Derecho preferente
Varios d¨ªas por semana regreso de mi trabajo entre las diez y las once de la noche. Vengo cansada, me queda media hora de conducir y traigo conmigo la tensi¨®n del trabajo y todos sus inconvenientes. Necesito distraerme, y para eso la m¨²sica en ese momento no me sirve. Como hay un programa en Radio Nacional que me presta ese servicio, porque en ¨¦l hablan de cosas que me entretienen o me interesan, recurro a ¨¦l y aprovecho la ventaja de que la radio nacional sea de todos. Pero no de todos todos. En realidad, a los que escuchamos ese programa (lo mismo que a otros) s¨®lo se nos atiende si no hay algo verdaderamente importante que transmitir, y nuestro entretenimiento se nos roba, no s¨¦ si incluso m¨¢s veces que las que se nos brinda, para ofrecer un partido de f¨²tbol que interesa a los much¨ªsimos de los que nosotros no somos una parte.Ya sabemos que el f¨²tbol tiene derecho preferente, y prepotente, a imponerse sobre cualquier otro inter¨¦s posible. "?Qu¨¦ le vamos a hacer!", se resignaba hace unos d¨ªas el presentador del programa de poquitos. ?Qu¨¦ le vamos a hacer?, pens¨¦ yo: una vez m¨¢s, apretar el bot¨®n y callarnos, ¨²nicos dos derechos que se nos reconocen a quienes la pasi¨®n por excelencia nos parece un soberano aburrimiento. Pero tambi¨¦n pens¨¦ otra cosa. Por eso le escribo.
Se me ha ocurrido una soluci¨®n que quiero sugerir a nuestros atentos gobernantes para que no sigan haciendo que algunos nos sintamos como imb¨¦ciles y como ciudadanos de quinta fila. Ya que de verdadero inter¨¦s nacional aqu¨ª s¨®lo hay un asunto, que es el de la pelota, instituyan una cadena s¨®lo para eso. No dir¨¢n que es pedir mucho, que mientras los dem¨¢s seguiremos conform¨¢ndonos con un ratito al d¨ªa, cada cual con el suyo, los ciudadanos de primera podr¨¢n disfrutar del vociferio ritual, sin interrupci¨®n, todos los d¨ªas del a?o todas las horas del d¨ªa, cada minuto de cada hora, en exacta correspondencia con su propia avidez y con el grado de sumisi¨®n a sus gustos de que ustedes parecen capaces, es decir, sin l¨ªmite. As¨ª, el gran derecho se ver¨¢, por fin, de una santa vez colmado y magnificado hasta la apoteosis que ¨¦l se merece, por siempre jam¨¢s am¨¦n o por lo menos mientras a los vociferantes les siga quedando voz y a los futboloyentes voto, sin que los dem¨¢s resultemos arrollados, un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, por el empuje de sus intens¨ªsimas, irrespetuosas y respectivas pasiones.- . .
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