El precio de la fiebre de cima Juan Carlos Gonz¨¢lez se recupera en Zaragoza de la congelaci¨®n que sufre en ambas manos tras coronar el Everest
ENVIADO ESPECIALEl argentino Gustavo parece uno de tantos turistas aficionados al billar que pululan por Katmandu. S¨®lo su delgadez y su bronceado, casi tostado, le delatan como un expedicionario, uno de los muchos candidatos que esta temporada se han quedado en eso, en aspirantes a escalar el Everest. Gustavo es todo sonrisas y tambi¨¦n el testigo directo de la epopeya vivida y sufrida por su companero de expedici¨®n Juan Carlos Gonz¨¢lez, un c¨¢ntabro afincado en Vitoria que antes de abandonar su casa asegur¨® que regresar¨ªa con la cima en la mochila.
No pens¨® que conseguirlo le costar¨ªa varios dedos de ambas manos y casi la vida. Seg¨²n ha advertido el doctor Arregui, que le atiende en la Mutua de Accidentes de Zaragoza, Gonz¨¢lez tiene graves lesiones en tres dedos de la mano derecha que van a requerir cirug¨ªa y la p¨¦rdida de algunas falanges. La mano izquierda, por el contrario, s¨®lo padece congelaciones leves.
En Katmandu estas previsiones finalmente confirmadas tampoco parec¨ªan importarle en demas¨ªa: sonre¨ªa sin cesar, incluso mientras algun compa?ero le cortaba el filete o le rellenaba el vaso cenando en un restaurante de la capital nepal¨ª, que abandon¨® el mi¨¦rcoles camino del hospital de Zaragoza, el centro mejor dotado para tratar las congelaciones. Y segu¨ªa ri¨¦ndose cuando el italiano Sergio Martini (el s¨¦ptimo hombre que pisa los 14 ochomiles) le estrech¨® el antebrazo, record¨¢ndole que todav¨ªa le quedan 13 ochomiles por hollar. "T¨®matelo con calma", le dijo.
Aseguran que Juan Carlos, de 48 a?os y un aspecto de lo m¨¢s reposado, escond¨ªa una determinaci¨®n obsesiva por observar las vistas desde lo alto del Everest. El d¨ªa que alcanz¨® el campo 1 (7.000 metros) junto con su compa?ero Gustavo apenas pod¨ªa disimular su escepticismo ante las malas perpectivas climatol¨®gicas. El argentino herv¨ªa de ilusi¨®n a su lado. Juan Carlos, en cambio, miraba hacia la cima, esbozaba una mueca y puntuaba su apreciaci¨®n personal con un lac¨®nico "ya veremos".
S¨®lo se delat¨® cuando asegur¨® que ¨¦l mismo se pagar¨ªa los yaks para abandonar el campo base avanzado: su expedici¨®n part¨ªa tres d¨ªas despu¨¦s y ¨¦l pensaba quedarse en la monta?a "hasta junio si hace falta", decisi¨®n que no sent¨® muy bien entre sus acompa?antes. Daba igual, iba hacia arriba con tormenta, viento y un fr¨ªo horrible.
Y Juan Carlos Gonz¨¢lez subi¨®. Casi 15 horas de caminata enchufado al ox¨ªgeno artificial, una debilidad extrema en la cima que por poco le proporciona una ca¨ªda libre de miles de metros y un caminar exhausto de regreso. "Me qued¨¦ dormido sin remedio y al despertarme notaba que se me helaban las manos. Pero no pod¨ªa hacer nada al respecto", coment¨® entre bocado y bocado. Pero no dej¨® de sonre¨ªr.
Se le ve¨ªa feliz mientras contaba c¨®mo busc¨® el tr¨ªpode que presid¨ªa la cima del Everest, una pieza desaparecida desde hace dos a?os. Gustavo, que sali¨® en busca de su compa?ero, le daba por perdido cuando se asom¨® fuera de la tienda y se lo encontr¨® sentado como un mu?eco sobre una roca a menos de 50 metros de distancia. "Estaba ido", comenta el argentino, que tuvo que bajar a Juan Carlos con la ayuda de Mario y Silvio, dos italianos con los que compart¨ªa expedici¨®n y que tuvieron que sacar de sus bidones el material alpino para asegurar el rescate. La pareja italiana hab¨ªa renunciado dos d¨ªas antes a la monta?a y pretend¨ªan marcharse cuando supieron lo ocurrido.
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