Paula
J. M. CABALLERO BONALD
No estuve el jueves pasado en la plaza de toros de Jerez, pero vi en televisi¨®n un fragmento inolvidable de lo que all¨ª ocurri¨®: el momento en que Rafael de Paula se arranca la coleta y se dirige llorando al burladero. Me conmovi¨® esa especie de implacable alegor¨ªa del infortunio.
As¨ª finalizaba una vida taurina en la que se hab¨ªan ido intercalando tantos singulares atributos art¨ªsticos: la leyenda, la genialidad, la extravagancia, el triunfo, la impotencia, la soledad. Un final sin duda dram¨¢tico, pero tambi¨¦n un ep¨ªlogo consecuentemente asociado a la experiencia vital de Paula.
Yo no soy lo que se dice un aficionado tenaz a las corridas de toros. O quiz¨¢ lo haya sido, pero me he ido distanciando con los a?os de ese mundo enigm¨¢tico y suntuoso. Lo que no he hecho es desentenderme de ciertos episodios taurinos que s¨ª me han interesado por razones m¨¢s bien extrataurinas. Por ejemplo, y con muy especiales v¨ªnculos emotivos, la trayectoria de Rafael de Paula, su excepcional personalidad dentro del abigarrado balance biogr¨¢fico del toreo.
Ignoro si Paula contin¨²a viviendo en La Jara, una zona sanluque?a aleda?a a la de Montijo, donde yo paso buena parte del a?o. No hab¨ªa vuelto a saber nada de ¨¦l en estos ¨²ltimos meses, hasta que reapareci¨® el jueves en Jerez, su pueblo y el m¨ªo.
All¨ª estaba ese hombre representando otra de las tragedias adicionales del toreo: la de la incapacidad f¨ªsica que conduce a la frustraci¨®n art¨ªstica. Verlo as¨ª, sojuzgado por tan despiadada sanci¨®n del destino, era un espect¨¢culo triste, pero no un desenlace il¨®gico. La dimisi¨®n de Rafael de Paula como torero se corresponde con su concepto est¨¦tico de la lidia, con su forma de ser y de vivir: la plenitud o el vac¨ªo. El esplendor o la ruina. Ni t¨¦rminos medios ni soluciones rutinarias.
Quien hab¨ªa marcado para tantos la m¨¢xima temperatura art¨ªstica del toreo, abandona los ruedos como un h¨¦roe derrotado por su propia acumulaci¨®n de adversidades. No pudo matar en esa corrida del jueves a sus dos toros, pero el p¨²blico lo despidi¨® con un silencio adensado por el respeto y la comprensi¨®n. Seguro que Paula recibi¨® como si fuera un trofeo esa ¨²ltima sentencia justiciera de la lorquiana ciudad de los gitanos.
Ahora, al evocar la pat¨¦tica imagen de la renuncia de Paula, cabe suponer hacia d¨®nde iba realmente el torero cuando se dirig¨ªa al callej¨®n. Porque ese era el primer tramo de un camino mucho m¨¢s largo y accidentado.
Sin duda que se trata de un fin de trayecto, pero tambi¨¦n de un punto de partida. Terminaba una historia hecha de muchas lecciones magn¨ªficas del arte de torear y se iniciaba la memoria irrevocable de esas lecciones.
Ya no volver¨¢ Rafael de Paula a los ruedos, pero lo m¨¢s deplorable no es que eso vaya a ocurrir, sino la evidencia de la interrupci¨®n, del ocaso de una manera de interpretar la po¨¦tica taurina que dif¨ªcilmente va a repetirse. Se clausura as¨ª un modo de entender la educaci¨®n sentimental del toreo, pero tambi¨¦n y sobre todo una cuesti¨®n intransferible de est¨¦tica.
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