Efectos sin causa: sobre el 'efecto llamada'.
Parece abrirse paso, poco a poco, la necesidad de un debate sereno y riguroso sobre nuestro modelo de gesti¨®n de la inmigraci¨®n. Un modelo que no existe todav¨ªa, en la medida en que no puede ser (s¨®lo) nuestro, espa?ol ni, a fortiori, s¨®lo auton¨®mico. La ley org¨¢nica 4/2000 podr¨ªa ser un punto de partida, pero la impresi¨®n generalizada es que apenas se le va a dar oportunidad de acreditar sus supuestas virtudes y defectos. Con escasos seis meses de vigencia y trabajosa aplicaci¨®n, est¨¢ a punto de ser reformada y ni tan siquiera va a contar con un reglamento, tal y como exige su disposici¨®n final sexta. El Gobierno no tiene, al parecer, voluntad pol¨ªtica de cumplir ese mandato legal de desarrollo, alegando el nada despreciable argumento de que esa reforma era parte importante del programa electoral respaldado por la mayor¨ªa y si se va a hacer la reforma, m¨¢s vale no desarrollar lo que se va a cambiar. En todo caso, frente a la urgencia inicial, parece que se impondr¨¢ el viejo principio de que la prisa es mala consejera, sobre todo si la decisi¨®n a adoptar tiene trascendencia, como es el caso.Lo que querr¨ªa se?alar en estas l¨ªneas es una precauci¨®n modesta, casi una recomendaci¨®n metodol¨®gica, sin pretensiones de aportaci¨®n al complejo debate de fondo, que exige sesudas consideraciones. Se trata de llamar la atenci¨®n sobre algunas circunstancias que podr¨ªan viciar el debate. Me refiero a la presencia de elementos previos de comprensi¨®n, disfrazados de evidencias, cuando en realidad son tomas de posici¨®n ideol¨®gicas que, como m¨ªnimo, debieran ser explicitadas como tales. Por decirlo de otra manera, para saber todos de qu¨¦ discutimos es muy importante que no se disfracen como argumentos cient¨ªficos, ni como hechos probados, ni como t¨®picos (en el sentido estricto del t¨¦rmino) lo que son coartadas. Es decir, que habr¨¢ que llamar a las cosas por su nombre: a los prejuicios, prejuicios, que no razones. Creo que algo de esto puede pasar con el famoso "efecto llamada".
Ya antes de la aprobaci¨®n de la ley, desde el Gobierno -m¨¢s que desde su grupo parlamentario- se emiti¨® la profec¨ªa descalificadora del "efecto llamada". Esta ley, desmedidamente altruista, fruto de una alucinaci¨®n autista de quienes ignoran nuestros compromisos con Europa, arrastrar¨ªa inevitablemente un incremento incontenible de la inmigraci¨®n, convenientemente estigmatizado en t¨¦rminos de incremento de las mafias. un mensaje que llega m¨¢s f¨¢cilmente en su connotaci¨®n peyorativa. Apenas entr¨® en vigor la ley se multiplic¨® la puesta en escena de esa "invasi¨®n", coreograf¨ªa a la que han accedido buena parte de los medios de comunicaci¨®n, que presentan noticias de detenciones e incremento de pateras -ahora rumbo a Canarias-, asociadas acr¨ªtica y monocausalmente a la existencia de la ley. De tomar en serio este mensaje, asistir¨ªamos a un aut¨¦ntico r¨¦cord en la historia de la t¨¦cnica legislativa. Nunca una ley tuvo tanta publicidad, tanto lector interesado. Si no fuera tr¨¢gico, habr¨ªa que ceder al chascarrillo de suponer como tema casi universal de discusi¨®n las ventajas ingenuamente concedidas en esta ley, desde las aldeas de Senegal y Mali, a los zocos de Fez, T¨¢nger, Argel o Marraquech, las sierras de Ecuador y, al parecer incluso en los palafitos de Indonesia: en una vuelta de tuerca impensable para un pa¨ªs que siempre apost¨® por la apertura de fronteras (para los turistas que nos tra¨ªan sus divisas y para los emigrantes que se iban a Europa a por ellas), las mafias -siempre de fuera, claro- habr¨ªan aportado un nuevo eslogan a aquellos trasnochados de "Espa?a es diferente": "vente para Espa?a, Mohamed/Mamadou/Lucrecia/Li, que all¨ª atan los perros con longanizas".
La verdad es muy otra. Que hay un incremento significativo de los flujos migratorios puede ser -probablemente lo es- un hecho incontestable. Que sea el resultado de la entrada en vigor de la ley, est¨¢ por demostrar.
