Tore¨® Adefesio
Tore¨® Adefesio y a muchos les sent¨® mal, pero eso es porque no hay tolerancia.A unos les va lo bello, a otros lo feo, y ninguno podr¨ªa asegurar que tiene raz¨®n.
Por lo que respecta a los diestros no hab¨ªa problema: los tres se inclinaron por lo segundo y compet¨ªan en qui¨¦n consegu¨ªa hacerlo peor.
El resultado daba la raz¨®n a Quevedo, que ya lo escribi¨® en sus Sue?os hace siglos: "Todo es horror y fealdad".
Corr¨ªan por el ruedo vente?o unos toros que prestaban cierto inter¨¦s a la competici¨®n. Los toros -no se crea- forman parte de la mal llamada fiesta nacional desde sus or¨ªgenes, y tres centurias despu¨¦s a¨²n se conservan algunos restos.
El toro es eso negro con cuernos que galopa abanto por el redondel.
Valdefresno / Jim¨¦nez, Conde, Ruiz Tres toros de Valdefresno (tres fueron rechazados en el reconocimiento), y 3?, 4? y 5? de Hermanos Fraile, bien presentados en general, alguno flojo, el ¨²ltimo inv¨¢lido, manejables
Pep¨ªn Jim¨¦nez: pinchazo bajo y bajonazo descarado (silencio); tres pinchazos bajos, media estocada baja, tres descabellos -aviso- y descabello (pitos). Javier Conde: pinchazo bajo a paso banderillas, media atravesada y rueda de peones (bronca); bajonazo (pitos). Ruiz Manuel: estocada traser¨ªsima ladeada (silencio); estocada trasera ca¨ªda (silencio). Plaza de Las Ventas, 25 de mayo. 16? corrida de abono. Lleno.
Convendr¨ªa advertirlo en los carteles de mano pues gran parte de la gente que acude a la feria de San Isidro tiene dificultades para distinguirlo. A veces lo confunde con un se?or del 3.
Los toros del horripilante d¨ªa de autos, procedentes de las ganader¨ªas de Valdefresno y los Hermanos Fraile -tres y tres- eran de esos que se consideran presentables; varios luciendo trap¨ªo y aparatosas defensas; manejables en su comportamiento, aunque no tontos de baba como suelen ser casi todos los que les echan a las figuras en ¨¦sta y otras ferias.
Y falt¨¢ndoles esa condici¨®n -la babosa tonter¨ªa- los diestros de la terna optaron por eludir su confrontaci¨®n y emplear, a manera de sustitutivo, la versi¨®n m¨¢s grosera del arte de torear.
A veces disimulaban para no defraudar a los aficionados puristas, que nunca faltan. Y, as¨ª, Pep¨ªn Jim¨¦nez, que encabezaba la desmedrada terna, se pon¨ªa farruco para el natural, o Javier Conde m¨¢s chulo que un ocho para el derechazo, o Ruiz Manuel legionario en ambas coyunturas. Pero, naturalmente, del disimulo no pasaban.
A Pep¨ªn Jim¨¦nez le ven¨ªa el toro y se quitaba de en medio, no le fuera a arrollar; le ven¨ªa a Javier Conde y compon¨ªa aflamencados ademanes pas¨¢ndoselo a distancia; era a Ruiz Manuel y, ejecutado el pase, buscaba nuevos horizontes que siempre se encontraban en parte alejada del redondel.
Eso en uno de sus toros porque en el otro no se molestaron en disimular ni nada. Pep¨ªn Jimenez tir¨® lineas con el primero de la tarde; Javier Conde trapace¨® huyendo del segundo; Ruiz Manuel anduvo desconfiado con el sexto, que acab¨® desbord¨¢ndolo.
?Qu¨¦ hicieron, entonces, en los restantes ejemplares de sus respectivos lotes? Pues Pep¨ªn Jim¨¦nez ensay¨® con el cuarto el derechazo y el natural empleando cierta ortodoxia taur¨®maca y pudo apreciarse que ya no est¨¢ para esos trotes de parar, templar y mandar. Javier Conde crey¨® que el ruedo de Las Ventas era un tablao flamenco, y el p¨²blico, palmero, bien entonado de manzanilla, y pretend¨ªa aderezar la insustancialidad de su toreo al quinto toro de la tarde cimbreando el cuerpo y acentuando el andar ca?¨ª. Ruiz Manuel tom¨® de largo al tercero en el centro del redondel y tras embarcarlo en una estimable tanda de redondos, mont¨® una larga y repetitiva faena hecha de dudas y vulgaridades.
Entre el p¨²blico, unos no pod¨ªan soportar aquellas astrosas formas, otros las disfrutaban. La fealdad no es mala en s¨ª misma sino seg¨²n se mire. La est¨¦tica filos¨®fica considera la fealdad y la belleza cualidades del alma, y predica de ellas que si son absolutas es que han alcanzado la perfecci¨®n. De ah¨ª el arte, cuya creatividad traspasa los l¨ªmites que tiene marcados la naturaleza tanto en belleza como en fealdad.
De donde, porque uno sea feo (y peludo, y bajito) no hay motivo para mentarle a la madre. La corrida ser¨ªa horrorosa pero fue, existi¨®, y menos da una piedra. A nadie se le habr¨ªa ocurrido discutir el carisma al dios Pan cuando en la noche de los tiempos iba por los bosques embaucando ninfas con su flauta de carriza, s¨®lo porque era m¨¢s feo que pegarle a un padre. Y, sin embargo, los puristas del tercer milenio se quer¨ªan meter con la fealdad t¨¢urica de los terrenales Pep¨ªn Jim¨¦nez, Javier Conde y Ruiz Miguel. ?No te digo lo que hay?
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