Yo fui esclavo del tabaco
Al doctor Juan Ruiz Manzano. Gracias. He estado a punto de morir con la gentil colaboraci¨®n de Tabacalera Espa?ola. Puedo hacer esta afirmaci¨®n con absoluta certeza porque he sido fiel a los productos nacionales desde 1957. El consumo salvaje de las marcas Celtas y Ducados me permite afirmar que los asesinos hablan mi idioma. Tampoco hay duda respecto al color: es negro, negr¨ªsimo, color culpa. Cuando he residido en el extranjero han sido Gitanes y Gauloises, con la aportaci¨®n decididamente cutre de los Nazionali cuando viv¨ª en Roma. Y todos en cantidades tan ingentes que justifican el t¨ªtulo de este art¨ªculo, al estilo de "Yo fui una madre soltera" o "Yo fui un Frankenstein adolescente". O, siguiendo con el cine: "Me llamo Lillian Roth y soy una alcoh¨®lica". As¨ª, pues, confesi¨®n pura y dura.
Descartando los factores obvios sobre los que inciden razonablemente todos los escritos contra el tabaco, s¨ª quisiera esgrimir mis derechos al r¨¦cord de tabaquismo; y, puesto que me hab¨ªa sido diagnosticado un enfisema pulmonar en grado avanzado, mis aspiraciones al Guinness de la estupidez. Cuando para suerte m¨ªa fui a caer en manos de la doctora Dolores Sorribes, con su excelente sistema Fumaf¨ªn para dejar de fumar, contabilizamos el alcance de mi suicidio con las siguientes cifras: unos 70 cigarrillos diarios, durante doce meses, daban aproximadamente m¨¢s de veinticinco mil cigarrillos al a?o. Esto en 1999. Calculen cuarenta a?os fumando y salen m¨¢s de diez millones de cigarrillos.
Estamos hablando, naturalmente, de una compulsi¨®n, pero en lenguaje llano puedo llamarlo obsesi¨®n, delirio y hasta locura. S¨®lo con ep¨ªtetos un tanto desorbitados puedo calificar a los alucinantes momentos en que intent¨¦ desengancharme. Y esto en una ¨¦poca en que el enfisema ya hab¨ªa convertido mi caso en cuesti¨®n de vida o muerte. V¨¦rtigos, estados de histeria, alucinaciones, agresividad, eran algunos pelda?os que me hac¨ªan subir directamente a la desesperaci¨®n. Tales reacciones me hac¨ªan ver que casi cuarenta a?os de tabaquismo hab¨ªan hecho su efecto. No era una constataci¨®n demasiado ¨²til. El reconocimiento de un fallo y su enmienda no siempre van juntos; sobre todo cuando la adicci¨®n es tan traidora como para aportar a cada causa su justificaci¨®n; sus coartadas a menudo m¨²ltiples. La primera de ellas: "Si no dejo el tabaco es porque no quiero. Y, despu¨¦s de todo, siempre hay tiempo para hacerlo".
Pero el tiempo transcurre, las facultades menguan, la basura va invadiendo los pulmones, al final los devora y la dependencia crece hasta convertirse en una esclavitud. Lo m¨¢s l¨®gico es reconocer de una vez que me he convertido en una piltrafa, pero los Ducados pueden m¨¢s. Pertenezco a la raza de fumadores que quieren dejarlo... sin quererlo dejar.Con mi enfisema debidamente diagnosticado continu¨¦ consumiendo el veneno y reduciendo mi calidad de vida al m¨ªnimo, por no decir a la nada absoluta. Nunca faltaron excusas. ?C¨®mo iba a escribir una sola p¨¢gina sin mis aliados, los cigarrillos? Pero los Ducados no me han convertido en Joyce. ?C¨®mo hacer el amor sin aspirar, despu¨¦s, una calada, como hac¨ªan las hero¨ªnas de la nouvelle vague? Pero no se me present¨® la oportunidad, porque gracias al tabaquismo entr¨¦ directamente en la impotencia sexual, con el consiguiente deterioro de mis relaciones de pareja. Pero segu¨ª prefiriendo los Ducados a un acto de amor; y al cabo los prefer¨ª a la posibilidad de caminar. Tanto es as¨ª que el pasado a?o, tuvo que llevarme un coche desde el hotel Ritz al Museo Thyssen, donde daba una conferencia. No pod¨ªa cruzar el paseo del Prado, pero de mis tres paquetes de Ducados no me apeaba ni el dios Neptuno, testigo de aquel dislate.
En tales circunstancias, no pod¨ªa recurrir a las frases estilo "virgencita m¨ªa, ?qu¨¦ cruz me has mandado!"; y no pod¨ªa porque la cruz me la busqu¨¦ yo, aunque no sin ayuda. A los diecis¨¦is a?os recurr¨ª al cigarrillo como tantos otros: no para hacerme el macho -comprender¨¢n que esto siempre me import¨® un pito-, sino como forma de distinci¨®n social, aprendida en la moda y, desde luego, en los dioses del cine; pero las tabacaleras todav¨ªa no me alertaban con esa astuta advertencia que adornar¨ªa las cajetillas muchos a?os despu¨¦s, cuando ya era demasiado tarde: "El tabaco perjudica seriamente la salud". Santo aviso, pero ambiguo. El tabaco entrar¨ªa a formar parte de las m¨²ltiples cosas que pueden da?ar la salud en mayor o menor grado, pero nunca, en anuncios o cajetillas, he le¨ªdo que los cigarrillos CREAN ADICCI?N. Y es aqu¨ª donde los fumadores perjudicados estamos en el derecho de exigir responsabilidad y de acusar a las tabacaleras de criminales.
