Un palacete recobrado
A partir de hoy, madrile?os y forasteros, en grupos de 10, desde las 10 de la ma?ana de los s¨¢bados y domingos, pueden visitar por 500 pesetas un paraje madrile?o sin par. La Casita del Pr¨ªncipe, en la linde entre San Lorenzo y El Escorial. Ha permanecido cerrada por reformas durante ocho a?os. La rehabilitaci¨®n ha costado 53 millones de pesetas. Una profunda zanja perimetral contendr¨¢ las da?inas humedades que pusieron en peligro este palacete ¨²nico, mandado construir por Carlos III. El interior ha sido primorosamente restaurado.El rey-alcalde fue el primer monarca de la Casa de Borb¨®n que asumi¨® el legado de la dinast¨ªa de Austria, precedente en el tiempo a la suya. Por ello, quiso contribuir a la magnificencia del Real Sitio, considerado como el supremo emblema de la dinast¨ªa anterior. El mejor alcalde de Madrid resta?aba as¨ª las heridas causadas por la Guerra de Sucesi¨®n. Expresi¨®n de su deportividad, ilustrada, fue el deseo de construir en la localidad serrana un enclave con el que brindar una aportaci¨®n, siquiera simb¨®lica, a la riqueza presencial del monasterio y el recinto regio. Para ello, dispuso que su heredero el pr¨ªncipe de Asturias, luego Carlos IV, contara all¨ª con un palacete para su recreo.
Dicho y hecho. En 1771 encomend¨® a Juan de Villanueva, el mejor arquitecto madrile?o de todos los tiempos, la construcci¨®n de un pabell¨®n para el pr¨ªncipe. Eligi¨® un enclave no lejos del jard¨ªn sur del monasterio, en medio de un espl¨¦ndido bosque, y traz¨® en piedra del Guadarrama una noble casa de unos cincuenta metros de longitud y dos plantas de altura, con un p¨®rtico columnado por cuatro fustes d¨®ricos, rematado todo por una cubierta de chapitel en pizarra, al gusto del paraje serrano.
El aplomado palacete de Villanueva, su austera tect¨®nica romana, se ven negados en el interior de la casa por un esplendor ornamental inusitado. Las salas de la primera planta tienen piso de brillante baldosa noble, z¨®calos de madera y fin¨ªsimo estuco marm¨®reo; hay aparadores con ¨¢nforas y cr¨¢teras de porcelana del Buen Retiro, relojes neocl¨¢sicos de broncistas como Urquiza, ara?as de lagrimones que hieren la mirada, paredes enteladas con rasos y cenefas que la marqueter¨ªa de ebanistas de la talla de Dugour y Jos¨¦ L¨®pez reproduce, seg¨²n explica Carmen Garc¨ªa Fr¨ªas, responsable de Patrimonio Nacional para la restauraci¨®n. Una muestra del mimo con el que se ha actuado: en Ly¨®n han localizado a los herederos de Camille Pernon, el artesano textil del XVIII que decorara la Casita del Pr¨ªncipe, y se les ha encargado reproducir los mismos dise?os de las sedas que revistieron sus muros. De ellos cuelgan lienzos de Jord¨¢n, de Corrado Giaquinto, de Neefs, el pintor de catedrales; frescos de Japeli, tallas en m¨¢rmol de Silici... En la planta de arriba, la madera preciosa del suelo, que obliga a descalzarse, pavimenta la sala donde porcelanas Wedgewood dibujan en azul p¨¢lido la delicada silueta de una ¨¦poca fr¨¢gil. Afuera, el porte de una secuoya de 39,5 metros envuelve de frescura mansa el palacete recobrado.
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