Yo, la balada
LUIS DANIEL IZPIZUA
Les garantizo que entre mis deseos m¨¢s aut¨¦nticos no se halla el de ser un t¨ªo macizo ni una se?ora estupenda. Mi deseo m¨¢s profundo ha sido siempre el de ser, por ejemplo, la Balada n? 1 en Sol menor de Chopin. Los motivos de tal ansia me han resultado siempre misteriosos, pero les aseguro que empiezo a comprenderlos. Est¨¢ en primer lugar esa venturosa cualidad de ser amado mientras se existe. Nadie que, por uno u otro motivo, no ame la Balada se dispone a escucharla, y ¨¦sta s¨®lo existe entonces. Esa existencia gozosamente puntual no es, sin embargo, m¨¢s que el latido de una vida m¨¢s honda, el pulso de una eternidad. Digamos que cada escucha es una epifan¨ªa y que es adem¨¢s la comuni¨®n de las almas. Cada cuerpo que escucha se hace Balada, sin que ¨¦sta deje nunca de ser igual a s¨ª misma; bien, digamos que con peque?as variaciones. Escrib¨ªa C.S.Lewis que la diferencia entre la mayor¨ªa y la minor¨ªa de los aut¨¦nticos aficionados reside en que "mientras unos usan el arte otros lo reciben". Quienes lo reciben, quienes se dejan hacer algo por ¨¦l son, sus amantes, no los otros. Vean, por lo tanto, las excelencias de ser la Balada n? 1 de Chopin: uno "es" siempre, y adem¨¢s siempre "es recibido" por los mejores.
Pero con ser impagables, tambi¨¦n les puedo asegurar que no son esos los verdaderos motivos que suscitan en m¨ª el deseo de ser balada. Yo pod¨ªa estar muy satisfecho de ser yo, y pasear sin rubor este cuerpo fruto de tantos cruces cainitas que mi memoria descomunal remonta hasta la sopa c¨®smica. Este mi Yo ancestral, por lo tanto, podr¨ªa muy bien haberse conformado con imaginarse a s¨ª mismo con su carnecita y todo, y hasta a crearse a s¨ª mismo, que es la verdadera vocaci¨®n y el aut¨¦ntico destino de todo Yo para seguir si¨¦ndolo, por ancestrales que sean las ¨®rdenes que disponen sus filetes en mayor o menor armon¨ªa. La tarea, sin embargo, es m¨¢s que improbable en el pa¨ªs que a uno le ha tocado en suerte. Aqu¨ª el Yo que pretende sustentarse en su cuerpecito est¨¢ condenado a la disoluci¨®n. Se es vasco o no es, y en ambos casos la perspectiva es pavorosa.
F¨ªjense que desde T¨²bal la corporeitas ha sido argumento de primer orden para ese ser o no ser gregario. Uno era, b¨¢sicamente, un tipo de cuerpo y eso no ofrec¨ªa muchas alegr¨ªas a la protensi¨®n de un Yo que se precie, no digamos a su pretensi¨®n de ser el cuerpo que le diera la gana, a poder ser el de su vecina. En la actualidad parece que se admite una adscripci¨®n voluntaria, y al margen del cuerpo, a la vasquidad y que se van a abrir listas para el que quiera apuntarse. Pero no nos enga?emos. Esa medida no implica una renuncia a la corporeidad, puesto que sobre todo aquel que no se apunte pende la amenaza de ser descorporizado, ya saben. No se trata, en realidad, sino de un nuevo acceso al corpus continuus vasconum, en el que al Yo no se le consiente ni la alegr¨ªa b¨¢sica de unas casta?uelas. Entiendan ustedes por qu¨¦ mi Yo quiere ser balada.
Mi Yo quer¨ªa, en verdad, celebrar con esta columna sus tres a?os de columniador en este peri¨®dico. Y hab¨ªa dispuesto para ello su pastel y sus velitas. Pero un viento f¨¦tido, ese viento de siempre, me ha apagado las velitas y me ha quitado el apetito. Han asesinado a Jes¨²s Mar¨ªa Pedrosa. Hay que decirlo bien alto y repetirlo, sin m¨¢s. No caben explicaciones. S¨ª caben el esc¨¢ndalo y la denuncia ante esta conjura del cuerpo que se ha adue?ado de nuestras instituciones para cumplir mejor su cometido. Todo Yo se halla inerme y en exilio ante esta oficializaci¨®n del cuerpo m¨ªstico vasco. Y eso s¨ª que ha cambiado en estos tres a?os que uno lleva de estilita. Diremos que ha brotado lo que estaba en germen, que una larga tarea de fanatizaci¨®n y de dejaci¨®n ha cuajado. Que hoy nuestro Gobierno vasco est¨¢ supeditado, encandilado, condenado a las caranto?as hacia un proyecto de uniformizaci¨®n expeditiva. P¨®nganle ustedes nombre a esta situaci¨®n. Nos dicen que la econom¨ªa va bien, que el paro disminuye, que el futuro se presenta pluscuamperfecto. Pura satisfacci¨®n para un cuerpo al que se le quiere dome?ado y que m¨¢s satisfacciones obtendr¨¢ cuanto m¨¢s se olvide de las iniquidades y m¨¢s participe de su indolencia gregaria. Pero se olvidan de que la libertad fenece, se olvidan de la melod¨ªa. Han asesinado a Jes¨²s Mar¨ªa Pedrosa. Yo no s¨¦ si le gustaba la Balada n? 1 de Chopin o si la apreciaba tan poco como "mi desconsolado, y no correspondido, amor" que tambi¨¦n dec¨ªa C.S.Lewis. Fuera como fuera, se la dedico. Soy Yo Mismo.
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