Un modelo de paz
A la hora de extraer las ense?anzas pol¨ªticas del asesinato de Jos¨¦ Luis L¨®pez de Lacalle, Joseba Egibar no se inmuta: "Lizarra es un modelo de paz". L¨¢stima que ETA haya retirado "la aportaci¨®n" (sic) que hizo con su tregua; sin ese peque?o inconveniente, y, por supuesto si ETA repone su "aportaci¨®n", el avance hacia la paz se encuentra garantizado. S¨®lo falta una acci¨®n de gracias a la organizaci¨®n terrorista por haber sabido marcar al PNV la senda pol¨ªtica que ha de conducir al venturoso para¨ªso-walhalla de los euskaldunes independientes desde Bayona hasta el Ebro. El lehendakari Ibarretxe tampoco se queda corto a la hora de servirse de un lenguaje donde las palabras dicen lo contrario de lo que parecen decir: "Es preciso que las armas callen para que Euskadi pueda lograr su normalizaci¨®n pol¨ªtica". Es decir, "que las armas callen", una nueva tregua, para conseguir el objetivo de una "normalizaci¨®n pol¨ªtica", sin duda la que expresan los contenidos de Lizarra, claramente diferenciada de la democracia realmente existente en la comunidad aut¨®noma vasca a pesar del terrorismo. Pues, si en otro momento va m¨¢s all¨¢ y dice que ETA "debe desaparecer", no por eso propone siquiera la suspensi¨®n del pacto mientras ETA siga asesinando.En el fondo es terrible. El PNV y el Gobierno vasco han aprendido en dos meses a ejecutar el ritual de la condolencia, dan muy bien el p¨¦same y saben poner caras tristes, pero se mantienen arrastrados por el r¨ªo sin retorno en cuya corriente decidieron seguir en el momento crucial del asesinado de Fernando Buesa. Los documentos publicados en las ¨²ltimas fechas dejan las cosas perfectamente claras. En Lizarra no se acuerda nada. Todo vino dado por el pacto secreto que en agosto suscriben ETA, el director de orquesta, PNV y EA: por el plato de lentejas de una falsa tregua, los partidos nacionalistas democr¨¢ticos entregan la lealtad al Estatuto gracias al cual gobiernan, rechazan la alianza con otros partidos como el PSOE y asumen la constituci¨®n de un frente nacionalista por la independencia no ya de Euskadi, sino de la m¨ªtica Euskal Herria, con el brazo pol¨ªtico de la organizaci¨®n responsable de los cr¨ªmenes terroristas. S¨®lo hay diferencias en las t¨¢cticas, persistentes hasta hoy, pero que no impiden que el proyecto pol¨ªtico com¨²n sobreviva a todos los avatares, incluso a la reanudaci¨®n de los atentados. Los comportamientos electorales, las preferencias pol¨ªticas de los ciudadanos vascos, reflejadas una y otra vez en las encuestas, de nada sirven. Perd¨®n, sirven para algo, para definir la perspectiva de una depuraci¨®n de la ciudadan¨ªa vasca, consiguiendo que s¨®lo los aut¨¦nticos vascos, los nacionalistas, decidan el futuro de Euskadi, con la exclusi¨®n de los extra?os. Si a esto sumamos la permanente intimidaci¨®n dictada desde ETA en el terrorismo de baja intensidad, contemplada pasivamente desde el Gobierno vasco, la conclusi¨®n no puede ser optimista: sometido a las exigencias de Lizarra, y con el aval del PNV, el Gobierno vasco es hoy un c¨®mplice pasivo de las pr¨¢cticas nacionalsocialistas y terroristas amparados por sus aliados de HB y EH, correa de transmisi¨®n pol¨ªtica de ETA.
Ning¨²n Gobierno democr¨¢tico debe mantenerse en el poder si est¨¢ en minor¨ªa parlamentaria, y mucho menos si de hecho se apoya en un pacto pol¨ªtico cuyo contenido viola las instituciones en funci¨®n de las cuales ejerce el poder y que le liga a quienes son simples instrumentos del crimen pol¨ªtico. Nadie reprochar¨ªa al PNV que hubiera fracasado en una apuesta arriesgada por la paz si la misma al fin no logra sus prop¨®sitos; la censura tiene que ser, en cambio, inexorable si desde las instituciones que controla no se hace lo necesario para suprimir el terrorismo, aislar pol¨ªticamente a sus servidores tipo HB y defender a toda costa los valores democr¨¢ticos. Por no hablar de la insensata labor de dirigentes del PNV en la legitimaci¨®n de la campa?a emprendida por ETA contra la libertad de expresi¨®n. Claro que, por lo dicho ¨²ltimamente por Arzalluz sobre emigrantes, invasores y votos no nacionalistas, tenemos al nacionalismo democr¨¢tico en un nivel inferior al que en Francia muestra un Le Pen. Ni la democracia espa?ola, ni el autogobierno vasco, ni, por supuesto, la construcci¨®n nacional de Euskadi se merecen semejante disparate, que, de proseguir con los rasgos actuales, har¨ªa aconsejable que en la defensa de los derechos humanos por las v¨ªas que simboliza el juez Garz¨®n alej¨¢semos la vista del Cono Sur para mirar hacia nuestro norte. No es ya una cuesti¨®n de simple debate pol¨ªtico.
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