Tambores cercanos
JUVENAL SOTO
La semana que llamamos Santa tiene en Andaluc¨ªa, y en casi toda Espa?a, mucho de Venganza de Don Mendo. Al menos para quienes no podemos ocultar nuestra aprensi¨®n para con los cucuruchos, ya sean rellenos de nazareno, ya de helado de turr¨®n. Recuerdo que en la obra de Mu?oz Seca hay una escena en la que el rey llega a alg¨²n sitio precedido por una estruendosa corte de trompetistas y tamborileros cuyo tumulto le impide a su majestad entenderse con sus interlocutores. Notablemente cabreado por tanta alharaca, el rey termina por exclamar: "Cese ya el atambor, que ya est¨¢n mis nobles hartos y yo ah¨ªto de tanto parchear y tanto pito".
M¨¢s harto que otra cosa -y hoy es lunes- est¨¢ quien esto escribe de la semana que llamamos Santa. No tanto por el continuo transcurso de los desfiles procesionales -por m¨ª las cofrad¨ªas andaluzas podr¨ªan ir organizando la ascensi¨®n conjunta al Veleta- como por el tost¨®n que estamos obligados a soportar quienes nos va un bledo en todo el guirigay de esta semana que, en mi opini¨®n, ya pudiera ser cosa exclusiva de Internet.
Caballos, bo?igas de caballos, nazarenos tocadores de trompetas, nazarenos con furor tamborilero, legionarios, guardias civiles, centuriones romanos, se?oras con mantilla, caballeros con traje azul marino, vendedores de coco, crucificados, dolorosas, flajelados, loteros, penitentes, simples apenados, pregones, pregoneros ocasionales, ritos de pasi¨®n, apasionados ritos y un fest¨ªn informativo a costa del sarao semanasantero quiz¨¢s debiera restringirse a los que verdaderamente est¨¢n interesados en el evento. Quienes no vemos en la crucifixi¨®n m¨¢s que un m¨¦todo expeditivo para acabar con cierto trovero alelado y sentimental no s¨¦ yo por qu¨¦ hemos de padecer un martirio que nos es tan extra?o como el historial m¨¦dico de Poncio Pilatos.
El caso es que otra vez conmemoramos los deplorables sucesos de Jerusal¨¦n y otra vez estoy a punto de tirarme al monte. En esta ocasi¨®n he elegido una serran¨ªa cercana a M¨¢laga, consciente de que por mucha tierra de por medio que ponga entre la ciudad y mi forzado destino encontrar¨¦ una procesi¨®n y su correspondiente tamborrada all¨¢ donde termine de dar con mis descre¨ªdos huesos. Sin embargo, la semana que llamamos Santa resulta m¨¢s digerible en un pueblo de sierra, un pueblo peque?o donde La venganza de Don Mendo apenas sea una referencia en la memoria de quienes sufrieron el Estudio Uno de aquella televisi¨®n franquista que el actual P¨ªo Cabanillas -que no es otro resucitado, sino el hijo de aqu¨¦l que cre¨ªmos tan inmortal como Dios- se empe?a ahora mismo en revivir no un domingo al a?o y s¨ª todos los d¨ªas de todos los a?os que lleva con el culete puesto en el solio de la direcci¨®n general del jodido ente RTVE.
As¨ª las cosas, uno llega a pensar que lo de la quema de conventos tambi¨¦n es otra vieja tradici¨®n espa?ola, y que no por eso es imprescindible resucitarla todos los a?os por estas fechas. De modo que acaso lo m¨¢s conveniente sea que cada apasionado semanasantero se dedique a tocar la trompeta y el tambor en su casa, y a dejar las calles como lo que dicen que son: la casa com¨²n. Una casa, digo yo, grande y libre de tambores tan cercanos.
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