t¨ªtulo plat¨®nico, vistos los numerosos anuncios que han aparecido en la prensa sobre mi eventual participaci¨®n, que hubieran podido y debido ser desmentidos hace ya tiempo por los responsables del certamen, puesto que yo les reiter¨¦ mi negativa a tomar parte en cualquier acto en su debido momento.Pero ?c¨®mo es que a los portugueses se les ha ocurrido invitarme a esta Feria del Libro? La respuesta puede parecer evidente. Como es bien sabido, yo amo Portugal, he hablado mucho de ¨¦l en algunos de mis libros, he traducido a Fernando Pessoa al italiano y le he consagrado numerosos ensayos, ense?o desde hace mucho tiempo literatura portuguesa en la universidad y, quiz¨¢ por encima de todo, he escrito una novela en portugu¨¦s, Requiem, a la que me siento especialmente unido. Seg¨²n la acepci¨®n corriente del t¨¦rmino, se me podr¨ªa definir en cierto modo como un lus¨®fono. Y precisamente sobre este concepto de la lusofon¨ªa es sobre el que quisiera detenerme a reflexionar.
Se trata de un t¨¦rmino que est¨¢ en circulaci¨®n desde hace ya varios a?os por obra de las autoridades institucionales de Portugal. Se funda en la idea de la lengua como patria o como bandera nacional, o, si se quiere, como coagulante de la idea de naci¨®n. Los lectores que recuerden a este prop¨®sito la rehabilitaci¨®n de la idea de francofon¨ªa que tuvo lugar hace varios a?os (con muy escaso ¨¦xito, dicha sea la verdad) saben bien c¨®mo un pa¨ªs que ha perdido su imperio o sus colonias puede constituir una f¨¦rtil tierra de cultivo para una invenci¨®n metahist¨®rica de ese calibre, que supone una suerte de suced¨¢neo para el imaginario colectivo. Pero si la cultura francesa estaba lo suficientemente dotada de anticuerpos para mofarse de semejante operaci¨®n, no ocurre lo mismo en el caso de Portugal, donde la idea de lusofon¨ªa cosecha, con la rara excepci¨®n de algunos intelectuales, un notable ¨¦xito.
No puede decirse en absoluto que sea una casualidad el hecho de que esta iniciativa partiera directamente del Ministerio de Asuntos Exteriores portugu¨¦s, que confi¨® su puesta en marcha al Instituto Camoens. Las inversiones econ¨®micas destinadas a asegurar la difusi¨®n del concepto de "lengua como patria" entre los pa¨ªses del mundo en los que se hablan las distintas variantes del portugu¨¦s han sido considerables y claramente perceptibles.
As¨ª, se ha podido asistir a la organizaci¨®n de congresos fara¨®nicos, como el de R¨ªo de Janeiro (verano de 1999) o, m¨¢s recientemente, el de Maputo, en Mozambique, que, por cierto, se sald¨® con un sonoro fracaso, si hemos de creer a la prensa. La intenci¨®n pol¨ªtica de la utilizaci¨®n de la lusofon¨ªa es tan flagrante que ni el pretendido car¨¢cter cient¨ªfico de las conferencias de decenas de portuguesistas y escritores invitados a tales reuniones ha podido ocultar su naturaleza.
Su evidente objetivo es, por encima de todo, el de oponerse a la anglofon¨ªa que se va extendiendo por dos zonas de fundamental importancia econ¨®mica y estrat¨¦gica en ?frica, como son Angola y Mozambique, pa¨ªses que en 1975, en el momento de la ca¨ªda del salazarismo y de la conquista de su independencia, declararon a la ONU el portugu¨¦s como lengua oficial, pero fue, como es notorio, para no privilegiar ninguna de las lenguas habladas por las diversas etnias que habitan en sus inmensos territorios.
Resulta, pues, evidente que el portugu¨¦s, en tanto que lengua oficial y hablada por la ¨¦lite pol¨ªtico-intelectual, es, por lo tanto, extremadamente fr¨¢gil: nos tropezamos una vez m¨¢s con el problema de la lengua del colonizador, expuesto en su momento de manera dram¨¢tica y radical, en sus lecciones en Berkeley, por Am¨ªlcar Cabral, el intelectual que impuls¨® el movimiento de liberaci¨®n del ?frica portuguesa y que fue asesinado en circunstancias que a¨²n siguen siendo misteriosas. Un problema pol¨ªtico y ling¨¹¨ªstico sobre el que los escritores africanos volvieron hace m¨¢s o menos dos meses, a treinta a?os de distancia, en su reuni¨®n de Asmara. Por lo dem¨¢s, los historiadores de la lengua m¨¢s serios se han ocupado de este asunto con la debida atenci¨®n; buena muestra de ello se encuentra en el hermoso ensayo de Pascale Casanova La R¨¦publique mondiale des lettres (Le Seuil, 1999).
