Yepeto & Inuit MARCOS ORD??EZ
1. 'Yepeto' (Sala Beckett). Tema de hoy: el teatro argentino, ese gran desconocido. ?Por qu¨¦, si hablan en nuestro idioma (o casi), si tienen en n¨®mina a algunos de los mejores int¨¦rpretes y directores del mundo, y un pu?ado de dramaturgos que para nosotros los quisi¨¦ramos? Misterios de la distancia, o de la pereza. Pasemos cuentas. En 1986, una doble y deslumbrante visita del Teatro San Mart¨ªn al Romea, con El viejo criado, una de las obras maestras de Roberto Cossa, y Made in Lan¨²s, un viv¨ªsimo sainete de Nelly Fern¨¢ndez Tiscornia. Nos visitaron entonces Beto Brandoni, y Leonor Manso, y el Negro Contreras, y el director Omar Grasso; y se nos cay¨® la baba a todos pidiendo m¨¢s. En el 89 tuvimos m¨¢s Cossa y m¨¢s Grasso: Yepeto, con Ulises Dumont y Dar¨ªo Grandinetti, en la Villarroel. En los noventa, grandes damas: Cecilia Rosetto, Cipe Lincovski, pero no China Zorrilla ni Norma Aleandro. ?ltimos noventa: directores j¨®venes, Hern¨¢n Zavala, Rafael Spregelbud, Gabriela Izcovich (perd¨®n si me dejo alguno). Y el a?o pasado, en el Mercat, un gran mano a mano: Federico Luppi y Julio Ch¨¢vez en El vestidor (The dresser), de Ronald Harwood.Poco, me parece a m¨ª, para la gran vitalidad del teatro argentino. Por eso, bienvenid¨ªsima sea la propuesta de la Sala Beckett, que este mes presenta dos espect¨¢culos con sello porte?o: Un nuevo montaje de Yepeto, con Manuel Carlos Lillo, Pedro Serka y Silvia Fiestas, en cartel hasta el 11 de junio (apres¨²rense), y del 14 al 25, Faros de color, de Javier Daulte, dirigida por Daulte y Gabriela Izcovich, de la que recordar¨¢n aquel Nocturno hind¨² sobre el texto de Tabucchi, y que aqu¨ª har¨¢ doblete como actriz. Faros de color se estren¨® en Buenos Aires el pasado mes de enero; una producci¨®n recient¨ªsima. El montaje de Yepeto se present¨®, casi por las mismas fechas, en la sala Maria Plans de Terrassa, con direcci¨®n de Marc de la Torre, y arras¨®: teatro lleno durante dos semanas. Toni Casares, el fact¨®tum de la Beckett, vio la funci¨®n y corri¨® a ofrecerles su sala; en el tr¨¢nsito, parece ser que el espect¨¢culo perdi¨® a su director, reclamado por otros compromisos, y los actores y el equipo se plantearon una direcci¨®n colectiva, que firman con el nombre de guerra de Luciano Brassi.
Hablemos ahora de Cossa y de Yepeto. Roberto Tito Cossa, que debe de rondar ahora los 70, es el dramaturgo argentino m¨¢s popular y reconocido, dos aspectos que rara vez caminan juntos. Cossa pertenece a la nueva generaci¨®n realista de los sesenta, junto con ?scar Viale y los m¨¢s radicales Griselda Gambaro y Eduardo Pavlovski. Desde que debut¨® en 1964 con Nuestro fin de semana, la obra en la que, por cierto, se revel¨® Luppi, Roberto Cossa habr¨¢ estrenado unas veinte comedias, entre las que yo destacar¨ªa, adem¨¢s de El viejo criado (1980), la famos¨ªsima La nona (1977), que protagoniz¨® aquel gran c¨®mico llamado Carlos Carella; la febril Tute cabrero (1981), y la breve y conmovedora Gris de ausencia (1981), uno de los mejores retratos de los exiliados argentinos en Espa?a. Yepeto, una pieza escrita en el 87 a la medida de Ulises Dumont (y protagonizada de nuevo por ¨¦l en la reciente versi¨®n cinematogr¨¢fica de Eduardo Calcagno), no est¨¢, para mi gusto, a la altura de estos trabajos, pero sigue teniendo los tres elementos b¨¢sicos del teatro de Cossa: inteligencia, carpinter¨ªa y emoci¨®n.
Es una pieza que yo recordaba m¨¢s larga en el montaje de Grasso en la Villarroel, casi dos horas, frente a la hora y veinte minutos del de la Beckett: Creo que gana con esa reducci¨®n. Hay tambi¨¦n una reducci¨®n ling¨¹¨ªstica, me temo que indispensable para el p¨²blico espa?ol: la castellanizaci¨®n del texto, suprimiendo, l¨¢stima, las expresiones en lunfa. Yepeto levanta acta, en siete escenas como siete rounds, del enfrentamiento entre un profesor cincuent¨®n, rastreador de talentos y escritor sin ganas, con m¨¢s ma?as que un gato viejo, y un joven atleta casi analfabeto, con mucho sexo y poco seso, pero que se tira, noche s¨ª y noche tambi¨¦n, a la alumna de sus sue?os. Es casi la versi¨®n agridulce de aquel cuento de Onetti llamado Bienvenido, Bob, pero con m¨¢s humor, m¨¢s ternura y una cierta sobredosis de frases brillantes cruzadas con unas cuantas verdades de barquero sobre la literatura, el amor, las mujeres y el misterio. Cossa no nos ahorra los perfiles negativos de ambos personajes: el profesor es marrullero, resentido, y con una misoginia rampante; el joven atleta se parece a Pinocho, no en la napia, sino en su condici¨®n de asombroso cacho de madera escasamente moldeable. Pero Yepeto es, por encima de todo, una historia de amor y de educaci¨®n, literaria y sentimental, y es ah¨ª donde Cossa se apunta sus mejores tantos.
