Cuerpos gloriosos
?Debe o no pedir perd¨®n la Iglesia por su acciones pret¨¦ritas? Con el tiempo, va uno descubriendo que las cuestiones fundamentales son menos importantes que los detalles, y que hay que descender hasta el "c¨®mo", el "d¨®nde" o el "cu¨¢ndo", para atar cabos o hacerse una composici¨®n de lugar m¨ªnimamente aseada. Por ejemplo: desde la perspectiva del no creyente, no se encuentra la Iglesia m¨¢s necesitada de perd¨®n que la democracia, la instituci¨®n mon¨¢rquica, o la republicana.Los hombres son como son, y tarde o temprano terminan haciendo una pifia. La Iglesia no ha sido una excepci¨®n, y aqu¨ª concluye el asunto. Se cambia sin embargo el ¨¢ngulo de visi¨®n, y el panorama adquiere un aspecto por completo distinto. La Iglesia, seg¨²n su propia definici¨®n, es el Cuerpo M¨ªstico de Cristo. O sea, una realidad sobrenatural presidida por el Hijo de Dios. La cuesti¨®n, entonces, no estar¨ªa en la oportunidad o no de que pida perd¨®n por sus errores, sino en el hecho previo de c¨®mo es posible que haya podido cometerlos. Sabemos por qu¨¦ son falibles los hombres desasistidos de Dios. Pero comprendemos peor por qu¨¦ lo son tambi¨¦n sus representantes en la tierra.
Viene esto a cuento de las declaraciones recientes de monse?or Rouco sobre la guerra civil espa?ola y el papel que en ella jug¨® la Iglesia. Me parece bien que Rouco se resista a cantar la palinodia en solitario. En la enorme torpeza moral que fue nuestra guerra civil, todas la partes -la izquierda no menos que la derecha- echaron su cuarto a espadas. Pero Rouco ha a?adido algo que suena un poco raro. A saber, que "la Iglesia s¨®lo se examina ante Dios". Esto mueve a una cierta preocupaci¨®n, y ello por razones m¨¢s prospectivas que retrospectivas. Si Dios es la ¨²nica instancia a la que la Iglesia se siente constre?ida a dirigirse ?c¨®mo considerarla una interlocutora fiable en el orden civil, que es un orden humano? ?M¨¢xime cuando su ejecutoria evidencia los vanos, incongruencias y pasos en falso que gen¨¦ricamente afean la conducta del hombre en este valle de l¨¢grimas?
La interrogaci¨®n carece de respuesta. O carece de ella, al menos, cuando se formula desde la orilla del no creyente. Nos hallamos ante un abismo, que s¨®lo puede ser salvado mediante el compromiso, el sentido com¨²n, y la tolerancia rec¨ªproca. Apelando a estas virtudes esencialmente profanas -y por profanas, inteligibles para el conjunto de los hombres, quiero decir, tanto para los que est¨¢n dentro como fuera del Cuerpo M¨ªstico-, me permito recibir con un grano de escepticismo la vehemencia penitencial que ha distinguido ¨²ltimamente al Papa.
Mis reservas brotan, en rigor, de su actividad fren¨¦tica en el terreno de las canonizaciones. P¨ªo XII fue el iniciador moderno de la canonizaci¨®n en masa: gener¨® treinta y tres santos, un n¨²mero enorme en comparaci¨®n de los consagrados por papas anteriores. Pues bien, esta cifra se queda en nada si la cotejamos con la de los santos producidos por Juan Pablo II: 270 hasta 1998 -mi ¨²ltimo dato-.
Los santos ha constituido siempre un instrumento de poder en manos de la Iglesia. En tiempos medievales, el exceso de m¨¦rito acumulado por los santos sirvi¨® como nutriente para la concesi¨®n de indulgencias, y por tanto, como una fuente de rentas para Roma. En la ¨¦poca contempor¨¢nea, se ha santificado a figuras que, siendo respetabil¨ªsimas, subrayaban, o representaban, posturas u opiniones concretas defendidas por la jerarqu¨ªa.
En la misma l¨ªnea, Rouco ha anunciado que impulsar¨¢ los procesos de canonizaci¨®n de los 10.000 m¨¢rtires de la guerra civil. Se hace dif¨ªcil, muy dif¨ªcil, no interpretar esta diligencia sin precedentes en t¨¦rminos pol¨ªticos. O no ver en ella una beligerancia que se aviene mal con los prop¨®sitos de autocr¨ªtica hechos p¨²blicos por el Vaticano. Nos asomamos otra vez, qu¨¦ se le va a hacer, al abismo de que habl¨¦ antes. Los cat¨®licos obedientes pensar¨¢n que se han multiplicado los milagros y se?ales que recomiendan la inclusi¨®n de nuevos nombres en el santoral. Los dem¨¢s har¨¢n una lectura inspirada en criterios de Realpolitik. Sea como fuere, la muchedumbre de cuerpos gloriosos no colmar¨¢ el abismo.
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