Porque no es cierto, como han escrito recientemente algunos compa?eros, que el fumador pueda dejar de fumar de la noche a la ma?ana; no es cierto que se trate de un simple problema de albedr¨ªo. La adicci¨®n es la trampa mortal. Y lo es en un grado que no he conocido en cosa alguna. Como mucha gente de mi generaci¨®n -los blessed sixties- yo fum¨¦ hierba en cantidades adecuadas, le di a los hongos, al peyote y un poquito al LSD. En resumen, cosas ideales para escuchar a Ravi Shankar y comer membrillo. ?Por qu¨¦ olvid¨¦ la hierba y todo lo dem¨¢s -Ravi Shankar incluido-, y en cambio los Ducados han permanecido a mi lado, a?o tras a?o, d¨ªa a d¨ªa, minuto a minuto? ?De qu¨¦ poderosa materia estaban hechos esos diablillos como para irme convenciendo de que eran amiguetes cuando, de hecho, eran mojones en mi camino hacia el desastre?
Son m¨¢s poderosos que cualquier droga, pues mientras me convert¨ªan en adicto, en obseso, en esclavo, me hac¨ªan creer que me estaban ayudando. Pero ?a qu¨¦? Los problemas, cualesquiera que fuesen, segu¨ªan existiendo aunque los disfrazase tras una cortina de humo. M¨¢s a¨²n: generaban un nuevo problema, que no era sino el reconocimiento de mi irresponsabilidad. Si no fumaba ca¨ªa en la desesperaci¨®n; si fumaba me desesperaba por ceder. Y a fe que intent¨¦ dejarlo por todos los medios aconsejados: libros de ayuda, acupuntura, ondas electromagn¨¦ticas, parches de nicotina, pastillas, boquillas... S¨®lo que faltaba lo m¨¢s importante: la decisi¨®n verdadera, asumida, de querer dejarlo realmente. Los cojones que Tabacalera me hab¨ªa arrebatado.
Mientras, el enfisema segu¨ªa su curso. Y el tabaco tambi¨¦n. Una pintoresca pulmon¨ªa doble vino a completar el cuadro. Y a mayor peligro, m¨¢s tabaco.
Enlazo con el principio: he visto a la Muerte cara a cara. No era como la de Ingmar Bergman, negra, ni como la de Woody Allen, blanca. Era azul, como un paquete de Ducados, y cada vez que en la cl¨ªnica me agujereaban venas y arterias para introducirme sueros o sondas, o yo qu¨¦ co?o s¨¦, imaginaba que me estaban incrustando cigarrillos. Despu¨¦s de todo es lo que hab¨ªa estado haciendo yo mismo durante 40 a?os. En esta excursi¨®n a las fronteras del M¨¢s All¨¢ descubr¨ª el ¨²nico final de la abominaci¨®n, que no es otro que romper con ella a rajatabla. Con ayudas pertinentes, ll¨¢mense parches, pastillas, comidas -nunca saboreada antes-, horas de sue?o, lo que sea pero siempre como elecci¨®n inevitable.
Hace ya tres meses de esta decisi¨®n, y la esclavitud al cigarrillo se me aparece como algo lejano, como un enga?o destinado a anularme. Y lo que m¨¢s me maravilla es la rapidez de esta recuperaci¨®n, la ausencia de sufrimiento -temor tan importante para quienes quieren dejarlo-, la f¨¢cil eliminaci¨®n de la nicotina -otro de los temores m¨¢s extendidos- y, sobre todo, la ins¨®lita sensaci¨®n de serenidad derivada de una autoestima que se va acrecentando a medida que pasan los d¨ªas. ?Esas sobremesas sin cigarrillos, cuando siempre pens¨¦ que ser¨ªan el momento m¨¢s delicado! Y esos mil actos que no pod¨ªa efectuar sin ir fumando y que ahora cumplo tranquilamente. Sin a?oranzas, sin recuerdos. No digamos ya el percatarme de que, en esos noventa d¨ªas, mi cuerpo ha dejado de consumir m¨¢s de seis mil cigarrillos. Tambi¨¦n el lujo de permitir que los dem¨¢s fumen a mi lado, sin inmutarme, porque entre las cosas que no pienso hacer es convertirme en flagelo de fumadores; o sea, dictador de la salud ajena.
Me siento muy orgulloso de m¨ª mismo, pero al mismo tiempo me tengo por est¨²pido por no haberlo dejado antes. Y es que el deterioro ha sido inexorable. Por m¨¢s que haga a partir de ahora, seguir¨¦ viviendo con mis facultades considerablemente disminuidas. Ninguna reforma conseguir¨¢ devolverme el trozo de pulm¨®n que me falta, por no hablar de deficiencias cardiovasculares, sexuales y algunas bendiciones m¨¢s. Mi falta de voluntad me ha convertido en un medio hombre. Y todo gracias a Tabacalera Espa?ola, que me present¨® a mis asesinos cuando ten¨ªa la tierna edad de diecis¨¦is a?os y no estaba en condiciones de reconocer los variopintos disfraces de la Muerte.
www.terencimoix.com
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.