Se llama Zotoluco
Zotoluco es el hombre. Por estas que se llama as¨ª, Zotoluco, y es mexicano. Es tan mexicano que no lo puede negar. Cualquiera desde el tendido miraba a la terna en el pase¨ªllo, y no hac¨ªa falta que hubiera le¨ªdo el Coss¨ªo para recococerlo: "Zotoluco es el bajito, m¨¢s moreno y aceituno que la mar".A la inmensa mayor¨ªa de la plaza el nombre de Zotoluco ni le sonaba. Se nota que de eso de toros y toreros, la mayor¨ªa pasa. Porque uno oye Zotoluco y no se le olvida jam¨¢s.
La afici¨®n, en cambio, que s¨ª lo ten¨ªa oido -y lo vio en plaza a?os ha- estaba expectante. Nunca se sabe si un Zotoluco es torero con m¨¦ritos para anunciarse en la Feria de San Isidro o un cambio de cromos de la empresa con la de allende los mares o una recomendaci¨®n del siguiente coletudo del cartel, que tiene amistad fraterna con el empresario mexicano, o...
Puerto / Zotoluco, Ponce, Caballero Toros de Puerto de San Lorenzo (uno, sobrero; dos devueltos por inv¨¢lidos); 2? y 5?, inv¨¢lidos aborregados; resto, encastados y nobles
6?, segundo sobrero, de Pe?ajara, con trap¨ªo, manso, sac¨® genio. Zotoluco: estocada (ovaci¨®n y salida al tercio); estocada (oreja con minoritaria petici¨®n y algunas protestas). Enrique Ponce: estocada trasera ca¨ªda (insignificante petici¨®n, divisi¨®n y sale al tercio); bajonazo (palmas y pitos). Manuel Caballero: pinchazo, estocada ca¨ªda y cuatro descabellos (silencio); siempre perdiendo la muleta, pinchazo y bajonazo (aplausos). Plaza de Las Ventas, 22 de mayo. 13? corrida de abono. Lleno.
Las dudas se despejaron pronto. Porque sali¨® el toro, con trap¨ªo y reda?os, lo tore¨® Zotoluco, cuaj¨® unos naturales de irreprochable factura y cobr¨® un volapi¨¦ impresionante, que est¨¢ llamado a ser la estocada de la feria y aun de la temporada entera.
Y con estas muestras la afici¨®n qued¨® harto conmovida. Alguno juraba que al primer hijo que tenga le va a poner Zotoluco.
El torero m¨¢s intereante de la tarde fue el llamado Zotoluco. Serio y entregado en la lidia, pundonoroso en los trasteos de muleta, empe?ado en aplicarles a los toros el toreo puro, desgran¨® muletazos de alta escuela.
Los hubo de calidad, entre otros que desabarataba la encastada codicia de los toros. Pareci¨® que el problema de Zotoluco estribaba en cogerles la distancia. Unas veces se quedaba corto, otras se pasaba; como en las siete y media. Y acaso no era impericia sino la gran diferencia de temperamento que existe entre el toro mexicano, al que est¨¢ acostumbrado, y el espa?ol, que s¨®lo ve en fotograf¨ªa.
Intent¨® ligar los pases, y los lig¨® a veces. En su primera faena consigui¨® hacerlo cuando toreaba por naturales y par de ellos -mando, templanza; la dif¨ªcil naturalidad, de donde le viene el nombre a la suerte- quedaron grabados para los restos en la retina de los buenos aficionados. La segunda faena, tenaz y valiente, tambi¨¦n con algunos pasajes c¨¢lidos, alcanz¨® la cumbre en la suerte suprema: perfilado en corto, atac¨® no ech¨¢ndose fuera como se acostumbra, ni siquiera pasando al hilo del pit¨®n, sino que se abalanz¨® sobre la cuna y fue la mano izquierda -la muleta echada bajo los belfos- la que vaci¨®, mientras hund¨ªa el acero en las agujas y sal¨ªa limpiamente por el costillar.
La estocada, por s¨ª sola, val¨ªa una oreja. Y se la dieron. Y menudo iba de contento el moreno aceituno Zotoluco presumiendo de ella en su vuelta al redondel.
El resto de los toreos, de los espadazos, de las distancias y de las actitudes fue otra historia. Historia para no dormir.
El arte de torear hab¨ªa volado a M¨¦xico. Se hizo presente Enrique Ponce para pegarles pases a un inv¨¢lido sin trap¨ªo y a un moribundo, y cundi¨® el sopor. Fuera cacho su primera faena, pinturero al embarcar y huidizo al rematar, brillante en las trincheras y los cambios de mano, el conjunto careci¨® de fundamento y pas¨® sin pena ni gloria. Peor cay¨® la insoportable porf¨ªa al lisiado quinto toro, que ni se pod¨ªa mover pues ya le estaban viniendo los estertores.
Se hizo presente despu¨¦s Manuel Caballero, triunfador en medio mundo, y dio la sensaci¨®n de que se le hab¨ªa olvidado el toreo. Inseguro y desastrado con el toro tercero -algo inexplicable pues embest¨ªa con nobleza-, pretendi¨® compensarlo exponiendo con el ¨¢spero sobrero de Pe?ajara, pero el arte de torear le segu¨ªa ajeno y toda la faena tuvo los aires broncos propios de las capeas.
Lo dicho: Zotoluco.
Babelia
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