Garc¨ªa Calvo
A. R. ALMOD?VAR
Si alg¨²n pensamiento rebelde queda en este pa¨ªs, ¨¦se ser¨¢ el de Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo. Pas¨® por aqu¨ª la semana pasada, invitado por la Diputaci¨®n de Sevilla, y una vez m¨¢s nos dej¨® este ¨¢crata incorregible, a sus 73 a?os de reloj, su testimonio ind¨®mito, sus maneras libertarias contra todo mercadeo cultural, contra toda instituci¨®n, sea cual sea. Esta vez incluso lleg¨® un poco m¨¢s lejos que de costumbre, poniendo en solfa a la educaci¨®n misma ("Me importa un bledo que caigan el griego y el lat¨ªn"), y apret¨® m¨¢s si cabe su cadena de analog¨ªas entre Capital, Estado, Historia, presunta Realidad y Tiempo presunto. Tambi¨¦n puso en guardia a los presentes (que atiborraban la sala, por descontado) contra la democracia misma, como una forma m¨¢s de administrar muerte al pueblo, aunque sea "menos tosca que aquellas de la Inquisici¨®n y de las dictaduras".
No le faltan razones para expresarse as¨ª a quien fue el ¨²ltimo procesado por la inquisici¨®n sevillana, en el a?o 62 de este siglo, y no del anterior ni del otro. Parecer¨¢ alucinaci¨®n, pero fue rigurosamente cierto, como que varios amigos m¨ªos, compa?eros de curso, fueron citados ante un tribunal eclesi¨¢stico compuesto por cinco curas de lo m¨¢s circunspectos, a que declarasen si no era m¨¢s cierto que Garc¨ªa Calvo hab¨ªa puesto en duda la sacrosanta virginidad de Mar¨ªa, en un seminario de lat¨ªn. Tal como les digo. Y que uno de aquellos alcaldillos de Franco organiz¨® un desagravio p¨²blico a la Inmaculada Concepci¨®n, en la Plaza del Triunfo, justo delante de donde mismo el otro d¨ªa habl¨® Garc¨ªa Calvo. Curioso: ya nadie se acuerda de aquel meapilas, ni de aquel Sanedr¨ªn de z¨¢nganos con sotana, pero Garc¨ªa Calvo sigue llenando y llegando al p¨²blico (por cierto, hab¨ªa muchos j¨®venes, de ¨¦sos que ya seguramente ni votan).
Lo bueno de este Agust¨ªn es que te obliga a pensar, aunque no quieras y/o te duela. Con su implacable m¨¦todo socr¨¢tico (en un par¨¦ntesis estremecedor nos record¨® que a S¨®crates lo liquid¨® la democracia ateniense), te va llevando de ejemplo en ejemplo, m¨¢s otros que t¨² te pones mentalmente. ?Acaso no es verdad que la democracia es s¨®lo el menos malo de los m¨¦todos conocidos? ?No lo es que el Sistema sigue administr¨¢ndonos muerte en sus acostumbradas dosis de 40 muertos por semana en esas carreteras; de 4000 m¨¢s al a?o por tabaco -s¨®lo en Espa?a-, del atasco de la llamada justicia -50.000 pleitos siguen amontonados en la Sala de lo Contencioso, s¨®lo en Andaluc¨ªa-; de la televisi¨®n glamourosa que te convierte en papanatas de babero en cuanto te descuidas; de las hipotecas que te roban el d¨ªa a d¨ªa, haciendo de tu vivir un puro sinvivir? Gr¨¢fica y hermosa palabra ¨¦sta del pueblo.
En otras de la misma alcurnia se apoy¨® el de Zamora, como en este ejemplo por sole¨¢: Senta¨ªto en la ehcalera/ ehperando el porven¨ª,/ y el porven¨ª que no yega, para ilustrarnos de su amor a la exactitud po¨¦tica, al ritmo bien construido como indicio del verdadero tiempo (no ¨¦se del reloj) y, por analog¨ªa tambi¨¦n, de la vida como un continuo insondable, como un verdadero infinito, en el que la muerte, mi muerte, no tiene sentido, ergo no existe. O dicho al rev¨¦s, que s¨®lo existe la muerte en la que te obligan a creer, y ¨¦sa s¨ª que te destruye.
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