Durante el congreso de R¨ªo de Janeiro, el principio de la lusofon¨ªa como lengua puesta al servicio de una idea pol¨ªtica fue revelada, no sin cierta ingenuidad, por el escritor portugu¨¦s Jos¨¦ Saramago, que se pronunci¨® con ¨¦nfasis contra las formas actuales de neocolonialismo, en particular contra la de los Estados Unidos, por su voluntad de imponer su lengua a todo el planeta. Ello le vali¨® las r¨¦plicas ir¨®nicas de algunos peri¨®dicos -EL PA?S, Corriere della Sera- que le hicieron notar c¨®mo ¨¦l mismo parec¨ªa olvidarse, de hecho, de que la propia lengua portuguesa se hab¨ªa impuesto precisamente en aquellos territorios que hab¨ªan sido colonias portuguesas, como Brasil, sin ir m¨¢s lejos.
Otra de las afirmaciones de este mismo autor, "nuestra lengua es la m¨¢s bella del mundo", acogida con grandes aplausos en la asamblea y recalcada con insistencia por la prensa portuguesa, puede parecer a¨²n m¨¢s ingenua, pero una frase as¨ª, en una ¨¦poca de feroz retorno en Europa de la xenofobia y del racismo, nos da tristemente que pensar. Por lo dem¨¢s, todos sabemos perfectamente que si las lenguas europeas se han difundido por todo el planeta no ha sido gracias a delicados sonetos, sino a la punta de las espadas. Los ling¨¹istas m¨¢s atentos nos ense?an que "el papel central desempe?ado por los lexic¨®grafos, gram¨¢ticos, fil¨®logos y hombres de letras fue decisivo en la formaci¨®n de los nacionalismos europeos del siglo XIX" (Benedict Anderson, L'imaginaire national. R¨¦flexion sur l'origine et l'essor du nationalisme, La D¨¦couverte, 1996).
El tab¨² del colonialismo es, por otro lado, un tab¨² dif¨ªcil de romper para los pa¨ªses que se han visto part¨ªcipes en ¨¦l como protagonistas. Con todo, ha sabido inspirar algunas obras maestras de diversos escritores, como El coraz¨®n de las tinieblas, de Joseph Conrad, Viaje al Congo, de Andr¨¦ Gide, o las p¨¢ginas africanas de Viaje al fin de la noche, de Celine. En Portugal, este tab¨² narrativo se ha revelado especialmente correoso. Son pocos quienes se han atrevido a enfrentarse con ¨¦l, como Jo?o de Melo, Lidia Jorge y, sobre todo, Ant¨®nio Lobo Antunes, pr¨¢cticamente en toda su obra, pero en especial en su soberbia novela Cul de Judas.
Entre los intelectuales, el ¨²nico pensador que ha demostrado, en mi opini¨®n, una perfecta lucidez acerca de los peligros de una lengua interpretada como esp¨ªritu nacional y adem¨¢s como colonialismo que, despu¨¦s de haber sido expulsado por la puerta de la historia, regresa por la ventana de la ling¨¹¨ªstica ha sido, a d¨ªa de hoy, Eduardo Louren?o, destacado exegeta de la obra de Pessoa y fil¨®sofo bien conocido entre los
lectores europeos por sus sutiles an¨¢lisis del alma y del imaginario colectivo de su pa¨ªs. En su ¨²ltimo libro, Imagem e miragem da Lusofonia (Ed. Gradiva, Lisboa, 1999), encauza su an¨¢lisis partiendo de la utilizaci¨®n deformadora e instrumental que las instituciones oficiales de la lusofon¨ªa han hecho de una c¨¦lebre frase de Fernando Pessoa, que ha quedado reducida a mero eslogan de un nacionalismo vulgar, y sobre ello quisiera detenerme brevemente.
