Entre 'freaks' y 'focomelos' RAM?N DE ESPA?A
Me comentaba hace unos d¨ªas ?scar Nebreda que cada vez entend¨ªa menos qu¨¦ pintaba la gente como ¨¦l en el Sal¨®n del C¨®mic de Barcelona, compartiendo el espacio con los consumidores de mangas y de tebeos de superh¨¦roes con mallas. A m¨ª me pasa algo parecido, y creo que esa sensaci¨®n es compartida por todos esos infelices que un d¨ªa cre¨ªmos que los c¨®mics, como las novelas y las pel¨ªculas, eran unos artefactos narrativos de primera magnitud. El sentir de ?scar y m¨ªo fue muy bien resumido, hace algunos a?os, por uno de los directores del sal¨®n (no dir¨¦ cu¨¢l). Est¨¢bamos contemplando a las masas que deambulaban por la estaci¨®n de Francia y el hombre me dijo: "Ah¨ª les tienes, el contingente habitual de freaks y focomelos".La palabra freak no requiere mayor explicaci¨®n, pero el t¨¦rmino focomelos (que en realidad define a las v¨ªctimas de una extra?a enfermedad) fue acu?ado por Juanito Mediavilla durante aquellas giras triunfales que la gente del c¨®mic hac¨ªamos por todo el pa¨ªs en los primeros tiempos de la era socialista, cuando Espa?a no iba tan bien como ahora pero los tebeos gozaban de muy buena salud. En esa ¨¦poca, el amigo enrollado del concejal socialista de turno montaba una semana alternativa de no te menees en la que los chicos del c¨®mic eran remunerados por emborracharse en p¨²blico, hacer el ganso, ironizar a costa de los sociatas y re¨ªrse en las barbas del que firmaba los talones. Esta actitud, fomentada por el poder, era muy aplaudida por los focomelos, muchachos granujientos, devorados por el acn¨¦ y consumidos por el onanismo, que solo le¨ªan tebeos y que sab¨ªan que exist¨ªan las mujeres porque las hab¨ªan visto por la televisi¨®n. Nos ca¨ªan bien, pero nunca pudimos imaginar que se iban a convertir en los ¨²nicos consumidores de eso que nosotros, en nuestra ingenuidad, consider¨¢bamos el noveno arte.
Aunque cada a?o me digo que no me ver¨¢n en la estaci¨®n de Francia rodeado de freaks y de focomelos, siempre acabo volviendo al ¨²nico lugar de la ciudad que me recuerda lo que pudo ser y no fue. Previamente, para dotarme de una moral que no tengo, tomo un par de medidas: una larga conversaci¨®n con mi amigo Joan Navarro, el ¨²ltimo creyente; y la lectura de las pocas novedades interesantes. Este a?o, como Navarro estaba autosecuestrado en su editorial intentando poner orden en la edici¨®n de un libro de nuestro ca¨®tico amigo y maestro Antonio Mart¨ªn, me he tenido que conformar con las novedades.
As¨ª es c¨®mo me he le¨ªdo No pasar¨¢n, del italiano Vittorio Giardino (Norma Editorial, Barcelona) y David Boring, del norteamericano Daniel Clowes (Fantagraphics Books, Seattle). El primero es una inteligente vuelta de tuerca al tema eterno de la guerra civil espa?ola bastante m¨¢s estimulante que los panfletos cinematogr¨¢ficos al respecto firmados recientemente por Vicente Aranda o Ken Loach. El segundo, una pesadilla apasionante a medio camino entre el primer Paul Auster y el David Lynch de antes de The Straight story que si hubiera adoptado forma de novela o de pel¨ªcula habr¨ªa sido muy alabada por los cr¨ªticos. O sea, dos excelentes muestras de lo que se puede hacer con los tebeos, con ese medio que Hugo Pratt defini¨® como el cine de los pobres.
La satisfacci¨®n de la lectura, lamentablemente, se ve enturbiada por la constataci¨®n de que estas obras nunca encontrar¨¢n su p¨²blico: los aficionados a la literatura no leen c¨®mics y los focomelos no las entender¨¢n. ?sta es la triste situaci¨®n del c¨®mic contempor¨¢neo, y resulta muy dif¨ªcil de enderezar.
Es as¨ª como lo que podr¨ªa haber sido un medio de comunicaci¨®n apasionante se ha convertido, como la danza (arte total en los tiempos de Diaghilev, recuerden) o la poes¨ªa (s¨®lo Antonio Gala agota ediciones), en un tema de conversaci¨®n para iniciados cuyas frases se pierden bajo el fragor de los berridos de freaks y focomelos.
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