Una izquierda d¨¦bil
Si la apariencia externa de las cosas coincidiese con su estructura interna, la ciencia no tendr¨ªa raz¨®n para existir, como creo recordar que sentenci¨® Marx en su momento. La apariencia externa de la socialdemocracia europea y sus coaligados, en sus resultados electorales y perspectivas, no parece muy boyante. Tras el reciente fiasco espa?ol y el previsible italiano, las aceleradas metamorfosis de Blair y Schr?der aislan aun m¨¢s lo que representa Jospin y pueden dejar al mapa europeo pol¨ªtico, econ¨®mico y demogr¨¢ficamente relevante, por lo que se refiere a modelos gubernamentales socialdemocr¨¢ticos claramente reconocibles seg¨²n la tradicional acepci¨®n del t¨¦rmino, en una incierta nebulosa.No es esto lo realmente preocupante. Al fin y al cabo, an¨¦cdotas seminales aparte, las presidencias de Clinton han transformado posiblemente tanto a los Estados Unidos en cuanto a derechos sociales como el impulso, breve en lo personal, de Kennedy lo hizo respecto a los derechos civiles. Y los dos, junto a uno de los m¨¢s grandes pol¨ªticos del siglo que acaba como fue Franklin Rooselvet, merecen al menos el respeto de cuantos comparten una idea de progreso al margen de dogmatismos o exclusiones nominalistas. Sin olvidar que si Gore llega a la presidencia, los ecologistas sensatos deber¨ªan aguardar con un cierto margen de confianza las decisiones del primer presidente norteamericano expl¨ªcitamente comprometido con el desarrollo sostenible, por moderado que pueda parecer a los impacientes o fundamentalistas.
Incluso el triunfo electoral de la derecha, el caso espa?ol es paradigm¨¢tico al respecto, se produce en unas coordenadas que no son las de la derecha cl¨¢sica. En nuestro pa¨ªs sigue vigente la ley del aborto. Las parejas de hecho ya sean homo o heterosexuales conservan los derechos que han ido adquiriendo. La ense?anza p¨²blica es laica. La sanidad, barbaridades de gesti¨®n y negocios privados al margen, sigue siendo para el usuario universal y gratuita. Los derechos hist¨®ricos conquistados por los trabajadores siguen vigentes. La derecha ha tenido que aceptar, tragar y asumir de mala gana -que no por convicci¨®n social ni democr¨¢tica- el principio de que nadie puede, si quiere triunfar electoralmente, ir directamente contra el Estado de bienestar consolidado en las d¨¦cadas gloriosas tras la segunda guerra mundial. El capitalismo, en definitiva, ha sido en cierto modo "civilizado", relativamente humanizado, pol¨ªticamente condicionado y posiblemente salvado as¨ª de s¨ª mismo, frente al pesimismo schumpeteriano al respecto, gracias al triunfo indiscutible de los ideales del socialismo reformista y democr¨¢tico y a la duradera y generalizada acci¨®n -y aceptaci¨®n popular- de las pol¨ªticas inspiradas en ellos. El mismo discurso de George Bush Jr. poco tiene que ver con el radicalismo neoliberal econ¨®mico de Reagan o la Thatcher, te?ido como est¨¢ de lo que ¨¦l llama caring conservatism o sea, conservadurismo "compasivo" socialmente hablando.
