Pinochet 'nunca mand¨® matar'
Hace escasas fechas Michael Townley, autor material convicto y confeso de los asesinatos del general Carlos Prats (antecesor de Pinochet como jefe del Ej¨¦rcito de Chile) y de Orlando Letelier (ex ministro de Defensa y de Exteriores en el Gobierno de Salvador Allende), ha declarado que siempre actu¨® a las ¨®rdenes directas del jefe de la DINA, el entonces coronel Manuel Contreras. ?ste, a su vez, afirma que siempre obedeci¨® las ¨®rdenes de Pinochet. Y ¨¦ste, por su parte, acaba de cerrar el ciclo diciendo que ¨¦l nunca mand¨® matar. Excelente y triple combinaci¨®n de conciencia moral y coherencia argumental. Con ella, el c¨ªrculo queda cerrado con una l¨®gica total. Pero los restos de Prats y su esposa, as¨ª como los de Letelier y su secretaria norteamericana, llevan un cuarto de siglo reposando en sus respectivos cementerios. Aunque, eso s¨ª, nadie, nunca, los mand¨® matar.Tenemos asumido el derecho que asiste a todo acusado de mentir en defensa propia, por muy culpable que pueda ser. El carterista puede jurar que la cartera reci¨¦n robada, y que es hallada en su poder, acaba de encontrarla en el suelo, de donde la recogi¨® para proceder a su devoluci¨®n a trav¨¦s de la oficina municipal de objetos perdidos. El asesino que acaba de asestar diez cuchilladas a su v¨ªctima y es sorprendido unos segundos despu¨¦s, chorreando sangre y con el arma todav¨ªa en la mano, puede jurar que lleg¨® al escenario del crimen, encontr¨® a la v¨ªctima agonizante, extrajo el cuchillo que ten¨ªa clavado -con el benem¨¦rito deseo de atenderla-, pero a continuaci¨®n resbal¨® sobre el charco de sangre y se pring¨® en ¨¦l hasta la crisma.
En esa misma l¨ªnea de desvergonzada autoexculpaci¨®n, el ex dictador chileno ha encargado al director ejecutivo de la Fundaci¨®n Pinochet, general retirado Luis Cort¨¦s Villa, que haga p¨²blico, en su nombre, nada menos que el siguiente mensaje: "Yo nunca mand¨¦ matar a nadie, nunca tortur¨¦ a nadie, lo ¨²nico que hice fue asumir mi responsabilidad lo mejor posible para mi pa¨ªs". Inconmensurable falacia: lo mejor para su pa¨ªs se tradujo en el exterminio directo de los adversarios pol¨ªticos, incluso no violentos. Pero no fue ¨¦l quien lo hizo, ni siquiera quien lo mand¨®: ¨¦l nunca mand¨® matar. Con ello, a esa ridiculez argumental, a esa pesada broma, a esa grotesca burla, el general intenta unir otro doble factor de tama?o descomunal: el m¨¢s flagrante insulto a la conciencia humana y a la inteligencia universal.
Los datos f¨¢cticos que trituran la afirmaci¨®n de Pinochet son aplastantes. Pocos d¨ªas despu¨¦s del golpe, tuvo conocimiento de una inc¨®moda denuncia, formulada por el general Oscar Bonilla, responsable de los centros de ense?anza militar, quien comprob¨® personalmente las atroces torturas aplicadas a ciertos colaboradores de Salvador Allende en la Escuela de Ingenieros Militares, por las cuales dicho general hab¨ªa decidido cesar y arrestar al director de dicho centro, el entonces coronel Manuel Contreras. Pinochet no s¨®lo no respald¨® las medidas de Bonilla sino que restituy¨® a Contreras en su puesto, y poco despu¨¦s le confiaba otro mucho m¨¢s comprometido: la jefatura de la DINA. Aquellos torturados fueron finalmente asesinados. Pinochet, conocedor de los hechos, pudo ordenar el cese de aquellas torturas e impedir aquellas muertes, que no se hab¨ªan producido a¨²n. Hoy, con ilimitado cinismo, pretende no haber tenido arte ni parte en aquellas torturas y ejecuciones, ni en tantas otras que se cometieron despu¨¦s.
Al mes siguiente del golpe se produjo la tristemente c¨¦lebre caravana de la muerte (octubre de 1973). Un grupo de jefes militares, encabezados por el hoy general Sergio Arellano Stark, investido por Pinochet con el car¨¢cter de "oficial delegado" para aquella espec¨ªfica misi¨®n, recorri¨® varias ciudades del pa¨ªs con la orden de eliminar, tras fulminantes juicios sumar¨ªsimos, a una serie de opositores pol¨ªticos izquierdistas, previamente sentenciados a diversas -y en muchos casos leves- penas de prisi¨®n. Juzgados nuevamente, de forma precipitada y obviamente irregular, fueron fusilados en n¨²mero de 75. Tal como ha declarado ante el juez Juan Guzm¨¢n el hoy coronel Sergio Arredondo, segundo de Arellano en aquella operaci¨®n: "Nuestra misi¨®n era matar". Misi¨®n que les result¨® ampliamente rentable, pues sus protagonistas fueron despu¨¦s recompensados por Pinochet con ascensos y puestos de responsabilidad. La presi-denta del Consejo de Defensa del Estado (Fiscal¨ªa), Clara Szczaranski, ha se?alado la responsabilidad criminal que incumbe a Pinochet por los delitos perpetrados en aquella fat¨ªdica caravana. Pero hoy, el viejo ex dictador tiene la inmensa desfachatez de negar que le incumba responsabilidad alguna en aquella delegaci¨®n y en su mort¨ªfera tarea. El nunca mand¨® matar.
