Rebeli¨®n intelectual contra los arquitectos
El proyecto de la ampliaci¨®n del Museo del Prado ha sido, en cierta medida, el detonante de una pol¨¦mica que, pese a ser repetida con cierta frecuencia, reviste hoy los tintes de una nueva concepci¨®n. El controvertido dise?o de un prestigioso arquitecto como Rafael Moneo con su cubo en ladrillo, con el cual quedar¨ªa casi cubierto el claustro del sigloXVII de los Jer¨®nimos y parte de su monumental iglesia, ha sido tildado por algunos cr¨ªticos de dudosa originalidad, cuando no, como algunos columnistas han subrayado en diversos medios, de un atentado est¨¦tico. En esta era, en la que los grandes arquitectos nunca son an¨®nimos y en vez de trabajar en catedrales o palacios descargan su quehacer en aeropuertos, museos, rascacielos o edificios p¨²blicos en general, todav¨ªa est¨¢n candentes los ejemplos del Kursaal, en San Sebasti¨¢n, cuya fr¨ªa acogida de cr¨ªtica y p¨²blico ha sido ocultada por la necesidad de su uso, y el esplendor del Museo Guggenheim de Bilbao, ¨¦xito que a pocos ha disgustado, realzando un entorno de industrias sider¨²rgicas desmanteladas, ruinas contempor¨¢neas, y donde se comenta: vale m¨¢s el continente que el contenido. No se trata, pues, de un debate contra las ¨²ltimas tendencias est¨¦ticas, sino de la oportunidad de algunos arquitectos que, pese a tener en su haber premios como el Priztler, trabajan m¨¢s para s¨ª mismos que para adecuarse al contexto sociocultural en el que las obras han de edificarse, dejando una presencia de a?os o de siglos. As¨ª comienza, lo mismo que en otras ramas del arte, una incipiente revuelta contra las "dictaduras" de las vanguardias, por otro lado, ya viejas, pues se repiten modelos en los rascacielos como el de los almacenes Carson de Sullivan, de 1889; los de la Bauhaus, o las instalaciones inspiradas en el osado urinario que a principios del siglo pasado expuso un Duchamp transgresor. No es tanto la originalidad, sino la imposici¨®n del pretendido genio sobre el p¨²blico y el entorno, la ausencia de una conciencia "ecol¨®gica-cultural" en armon¨ªa o no con las complejas relaciones del "ecosistema" cultural, en literatura, donde la asimilaci¨®n de las vanguardias ha sido mucho m¨¢s digerida, tamizada y recolocada que en las dem¨¢s artes; en m¨²sica o en pintura, el creador no es invasivo, porque el espectador puede cerrar el libro, no ir al concierto o prescindir de un lienzo, pero los edificios se plantan en las calles por donde, se quiera o no, hay que transitar, vivir, disfrutarse o soportarse. Por eso se reclama la libertad del p¨²blico espectador, sujetos contempladores que pueden decidir tambi¨¦n frente a esas imposiciones est¨¦ticas de los expertos, de los que hace poco dec¨ªa el corresponsal cultural en Europa de The New York Times, Alan Riding, en la Residencia de Estudiantes, hablan de un arte cada vez m¨¢s elitista y distante de los ciudadanos de a pie. Objetan otros, sin embargo, que tambi¨¦n en el Renacimiento se hac¨ªa, sin consultar, un urbanismo mestizo de ¨¦pocas y estilos, ante lo que se les responde con el ejemplo de Par¨ªs, donde, salvo la peque?a pir¨¢mide del Louvre y el Museo G. Pompidou, la "modernidad" se ha desarrollado en una zona aparte, sin fastidiar a los ciudadanos que quieren mantener su pasado, La D¨¦fense, nuevo "Manhattan" a la francesa en l¨ªnea con el Arco del Triunfo y otras avenidas cl¨¢sicas sin molestar a la antig¨¹edad, ya que, en un siglo en el que se han dado destrucciones y construcciones masivas como jam¨¢s hubo antes en la historia, no es necesario romper el entorno, el "contexto", en boca de los hermeneutas, o el ecosistema monumental de una zona hist¨®rica. No en vano la plaza de Col¨®n, en Madrid, es habitualmente criticada, y es que no es f¨¢cil hallar coherencia cuando un rascacielos se planta junto a una iglesia barroca o a un vetusto palacio. Esa propuesta de llevar lo nuevo a las zonas nuevas y dejar lo antiguo como est¨¢, manteni¨¦ndolo para las generaciones venideras, se une a las ¨²ltimas tendencias de volver a cierto consenso en la cr¨ªtica de arte, como proclaman G.Steiner y H. Bloom, por ejemplo: los turistas vienen a visitar Toledo, y no M¨®stoles, del mismo modo que los cinco millones de visitantes anuales en nuestra capital acuden a la zona monumental, y no a Vallecas o a Carabanchel; ya quisieran en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York tener un entorno con obras maestras del siglo XVIII al aire libre, tal y como se da en tantas ciudades europeas, donde los ciudadanos se nutren de belleza sin tener que pagar entrada para disfrutarla. El reciente dictamen del concurso para el Museo de las Colecciones Reales, frente al Palacio Real y junto a la catedral de la Almudena, ha premiado el proyecto de Cano Lasso, entre otros motivos, por su respeto al entorno que le rodea, con materiales exteriores en piedra similar a la de los edificios colindantes, humilde trabajo arquitect¨®nico que no necesita destacar por sus estridencias -hace tiempo que el esc¨¢ndalo no es valorado como ¨²nico m¨¦rito art¨ªstico-. Grandes arquitectos, como Ricardo Bofill, Martorell, Mackay o Bohigas, han quedado fuera del premio a esa nueva tendencia que encarrila al "genio", como en el caso de Moneo, a recortar sus pretensiones y modificar en parte su gusto est¨¦tico ante las demandas tambi¨¦n est¨¦ticas, democr¨¢ticas, de sus contempladores. Es triste el caso de los botes de pintura o las piedras arrojadas por los ciudadanos contra monumentos como en la plaza del Museo Reina Sof¨ªa o en la juder¨ªa de C¨®rdoba con el edificio acristalado de Turismo. Tal vez, la belleza no deba ser algo siempre impuesto, sino libremente aceptada, consensuada, dialogada.
Ilia Gal¨¢n es profesor invitado de Est¨¦tica en la Universidad Carlos III de Madrid.
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