"Mi patria es la lengua portuguesa", dijo Bernardo Soares en el Libro del desasosiego. Estamos a principios de siglo; Pessoa acaba de regresar de ?frica del Sur, donde ha completado todos sus estudios en ingl¨¦s y donde se ha criado rodeado por la cultura y la literatura inglesas. Para una persona en plena b¨²squeda como ¨¦l, a la conquista de su identidad cultural, una frase de ese estilo resulta perfectamente plausible. Pero el peque?o empleado Soares ensaya la lengua ¨ªntima de su diario como una suerte de nicho donde halla consuelo para su soledad y su desarraigo. Por lo dem¨¢s, esta patria no pretende ser m¨¢s que la geograf¨ªa interior de un personaje cuyo territorio es deliberadamente modesto y que aspira a aprender la lengua de sus sue?os, el uzbeco de Samarcanda. Fuera de contexto, y empleada hoy como si fuera una marca de pasta de dientes a la conquista del mercado, esta frase adquiere un sesgo innoble.
El razonamiento de Eduardo Louren?o se dirige sobre todo contra la dimensi¨®n mitificadora de una lengua empleada como "espacio de la portuguesidad", que no es, en resumidas cuentas, m¨¢s que el espacio en el que todos los nacionalistas, a partir de Herder, han pretendido hallar la esencia espiritual de cada pueblo. Durante el salazarismo, la pol¨ªtica portuguesa de autarqu¨ªa adopt¨®, entre otras, la forma de una defensa de la pretendida pureza de la lengua, con una inevitable hostilidad hacia todo aquello que fuera extranjero, con inclusi¨®n de las lenguas.
Pero el an¨¢lisis de Louren?o toca, aunque sea de modo marginal, el aspecto pol¨ªtico de la cuesti¨®n cuando se refiere a "la reciente arquitectura de la comunidad de pueblos de lengua portuguesa", una especie de tratado aparte que el Gobierno portugu¨¦s ha ido concertando en los ¨²ltimos a?os con determinados pa¨ªses africanos o de otros continentes. Un tratado que, a buen seguro, no sigue ya la l¨ªnea de la pol¨ªtica de integraci¨®n europea encabezada por los ancianos responsables socialistas como Mario Soares, sino que marca, por el contrario, el regreso a los territorios que en el pasado pertenecieron a Portugal.
Si Louren?o, con leve desprecio, declara que este organismo del Estado le parece "ineficaz, probablemente por razones de incompetencia", los observadores pol¨ªticos portugueses no se muestran todos igual de optimistas. Los historiadores que se niegan a participar en las quermeses de la lusofon¨ªa, o un escritor angole?o como Pepetela, no han dejado de lanzar gritos de alarma. El pasado mes de diciembre, un polit¨®logo de renombre, Miguel Sousa Tavares, escribi¨® en O Publico un violento art¨ªculo para denunciar las responsabilidades de un Gobierno que recibe en Portugal al anciano presidente guineano Nino Viera, responsable de tantas masacres, y que apoya al marxista Eduardo dos Santos, uno de los dos se?ores de la guerra que han reducido a Angola a un mont¨®n de escombros, en aras de su enriquecimiento mediante las armas (el otro es el liberal Jonas Savimbi).
Si mi amistad por Portugal puede haber sido causa de malentendidos, creo que ha llegado el momento de clarificar mi posici¨®n, dado que nuestra sociedad medi¨¢tica se caracteriza por una irresistible vocaci¨®n de banalizar ciertos problemas, al objeto de facilitar determinadas operaciones de promoci¨®n tur¨ªstica o literaria. La adopci¨®n de una lengua ajena, la heteroglosia, nada tiene que ver con el estado civil. Alimentar una confusi¨®n semejante resulta deplorable. Como nos ense?an los numerosos escritores del siglo XX que optaron por expresarse en una lengua que no era su idioma materno, la pertenencia a una patria ling¨¹¨ªstica es una obligaci¨®n, mientras que la adopci¨®n de otro idioma significa elecci¨®n, libertad, vagabundeo, aventura. Visitar una dimensi¨®n desconocida a trav¨¦s del instrumento de una lengua es una de las experiencias m¨¢s enigm¨¢ticas y emotivas que pueden ofrecerse a un escritor. Por lo dem¨¢s, es en el "espacio de la lengua" donde un escritor busca sencillamente su palabra, la que siempre estar¨¢ ligada a una forma de viaje que se asemeja al exilio.
Si determinados representantes de la cultura oficial portuguesa piensan hoy que la lengua portuguesa es una patria, yo prefiero adherirme, por mi parte, a una frase de Bernard-Marie Kolt¨¨s extra¨ªda de una de sus piezas: "Realmente, no soy del todo de aqu¨ª". De hecho, yo estoy en Par¨ªs, he escrito el presente texto en franc¨¦s. Y no por eso pertenezco a la francofon¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.