Moda payesa en Manhattan
A los 34 a?os, Miguel Adrover, un mallorqu¨ªn de Calonge, hijo de agricultores y curtido en la recogida de la almendra, la movida madrile?a y la hirviente cotidianidad de las calles de Nueva York, se ha convertido en el ni?o bonito de la moda en Estados Unidos. Su segundo desfile, el pasado febrero, fue un ¨¦xito tal que los comentaristas le hicieron hueco en sus cr¨®nicas junto a los grandes nombres como Calvin Klein. ?Qu¨¦ ofrece un joven autodidacto, cuyo estilo parte de la cultura del reciclaje, de restos de telas, sudaderas y cosas compradas a bajo precio en la calle o recogidas directamente de la basura, y que vive en un apartamento de un s¨®tano oscuro del East Village, el barrio m¨¢s alternativo de Manhattan, del que debe seis meses de alquiler?"Frente a las habituales colecciones minimalistas, b¨¢sicas, enfocadas a vender, creo que no se hab¨ªa representado Nueva York de la manera en que yo lo he hecho, y eso es lo que ha llamado la atenci¨®n", dice. "Mi primer desfile ten¨ªa una parte basada en los vagabundos, e inclu¨ªa elementos como un cubrecolchones. Me inspiro en la calle, subiendo al metro, hablando con mis amigos. Casi nunca miro revistas de moda". Dos de sus propuestas m¨¢s celebradas fueron un jersey cuyas hombreras son gorras de equipos de b¨¦isbol y una gabardina puesta del rev¨¦s con los cuadros y la etiqueta de Burberrys a la vista.
"Dej¨¦ la escuela cuando ten¨ªa 12 a?os", cuenta. "Trabajaba en el campo, en la recogida de la almendra. Luego hice la mili, estuve yendo y viniendo a Londres y despu¨¦s a Madrid, donde me met¨ª en el grupo Diab¨¦ticas Aceleradas y organizaba fiestas con Pedro Almod¨®var, Alaska o Rossi de Palma. Llegu¨¦ un poco tarde a la movida pero s¨ª cog¨ª lo que pude. M¨¢s tarde estuve en la selva brasile?a; trabaj¨¦ tambi¨¦n en un bar en Mallorca y por fin llegu¨¦ a Nueva York de vacaciones y decid¨ª quedarme".
Lleva nueve a?os viviendo en Manhattan. Para acceder a su apartamento hay que bajar unas peque?as escaleras y enfrentarse a un pasillo sin ventanas de unos 20 metros de largo. Ya en el interior, cubre el sof¨¢ una tela de colch¨®n, sobre la nevera destacan unos enormes cuernos y en una balda de madera de la cocina reposa la cabeza de una mu?eca entre utensilios dom¨¦sticos. La mesa y las sillas tienen esa provisionalidad de una ciudad en la que la gente viene y va, revende los muebles o directamente los abandona en la calle en un reciclaje continuo. "El hecho de que utilice esos elementos ha sido por obligaci¨®n", explica, "porque no ten¨ªa mucho dinero. Yo y mi amigo Sebasti¨¢n ¨ªbamos con la bicicleta por las basuras, o a f¨¢bricas de telas que sab¨ªamos que tiraban los restos por la noche. Les dec¨ªamos a nuestros amigos que ¨ªbamos de compras". Sebasti¨¢n es Sebasti¨¢n Pons, tambi¨¦n mallorqu¨ªn, ayudante de Alexander McQueen, el dise?ador de Givenchy.
Miguel Adrover mide metro noventa, es delgado y fuerte y se r¨ªe mucho. Habla de s¨ª mismo con mucha seguridad pero con cierto distanciamiento de pay¨¦s, y en la mesa del apartamento hay un mont¨®n de recortes de prensa que hablan de su talento, de sus propuestas atrevidas, imaginativas y cualquier cosa menos mediocres, que rompen la rutina y el pragmatismo de un mercado entregado cada vez m¨¢s al negocio. De pronto, en Vogue, en The New York Times, en el Herald Tribune, su nombre ha comenzado a ponerse como ejemplo de talento en ebullici¨®n. Un grupo de moda reci¨¦n creado, Pegasus Apparel Group, dirigido por un antiguo ejecutivo de Donna Karan, est¨¢ a punto de llegar a un acuerdo con ¨¦l para producir sus modelos. Y Julie Gilhart, vicepresidenta para moda femenina de los elitistas grandes almacenes Barneys de Nueva York, se ha mostrado dispuesta a vender las prendas que Adrover haga para ellos. Lo mismo que otro almac¨¦n de lujo, Neiman Marcus. Curiosamente, el dise?ador apenas ha vendido nada todav¨ªa y su ropa ha sido buscada y adquirida por el boca a boca. La actriz Sarah Jessica Parker, por ejemplo, le acaba de comprar una prenda de su colecci¨®n de verano por 50.000 pesetas.
El dise?ador no disimula su satisfacci¨®n ante tantos halagos y apoyos s¨²bitos, pero tampoco se crece ni olvida sus temporadas comiendo sandwiches o fregando suelos en dos edificios de Queens. Sabe, adem¨¢s, que en el mundo de la moda nadie se mantiene sin infraestructura, "no importa lo bueno que seas".
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