Franquismo y catalanismo
Anoche se present¨® en Barcelona, concretamente en el Museo de Historia de Catalu?a, uno de esos libros que valen m¨¢s de lo que cuestan, un volumen tan modesto en la apariencia de sus 140 p¨¢ginas como jugoso en el contenido de cada una de ellas. Bajo el sello de la editorial valenciana Afers, lo ha elaborado Carles Santacana y lleva por t¨ªtulo El franquisme i els catalans. Els informes del Consejo Nacional del Movimiento (1962-1971). ?Qu¨¦ era el Consejo Nacional del Movimiento? Para los j¨®venes y los desmemoriados, bastar¨¢ recordar que ese ¨®rgano -hasta 1967, Consejo Nacional de FET y de las JONS- constitu¨ªa la instancia doctrinal, el sagrario de la ortodoxia del partido ¨²nico y, por ende, la "c¨¢mara de las ideas" -as¨ª lo llamaban los plum¨ªferos oficiales- del sistema dictatorial. Alojado en el viejo palacio del Senado, en la plaza de la Marina Espa?ola, el Consejo ven¨ªa a ser un remedo de c¨¢mara alta, todav¨ªa m¨¢s inmovilista y menos representativa, dentro del seudoparlamentarismo franquista.Pues bien, durante sus tres ¨²ltimos lustros de vida, dicho Consejo Nacional se ocup¨® en distintas ocasiones de la persistencia y la evoluci¨®n del problema catal¨¢n. Lo hizo en 1961-1962, en 1971 y, mucho m¨¢s superficialmente, en 1973, con participaci¨®n en los trabajos de se?aladas figuras del r¨¦gimen, como el almirante Pedro Nieto Ant¨²nez, Manuel Fraga Iribarne y Torcuato Fern¨¢ndez Miranda; de conspicuos consejeros catalanes (Joaqu¨ªn Bau, Carlos Tr¨ªas Bertr¨¢n, Mariano Calvi?o, Cruz Mart¨ªnez Esteruelas, Juan Antonio Samaranch, Montserrat Tey, etc¨¦tera) y un gran acopio de informes externos encargados a elementos adictos o afines. Pero lo hizo en un ambiente de secretismo, con insistentes advertencias de confidencialidad, deliberaciones a puerta cerrada, declaraci¨®n de "materia reservada" para los documentos a debate y, por consiguiente, sin que la opini¨®n p¨²blica alcanzara a enterarse de gran cosa.
Ahora, y despu¨¦s de haber buceado en las profundidades del Archivo General de la Administraci¨®n, el historiador Carles Santacana ha abierto otra importante brecha en la opacidad del franquismo sacando a la luz esos informes, analiz¨¢ndolos con agudeza y transcribi¨¦ndolos con generosidad. El resultado es impresionante, no porque subvierta las interpretaciones en vigor sobre la incapacidad del franquismo para asumir cualquier expresi¨®n de la identidad catalana que fuese m¨¢s all¨¢ de lo arqueol¨®gico-folcl¨®rico, sino justamente porque las confirma con una crudeza y una claridad contundentes. Es de ver, por ejemplo, c¨®mo en julio de 1962 el Consejo Nacional dictaminaba: "La consagraci¨®n de un pluralismo ling¨¹¨ªstico, aunque sea a trav¨¦s de pr¨¢cticas oficiosas, es por completo negativa. El uso familiar y vecinal no tiene en cambio mayor trascendencia, y m¨¢s en una ¨¦poca en la que el intenso intercambio entre las naciones s¨®lo deja posibilidades de futuro a los grandes idiomas que dominan culturas enteras, entre los que cuenta el espa?ol". He aqu¨ª una tesis que hoy asumir¨ªa con entusiasmo el profesor Juan Ram¨®n Lodares...
Contra quienes sostienen que, una vez superada la primera posguerra, la ¨²nica preocupaci¨®n seria para el franquismo proced¨ªa de la oposici¨®n de izquierdas y del movimiento obrero, los "consejeros nacionales" calificaban en 1971 las amenazas a la "unidad nacional" como "uno de los m¨¢s importantes (problemas), si no el m¨¢s importante, de los que el Estado espa?ol debe afrontar". "Hay que llegar a conocer, descubrir c¨®mo y por qu¨¦ se forma la mentalidad del separatista y, conocido este origen, atacar sagaz, inteligentemente, con firme energ¨ªa sus causas".
Dicho esto, y m¨¢s all¨¢ de coincidir en cu¨¢les eran los focos del mal -"el separatismo catal¨¢n anida en los intelectuales, en los seudointelectuales y en una gran mayor¨ªa del clero", resumi¨® la falangista Montserrat Tey-, las recetas para remediarlo variaban seg¨²n las circunstancias de cada opinante. Unos suger¨ªan aprovechar el flujo migratorio hacia Catalu?a y promover sobre ¨¦l una pol¨ªtica de casas regionales que contrarrestasen el auge del catalanismo. Otros confiaban a¨²n en el papel adoctrinador de unos maestros bien seleccionados, o recomendaban erosionar el peso de Barcelona. Enrique Ramos, a la saz¨®n "delegado nacional de provincias" del Movimiento, dibujaba una vasta acci¨®n coordinada de todos los ¨®rganos del Estado "para inyectar en la mente, en el alma, en el coraz¨®n y en la despensa de Catalu?a lo m¨¢s sublime de los valores hisp¨¢nicos. (...) Porque el peso espec¨ªfico de una cultura -a?ad¨ªa- s¨®lo puede ser dominado por otra cultura m¨¢s fuerte, m¨¢s universal y m¨¢s presente". Con mayor concreci¨®n y sutileza, un ilustre catedr¨¢tico era partidario de desactivar el catalanismo cultural comprando a sus intelectuales ("...la digna soluci¨®n de problemas econ¨®micos personales...") y aconsejaba autorizar "un diario en catal¨¢n que no pudiera ser una tribuna pol¨ªtica, reducido a lo informativo y cultural". En tales condiciones, "tendr¨ªa poca circulaci¨®n y seguramente poca vida. Pero bastar¨ªa que hubiese vivido unos meses para que desapareciera el pretexto de la persecuci¨®n".
Existe cierto ensayista con ¨ªnfulas de ser el Juaristi local que cuestiona desde hace tiempo la incompatibilidad entre franquismo y catalanismo. Si, adem¨¢s de escribir, leyese, le ser¨ªa ¨²til hacerse con el libro de Carles Santacana para comprobar hasta qu¨¦ punto eran incompatibles. A no ser, claro est¨¢, que ¨¦l considere "catalanismo" el tierno folclore de los Coros y Danzas de la Secci¨®n Femenina, la sentida l¨ªrica de los Juegos Florales de la plaza de la Lana y la pl¨²mbea ret¨®rica de don Jos¨¦ Mar¨ªa de Porcioles.
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