"No quiero su pasaporte brit¨¢nico, yo soy africano"
ENVIADO ESPECIALPara Hamish Raby hoy es un mal d¨ªa. Debe abandonar su hogar del ¨²ltimo a?o y medio en Red Lichen Cottage, en Goruve, al norte de Zimbabue, situado en la paradisiaca ensenada de un lago. Sus jefes de Londres le han ordenado entre amenazas de repatriaci¨®n forzosa replegarse a Harare por miedo a la violencia de los veteranos. Raby dirige programas de desarrollo en las tierras comunales financiados por los granjeros blancos de Goruve. Franscis Muronzi, de 60 a?os, es negro y posee siete hect¨¢reas comunales: una para la vivienda y otras seis, situadas a un kil¨®metro de distancia de su casa, para el cultivo de vegetales, naranjas y mangos. Es uno de los beneficiados de las ideas del ingl¨¦s Raby. Estas tierras comunales, como la f¨¦rtil de Murozi, pertenecen al Estado (que en Zimbabue es lo mismo que decir al Gobierno) y su reparto depende, en el caso de la comuna de Kanonara Kraal, del criterio de un jefe llamado Chipurero.
Murinzi tiene tres vacas huesudas que le dan 48 litros de leche al d¨ªa (unas 2.400 pesetas diarias, seg¨²n la cotizaci¨®n del d¨®lar zimbauano). Es pobre y feliz: trabaja con sus propias manos. "Me vendr¨ªan bien 20 o 30 hect¨¢reas unidas, pero el sistema de las invasiones de tierra no es la soluci¨®n. Hay que dialogar entre todos y no permitir que unos pocos pol¨ªticos se lucren con este problema". Muronzi, que aprecia el trabajo de Raby, quien le ha ense?ado a cultivar naranjas, asegura que la colaboraci¨®n entre las granjas (de los blancos) y las tierras comunales marcha muy bien y que ¨¦se es el camino. Muronzi habla pausado y mira fijo a los ojos. Desde su mundo minimalista tambi¨¦n ve c¨®mo su pa¨ªs se hunde r¨¢pidamente. "Hay tierra suficiente; todos no pueden ser campesinos de repente; muchos de esos veteranos no tienen ni idea de lo que es la labranza".
Al Norte, todav¨ªa dentro de la comuna de Karonara Kraal, Sandros Nyamasoka, mima sus hojas secas de tabaco. Es su negocio. "Hace tres a?os plant¨¦ 5.000 plantas y obtuve 22.000 d¨®lares zimbabuanos ; el segundo a?o compr¨¦ 21.000 y obtuve 72.000 d¨®lares ; en este a?o he adquirido 15.000 plantas y espero lograr unos ingresos de unos 200.000 d¨®lares zimbabuanos ".
Nyamasoka se halla entusiasmado con su negocio, pues ahora le permitir¨¢ construirse una vivienda. Es, como Murinzi, el tipo de persona que deber¨ªa beneficiarse de la pol¨ªtica del presidente Robert Mugabe y aplaudir las invasiones de las granjas de los blancos. "Poseo dos hect¨¢reas. Yo no necesito m¨¢s, ?para qu¨¦ las quiero? Levantar estos secadores de tabaco me ha costado mucho tiempo; me morir¨ªa antes de poder de sacar provecho a m¨¢s tierra". Sus dos hermanos, que no despegan los labios, carecen de tierra propia; son landless y ayudan a Sandros en el secado de las hojas del tabaco. Aunque esas dos hect¨¢reas pertenecen al Gobierno, Nyamasoka las considera propias y hace planes para dejarlas en herencia a sus hijos.
Llegamos al Red Lichen Cottage de Hamish Raby, dentro de una de las granjas de los blancos. Su due?o se ha marchado a Sur¨¢frica con la familia. Est¨¢ ocupada desde hace dos semanas por los veteranos. Hamish y su mujer, antrop¨®loga licenciada como ¨¦l, la han decorado con muebles construidos en la granja y pintado el interior de colores vivos. Resulta acogedora. La vista resulta majestuosa: la ensenada del lago y las colinas de detr¨¢s transforman ese paisaje en un sue?o. Robert, su capataz negro, le socorre en la carga de los bultos -maletas, el ordenador personal o los cachivaches del beb¨¦- en la trasera del todoterreno. "Volver¨¦ en unos meses, cuando pasen las elecciones", explica a sus empleados, que se sienten abandonados.
En la hacienda de A., uno de los granjeros blancos de Goruve, los trabajadores se afanan vestidos con batas azules en el empaquetado de las naranjas que viajar¨¢n hasta Dubai. "Esto no es como Espa?a", asegura el propietario, "que en dos d¨ªas las tienes colocadas en el mercado; las m¨ªas tardar¨¢n seis semanas en un viaje en barco antes de poder comerse". A. es un hombre espigado, tostado a trozos por el sol, y afable que cultiva miles naranjos y plantas de mango. Tambi¨¦n posee tabaco en abundancia aunque no fuma. "Es muy malo para la salud", afirma entre risas. Estuvo hace dos a?os en la Comunidad Valenciana aprendiendo las nuevas t¨¦cnicas. "Es incre¨ªble lo que est¨¢n logrando all¨ª. Valencia y Alicante son lugares bell¨ªsimos".
