Vilallonga... divino marqu¨¦s de Vilallonga IGNACIO VIDAL-FOLCH
Con estas memorias tituladas La cruda y tierna verdad, que Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n acaba de apadrinar en la sede de Bertelsmann, ya son cuatro o cinco los libros que he le¨ªdo de Jos¨¦ Luis de Vilallonga, al que en mi permanente di¨¢logo con Chuky, el mu?eco diab¨®lico que habita en m¨ª (todos llevamos dentro un Chuky, el m¨ªo tiene cara de Pujol, lleva al cuello un plastr¨®n verde y r¨ªe sin motivo), prefiero llamar "el marqu¨¦s de Vilallonga", pues el t¨ªtulo nobiliario le da un plus teatral muy propio del personaje.Siempre me gusta, nunca me defrauda este autor. Aunque repite las an¨¦cdotas de uno a otro libro, lo que los analistas m¨¢s benignos llaman "autocanibalismo"; los m¨¢s severos, "autoplagio", y Chuky, "vaya morro que se gasta".
La desfachatez ol¨ªmpica, aristocr¨¢tica, esdr¨²jula, con que cuenta una y otra vez las mismas historias me resulta fascinante. En los ¨²ltimos a?os viene publicando en La Vanguardia unos art¨ªculos a menudo entretenidos o brillantes. Afirmo sin iron¨ªa que en nada empa?a ese brillo el hecho de que ese art¨ªculo lo hayamos le¨ªdo, a?os atr¨¢s, en EL PA?S, y m¨¢s atr¨¢s a¨²n, en alguno de sus libros. Pues entre una y otra versi¨®n pasa el tiempo, la an¨¦cdota ya est¨¢ medio olvidada, la trama brumosa... ?De repente estoy leyendo una p¨¢gina de Vilallonga y veo reaparecer, como a Hern¨¢ndez y Fern¨¢ndez en un ¨¢lbum de Tint¨ªn, a ese buen viejo de Arist¨®teles Onassis! Incr¨¦dulo sigo leyendo, mientras le digo a Chuky: "No se atrever¨¢... El divino marqu¨¦s no se atrever¨¢ a volver a endilgarnos los aforismos de Onassis sobre las mujeres...".
?Vaya si se atreve! Cuando, sin ser un piedro desalmado, se ha formado parte, como Vilallonga, de un pelot¨®n de fusilamiento a los 16 a?os de edad; o, lo que no es menos duro: cuando, venerando los libros, se ha asistido a la formaci¨®n de una biblioteca en la forma en que se construye la de sus padres; cuando todos los d¨ªas de la infancia se viaja como una lanzadera entre lo sublime y lo abyecto... se vacuna uno contra ciertos melindres, entre ellos el temor a repetirse, y se llega a la conclusi¨®n de que ciertas experiencias incluso mejoran cada vez que se cuentan. As¨ª que... ?Ah¨ª van los largos p¨¢rrafos en los que el armador griego, en la cubierta del yate Cristina, navegando por las aguas del Mediterr¨¢neo o anclado frente a M¨®naco o Cannes, habla con fluida elocuencia -la misma elocuencia que Vilallonga le presta a madame Claude, a Sof¨ªa Loren, a Charles Chaplin o a su propio personaje de Vilallonga- sobre el siempre apasionante tema de las mujeres y el libertinaje. Se suceden los t¨®picos y las agudezas a velocidad vertiginosa. Y mientras los voy leyendo, fascinado, asombrado, escandalizado, indignado, divertido, musito: "Atento, Chuky, que ahora vendr¨¢ aquello de que a la Callas, para ser perfecta, s¨®lo le sobra el bel canto". ?Y en efecto, ah¨ª tenemos a Ari lamentando la irrefrenable tendencia de Mar¨ªa Callas a cantar!
El asunto de la mujer le fascina, le ciega. Su primera exclusiva mundial como periodista, para Destino, la consigui¨® en Lisboa en plena guerra mundial: una entrevista con un desertor del fascismo a cuya cabeza Mussolini hab¨ªa puesto precio. Vilallonga llega a la cita, aporta licores admirables, h¨¢bilmente crea un clima c¨¢lido y le sonsaca confidencias; primero, sobre pol¨ªtica internacional, la marcha de la guerra y otras arideces; enseguida va al grano: vamos a ver, ?c¨®mo valora Mussolini a la mujer? ?Le gustan finas o bastorras? Y ya estamos.
Chuky opina que hay algo muy sospechoso en la selecci¨®n de figurantes fijos de Vilallonga. "Siempre los mismos, Primo de Rivera, Onassis, Audrey Hepburn, madame Claude, Fellini... f¨ªjate, todos muertos. ?No te escama? Yo creo que Vilallonga espera a que palme alguien c¨¦lebre para decir que le conoci¨® y poner en su boca las cosas que le apetece. No se va a levantar el fiambre de la tumba gritando: '?Falso, Vilallonga! ?Yo a usted no le dije m¨¢s que buenos d¨ªas!".
No s¨¦, Chuky. Ahora que lo dices, en estas memorias aparece Mitterrand; el autor se lo encuentra -?claro!- en la brasserie Lipp, en Par¨ªs, Mitterrand se interesa por cu¨¢les son sus autores preferidos y ¨¦l se lo cuenta, y de paso a nosotros, sus lectores. Dada la vez, Mitterrand desaparece, como un mayordomo. Pero creo que el descaro forma parte del encanto de esta memoria.
V¨¢zquez Montalb¨¢n, que ya en los arduos tiempos de Triunfo descubri¨® en Vilallonga "una mirada sobre su clase social implacable, pero dotada de geometr¨ªa para ver su estructura y de compasi¨®n para comprender a las personas", explic¨® mejor todo esto. Se refiri¨® a la construcci¨®n de un personaje: "Todo escritor es un suplantador de s¨ª mismo... Unas memorias no tienen por qu¨¦ ser sinceras, la sinceridad no es un valor literario". Cierto. Esperamos el segundo volumen.
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