El espect¨¢culo de Grasso, en mi memoria de 11 a?os atr¨¢s, y el montaje de Brassi/De la Torre no pueden ser m¨¢s distintos. Ulises Dumont era un Yepeto histri¨®nico, arrasador, que se pasaba varios pueblos; Manuel Carlos Lillo juega exactamente en el campo contrario. Su Yepeto, contenid¨ªsimo, rabioso, vulnerable, fatigado, m¨¢s ir¨®nico que sarc¨¢stico, hace pensar en un curios¨ªsimo cruce entre Onetti y el ¨²ltimo Gainsbourg, y pese a alg¨²n que otro desliz, muy leve, hacia el estupendismo, me parece a m¨ª el mejor trabajo, la mejor panoplia de los muchos talentos actorales de este actor, un c¨®mico de raza, de los que van quedando pocos. Su partenaire en el mano a mano es un joven actor chileno, Pedro Serka, con una admirable naturalidad esc¨¦nica servida, l¨¢stima, en un tono de voz casi inaudible: el d¨ªa en que haga la funci¨®n para el p¨²blico en vez de para el cuello de su camisa, el espect¨¢culo pegar¨¢ un subid¨®n. Hay un tercer personaje en escena, o habr¨ªa que decir mejor entre escenas: la inaprehensible Cecilia, la joven poetisa con un gran talento literario y una marcada predilecci¨®n por los atletas. He le¨ªdo en algunas entrevistas que los responsables del montaje de la Beckett hab¨ªan "incorporado" esa figura femenina, ausente en el original. Y no, no estaba ausente. Estaba fatal, pero no ausente: Lo peor del espect¨¢culo de Grasso eran las cursil¨ªsimas apariciones de Cecilia, con una pamela de verla para creerla y rasgando un contrabajo en plan sensible. Aqu¨ª se ha optado por un juego similar, igualmente innecesario pero mucho m¨¢s sobrio y elegante: tras una gasa oscura vemos, en flashes coreografiados por Marta Carrasco, a Silvia Fiestas comenzando un gesto, insinuando una figura, un perfil esquivo, antes de volver a la oscuridad. La escenograf¨ªa es m¨ªnima, esencial: un catre, montones de libros, frascos de medicinas, una mesa, una ginebra, dos vasos. Y la interpretaci¨®n y el ritmo esc¨¦nico siguen las pautas de esa esencialidad, en la que no sobra ni falta nada. Salvo proyecci¨®n vocal.
P. D. Me informan del Grec que est¨¢ prevista una edici¨®n del festival, quiz¨¢ la del a?o pr¨®ximo (este a?o le toca a N¨¢poles), con Buenos Aires como ciudad invitada. Para que luego me queje.
2. 'Inuit' (Villarroel). De no haber contado con ?lex Angulo y Saturnino Garc¨ªa, Xavier Mart¨ª y Christian Atanasiu hubieran sido los protagonistas ideales de Mirindas Asesinas, de ?lex de la Iglesia. O la pareja perfecta para llevar al teatro las Id¨¦es noires de Franquin. Inuit, el espect¨¢culo que presentaron la semana pasada en la Villarroel, lleva un subt¨ªtulo expl¨ªcito: "Humor negro para hombres grises (con mentes en blanco)". Hay un precedente, lejano ya (casi veinte a?itos), pero en la misma Villarroel: Aquel feliz Xamp¨² de sang con Ferran Ra?¨¦ y Al V¨ªctor. Digamos que Inuit vendr¨ªa a ser un Xamp¨² de sang sin palabras. Y con una notable carga de crueldad f¨ªsica. Inuit, que con direcci¨®n de Jordi Vila se present¨® en T¨¢rrega har¨¢, creo, dos temporadas, ha recorrido ya media Europa con un mont¨®n de funciones (220, concretamente), un par de premios y un pu?ado de cr¨ªticas superlativas. Inuit es un espect¨¢culo desigual, con sketches que, para mi gusto, se alargan demasiado, como el primero, un juego de sadismos en grand slalom con un fiambre atropellado y un buen samaritano. O, casi al final del espect¨¢culo, otro n¨²mero con un tipo que no muere literalmente ni a tiros. Es curiosa esta desigualdad, porque cuando Mart¨ª y Atanasiu clavan un sketch, la sucesi¨®n de gags y el encadenado de ideas brillantes parecen seguir un teorema matem¨¢tico. As¨ª, Inuit cuenta con dos escenas memorables, perfectamente estructuradas y medidas: un viaje en metro que no lo mejora Rowan Atkinson, en el que los detonantes del desastre son a) un moco, b) un sobre y c) una peluca (imposible resumirlo aqu¨ª: hay que verlo), y el colof¨®n de la noche, que narra el fat¨ªdico encuentro entre un camarero psic¨®pata y un cliente aterrado.
Incluso cuando el ritmo de la funci¨®n languidece un poco, siempre es un placer ver a este par en acci¨®n; siempre hay una mueca perfecta o una observaci¨®n f¨ªsica acertada, o un gag inesperado.
Y con una habilidad suplementaria: contrapesar la negrura del trazo con un toque de ternura, humana y a la vez antisentimental. Dos buenos, muy buenos clowns.
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