La granja de A., que pide ocultar su nombre, est¨¢ ocupada. "No resulta una buena t¨¢ctica enfrentarse a los veteranos; es algo que aprendimos durante los primeros d¨ªas. A los m¨ªos les he dicho: 'Ustedes poseen sus ¨®rdenes de arriba y no es eficaz que discutamos este asunto entre nosotros. Si desean quedarse, pueden hacerlo, pero d¨¦jenme continuar con mi trabajo".
En Goruve, no lejos de la frontera con Mozambique y a 200 kil¨®metros al norte de Harare, los 35 granjeros han creado un equipo negociador que trata con los jefes de los invasores y un sistema de radio mediante el cual se intercambian noticias. A¨²n no han sufrido ocupaciones violentas, pero s¨ª hay tensi¨®n, como en otras partes del pa¨ªs. "Algo ha cambiado en este fin de semana", sostiene A., "hemos sufrido una segunda oleada de invasores que ahora pertenecen a las juventudes del ZANU-PF . Vivimos una doble ocupaci¨®n".
A. dice que los veteranos llegan con papeles. "Quieren que firmemos la entrega de parte de nuestras tierras. No he firmado nada, y lo mismo han hecho los otros granjeros de Goruve. Les he explicado a los veteranos que si el Gobierno decide que me marche del pa¨ªs, me ir¨¦, pero mientras eso no suceda, esta granja es ¨²nicamente m¨ªa". A. es zimbabuano de tercera generaci¨®n. "?ste es mi pa¨ªs, mi casa, mi trabajo, mi vida, ?a d¨®nde podr¨ªa ir?; aqu¨ª est¨¢n mis ra¨ªces. Ellos nos acusan de apoyar a la oposici¨®n democr¨¢tica, de apoyar el no en el refer¨¦ndum de febrero, pero se equivocan, en Gorove gan¨® el s¨ª, como en gran parte de las ¨¢reas rurales. El no es de las ciudades". "Ahora dicen a mis trabajadores que en las elecciones legislativas habr¨¢ colegios en cada granja, lo que es falso, que podr¨¢n saber lo que vota cada uno y que si no gana el ZANU-PF, regresar¨¢n a efectuarles una visita".
En la hacienda de B., decenas de trabajadores trajinan con las hojas secas de tabaco. Aqu¨ª no es como en las dos hect¨¢reas de Sandros Nyamasoka, en la hacienda de B el trabajo es al por mayor. B. fuma Madison, una aceptable marca local. "No es cierto que los granjeros estemos boicoteando las subastas de tabaco , lo que sucede es que el Gobierno mantiene el d¨®lar local muy bajo de manera artificial y para nosotros representa una p¨¦rdida vender a esos precios, por eso preferimos esperar a ver si hay devaluaci¨®n".
El tabaco representa el 42% del producto inerior bruto (PIB) de Zimbabue; es el principal producto de exportaci¨®n y el mayor generador de divisas. "Su calidad es superior, lo llaman sustitutorio de la hoja americana, pero con la crisis de la tierra, los compradores internacionales de tabaco, China y las cinco principales compa?¨ªas angloamericanas, ya est¨¢n buscando mercados alternativos". Tambi¨¦n, las invasiones afectan al trigo. Ahora es temporada de siembra y ¨¦sta no se puede efectuarse con normalidad. B. se recuesta en su butaca en medio de un jard¨ªn mimado, repleto de flores rojas, naranjas y violetas: "El problema es que en ?frica no existe la cultura de la discrepancia; si est¨¢s de acuerdo conmigo, eres mi amigo; si no, mi enemigo. Lo que me preocupa es que con toda esta crisis, el Gobierno se est¨¢ cargando el pa¨ªs. La cosecha de trigo del a?o pasado fue un 40% m¨¢s baja que en 1998; la inflaci¨®n supera hoy el 60%, igual que los intereses que pagamos por los cr¨¦ditos a los bancos. Es una cat¨¢strofe".
La esposa de B., una mujer de m¨¢s de 50 a?os, asiente sentada muy recta en su silla. "Me gustar¨ªa poder levantarme una ma?ana y no tener esta sensaci¨®n en el est¨®mago y poder decir que la pesadilla ha terminado. No quiero irme, nac¨ª en Zimbabue, y mucho menos tener que marcharme a Inglaterra. ?Se imagina?, con ese clima; no lo soportar¨ªa. Espero que no nos obliguen a salir de Zimbabue, pero si eso llegara a ocurrir, antes ir¨ªamos a Mozambique, donde tenemos casa". B. enciende un cigarrillo de la cajetilla de Madison, aspira con fuerza, echa el humo hacia arriba y exclama: "Si los ingleses me ofrecieran hoy un pasaporte brit¨¢nico, les dir¨ªa que se lo metan por el trasero; yo soy africano".
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