Una de las v¨ªctimas de la caravana de la muerte fue el periodista Carlos Berger, esposo de la conocida abogada Carmen Hertz, hoy parte activa de la acusaci¨®n. Berger, preso por motivos pol¨ªticos desde el golpe militar, fue sacado de la c¨¢rcel, junto con otros 25 presos, por el grupo de jefes militares enviado por Pinochet. Los 26 fueron torturados y finalmente asesinados en un lugar pr¨®ximo a la ciudad de Calama. Todos ellos murieron, pero la mitad de los cad¨¢veres, incluido el de Berger, quedaron en paradero desconocido. Otro de los abogados de la acusaci¨®n, Boris Paredes, subrayaba enf¨¢ticamente ante la Corte de Apelaciones, refiri¨¦ndose a las 75 v¨ªctimas totales de la siniestra comitiva, que "los dos ¨²nicos autores cuyos nombres son imprescindibles para entender estos delitos son Arellano y Pinochet". Arellano ya est¨¢ procesado. Pero Pinochet, protegido a¨²n por su inmunidad, sigue alegando que nada tuvo que ver.
En otras palabras: el mismo hombre que por aquellos a?os afirmaba con orgullo que "en Chile no se mueve una hoja sin que yo lo sepa", pretende ahora hacer creer al mundo que no ordenaba ni controlaba las actuaciones ni siquiera de aquellos jefes que actuaban bajo su m¨¢s directo encargo y delegaci¨®n.
Recordemos una vez m¨¢s, por a?adidura, que, entre 1974 y 1976, la DINA, bajo el mando del hoy general Contreras, expresamente situado en ese puesto por Pinochet, cumpl¨ªa las ¨®rdenes del dictador extendiendo sus tent¨¢culos de muerte mucho m¨¢s all¨¢ de sus fronteras. As¨ª cayeron asesinados en Buenos Aires y en Washington respectivamente los ya citados Prats y Letelier; y en Roma, la misma DINA, utilizando los servicios de un grupo terrorista de la ultraderecha italiana, atentaba igualmente contra la vida del que fue presidente de la Democracia Cristiana chilena, Bernardo Leighton, quien, igual que su esposa, recibi¨® grav¨ªsimas heridas de las que ninguno de los dos se lleg¨® a recuperar. Pero Pinochet, el mismo personaje que por aquellos a?os afirmaba, engre¨ªdo, "la DINA soy yo", pretende ahora que los grandes cr¨ªmenes perpetrados por aquella organizaci¨®n, dentro o fuera de Chile, nada tuvieron que ver con ¨¦l. Puesto que ¨¦l, como ya se sabe, nunca mand¨® matar.
Otro abogado de la acusaci¨®n, Hugo Guti¨¦rrez, expon¨ªa ante la Corte de Apelaciones otro caso revelador: la declaraci¨®n del general Gonzalo Urr¨¦jola (hoy retirado), quien testimoni¨® que el general Washington Carrasco recibi¨® una orden telef¨®nica directa de Pinochet para fusilar a Germ¨¢n Castro, ex intendente de la ciudad de Talca y colaborador del presidente Allende. Como resultado inmediato de aquella orden, dicho funciona-rio fue ejecutado sin esperar al final de su juicio, cuya sentencia condenatoria le fue dictada post mortem. Pero Pinochet, con las manos ensangrentadas en este caso como en tantos otros, sigue invocando su argumento predilecto: ¨¦l nada tuvo que ver con el inmenso charco de sangre. S¨®lo pasaba por all¨ª, y algo le salpic¨®. Pero matar, lo que se dice matar, nunca lo hizo y nunca lo mand¨®.
En estos pasados d¨ªas, estos y otros casos similares han sido estudiados por el juez Juan Guzm¨¢n y expuestos por los querellantes ante los 22 magistrados que componen la ya citada Corte de Apelaciones de Santiago, con vistas a la privaci¨®n del fuero de inmunidad que Pinochet detenta en su calidad de senador. ?Ser¨¢n capaces estos magistrados de comulgar con tan inmensa rueda molar, fingiendo creer que Pinochet nunca mand¨® matar, o har¨¢n honor a la insistente proclamaci¨®n del presidente Ricardo Lagos de que Chile est¨¢ demostrando al mundo ser capaz de juzgar a su ex dictador? Entretanto, en estos ¨²ltimos d¨ªas las querellas acumuladas contra ¨¦ste llegan ya a 97, acerc¨¢ndose velozmente al centenar.
En cualquier caso, subsiste la enorme gracia del chiste de Pinochet. El, ciertamente, nunca man-d¨® matar ni torturar. La mejor broma del siglo, quiz¨¢ del milenio. Un chiste c¨®smico, de dimensiones interplanetarias. Las carcajadas de sus v¨ªctimas resuenan por las estrellas y sus ecos recorren las galaxias.
Prudencio Garc¨ªa es consultor internacional de la ONU e investigador del INACS.
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