Pero si en lo pol¨ªtico e ideol¨®gico la derecha ha perdido en toda la l¨ªnea su ofensiva directa contra el Welfare State que se inici¨® con el tahtcherismo no ocurre as¨ª en lo econ¨®mico: se imponen con vigor creciente las reglas -mejor dicho la ausencia de tales- de lo que alguien ha llamado el turbocapitalismo y as¨ª, con la idea generalizada de que la globalizaci¨®n y sus efectos econ¨®micos y sociales son inevitables, la TINA (There Is Not Alternative) de los tahtcherianos se nos vuelve a colar por la trastienda de una melanc¨®lica resignaci¨®n -que impregna sin ir m¨¢s lejos toda la ponencia marco del PSOE- ante lo que parece no tener l¨ªmite ni contenci¨®n posible. Se impone un nuevo credo neoliberal (solamente econ¨®mico) centrado en la total privatizaci¨®n de la actividad econ¨®mica y en la flexibilidad de unos mercados sin regulaci¨®n alguna que est¨¢n derivando a la carrera hacia unos niveles de concentraci¨®n y poder de mercado para las grandes empresas comparables a los de la cartelizaci¨®n y los trusts de finales del siglo XIX, s¨®lo que entonces hubo una fuerte reacci¨®n popular, recogida oportunamente incluso por pol¨ªticos conservadores pero con fino olfato populista como Tedddy Rooselvelt, que la emprendi¨® sa?udamente con Rockefeller y su Standard Oil; mientras que hoy resulta pol¨ªticamente incorrecto y acad¨¦micamente desde?able no extasiarse ante el, por lo visto, inevitable y muy eficiente proceso de destrucci¨®n de la competencia mediante las continuas y aplaudidas fusiones. De la equidad y otros objetivos de inter¨¦s com¨²n, ni hablamos. Aunque si el Tribunal de Defensa de la Competencia se ha pronunciado en t¨¦rminos tan contundentes sobre el, muy menor en este panorama, proceso de fusi¨®n de Pryca y Continente, sabe Dios que dir¨ªa si alguien, el Gobierno mismamente, tuviera el valor y la autonom¨ªa pol¨ªtica suficiente para preguntarle sobre Endesa, Iberdrola y Repsol, sin olvidarnos de Telef¨®nica todav¨ªa, o de la concentraci¨®n de la propiedad de medios de comunicaci¨®n e informaci¨®n que este antiguo monopolio p¨²blico, hoy tan monopolio como antes pero ya aparentemente privado, est¨¢ llevando a cabo con la acumulaci¨®n primitiva y forzada de capital gracias al expolio tarifario de varias generaciones de espa?oles.
Frente a la consolidaci¨®n de esta nueva ortodoxia econ¨®mica y financiera la izquierda no ofrece -como recordaba hace unos d¨ªas Giorgio Ruffolo en La Reppublica- m¨¢s que respuestas d¨¦biles y defensivas. Pero enrocarse como ¨²nica opci¨®n tras la l¨ªnea Maginot de la defensa del Estado social es una estrategia no s¨®lo d¨¦bil sino inoperante, porque la Maginot, como cualquier defensa est¨¢tica, se desborda y flanquea r¨¢pidamente. Si la opci¨®n se centra en la simple introducci¨®n de mecanismos reguladores para impedir el impacto socialmente disgregador del turbocapitalismo sigue siendo d¨¦bil, porque aferrarse en la b¨²squeda de una sociedad algo menos injusta, en la l¨ªnea de la cl¨¢sica pol¨¦mica Rawls-Nocizck, es muy diferente del hist¨®rico objetivo tendente hacia una sociedad justa que moviliz¨®, en muchos casos hasta el sacrificio personal, a nuestros antecesores. El dualismo "ricos cada vez m¨¢s ricos" y "pobres cada vez m¨¢s pobres", tanto en el seno de nuestras propias sociedades como a nivel mundial, se traduce en abismos culturales, en el neoanalfabetismo promovido por nuestros sistemas educativos, en la ineducaci¨®n civil, en una creciente desigualdad de ingresos y oportunidades.
La izquierda d¨¦bil ha sido incapaz hasta ahora de articular alternativas. ?No puede acaso formularlas? Opino que puede y debe, si es que -en nuestro caso por ejemplo- deja de ser una sedicente izquierda procedimental -estatutos, reglamentos, cuotas, reparto interno de poder y su l¨®gico corolario que es la miseria ideol¨®gica y progr¨¢matica- y se preocupa m¨¢s por sus electores que por conservar personalmente el sueldo p¨²blico. Objetivo vitalicio que algunos "ismos" tribales y cl¨¢nicos parecen perseguir, aunque sea a costa de estar eternamente en la oposici¨®n. La lucha, la lucha por la equidad, por una sociedad justa, es otra -es la de siempre- y s¨®lo se necesitan ideas, coraje e ilusi¨®n.
Segundo Bru es catedr¨¢tico de Econom¨ªa y senador del PSOE-PSPV
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