Lo primero que hay que probar, para sostener el efecto llamada, es que se trata de un efecto inevitable de esta ley, no de cualquier ley. Porque si el problema es que las mafias enga?an diciendo que la nueva ley va a reconocer como espa?oles con todos los derechos a cualquiera que ponga el pie en tierra de soberan¨ªa espa?ola, el problema no es de esta ley, sino de cualquier ley nueva, que ser¨¢ aprovechada torticeramente con ese fin, a poco que abra el reconocimiento de derechos, cosa que nadie parece discutir como elemento b¨¢sico del r¨¦gimen jur¨ªdico de inmigraci¨®n. Cualquier nueva ley ser¨ªa aprovechada para enga?ar con falsas promesas. Otra cosa es que se diga que esta ley reconoce "demasiados" derechos a cualquier tipo de inmigrantes y muy espec¨ªficamente a los irregulares y que por eso genera la masiva atracci¨®n, es decir, que la respuesta a la pregunta ?vienen m¨¢s inmigrantes s¨®lo porque saben que esta ley les da mas derechos? es afirmativa. Que eso lo cree el Gobierno, est¨¢ claro. Que se puede discutir sobre el fundamento razonable de ese "amplio" reconocimiento de derechos, tambi¨¦n. Pero que los inmigrantes que se embarcan en pateras lo hacen por su conocimiento del status jur¨ªdico inmejorable que los inmigrantes tienen ahora en Espa?a me parece un mal chiste. No hay tal relaci¨®n, tal efecto.
En segundo t¨¦rmino, el efecto llamada no est¨¢ probado porque la relaci¨®n causa/efecto que se quiere establecer entre la ley 2/2000 (insisto, cualquier ley) y un insoportable incremento de los intentos de inmigrantes por llegar a nuestro pa¨ªs est¨¢ lejos de ser un hecho indiscutible. Ni siquiera lo es el car¨¢cter incontenible, desmesurado de ese incremento. M¨¢s bien esta segunda versi¨®n del efecto llamada es un ejemplo de lo que sabe cualquier aficionado de la argumentaci¨®n jur¨ªdica acerca de los t¨®picos y las falacias.
La fuerza de los t¨®picos es que su alegato exime de la carga de argumentar. Como el t¨®pico es resultado de una experiencia probada, basta aludir a ¨¦l. Y como esto lo sabe cualquier experto en opini¨®n p¨²blica, basta con repetir muchas veces que algo es as¨ª para que acabemos por aceptarlo evitando el esfuerzo de averiguar por qu¨¦. Se est¨¢ esgrimiendo tanto el efecto llamada que ya no nos preocupamos de saber si es cierto. Y eso sucede tambi¨¦n en los medios de comunicaci¨®n que acaban por aceptar la trampa argumentativa (no me refiero a los que de entrada participan del "argumento", que los hay, y basta enchufar la televisi¨®n). Lamentabletnente, EL PA?S -como casi todos los diarios nacionales- incurri¨® en esa trampa hace quince d¨ªas: el titular de primera p¨¢gina (tres columnas) del s¨¢bado 27 de mayo dec¨ªa: "Espa?a rechaz¨® en 1999 a casi un mill¨®n de personas en las fronteras". Le¨ªda con atenci¨®n la informaci¨®n, el texto desment¨ªa ese titular. Como ha insistido Antonio Izquierdo, a la hora de hablar de flujos (de pasos, de detenciones) hay que explicar muy bien de qu¨¦ se trata, y la verdad es que no son 1.000.000 de personas, sino, en todo caso, 1.000.000 de intentos, y eso es a¨²n m¨¢s claro en el supuesto de Ceuta y Melilla, donde se contabilizan 700.000 intentos y se reconoce (en la informaci¨®n de la p¨¢gina 21 el argumento se pone en boca de representantes de la Comisi¨®n Europea) que una persona puede llegar a intentarlo hasta cinco o seis veces en d¨ªas distintos, y no digamos a lo largo del a?o, sobre todo en esas dos ciudades de ?frica, donde los ciudadanos marroqu¨ªes, por ejemplo, tienen (?c¨®mo no?) m¨¢s facilidades para pasar los puestos fronterizos, para comprar o vender o pasear, y todo ello sin recurrir a las mafias. Una media ponderada (y con menor vocaci¨®n alarmista) nos situar¨ªa, pues, en 150.000. La verdad es que los flujos migratorios no van a detenerse de repente y que m¨¢s bien la evoluci¨®n previsible es su incremento en direcci¨®n a los pa¨ªses ricos -no en particular a Espa?a-, con o sin leyes.
Pero adem¨¢s, hay en todo esto del efecto llamada un problema de argumentaci¨®n que lleva a incurrir al menos en dos falacias l¨®gicas de las que ha denunciado una de nuestras mayores autoridades en el asunto, mi amigo Manuel Atienza, en un librito (La guerra de las falacias) cuya lectura contribuir¨ªa a la higiene mental de legisladores y pol¨ªticos: la primera, aquello de post hoc, propter hoc: el que un hecho se produzca suceda despu¨¦s de otro, como ense?ara Hume, no significa que sea resultado del primero, no basta para asegurar que ¨¦ste sea la causa de aqu¨¦l, como hemos visto antes. En el fondo, el efecto llamada acaba siendo como el cuento del aprendiz de brujo, es decir, una muestra de esa otra falacia que es el argumento circular o petitio principii, que suele estar presente en los argumentos pro domo sua. El efecto llamada no es la conclusi¨®n inevitable de una ley, sino aquello que desde el principio se incluy¨® en las premisas de la argumentaci¨®n contraria a la ley. Tanto empe?o en descalificar la ley, en probar los efectos perniciosos, acaba por crear alarma social donde no hay motivo. Esa invocaci¨®n reiterada de que la ley es demasiado generosa acaba justific¨¢ndose a s¨ª misma, como se quer¨ªa demostrar. M¨¢s vale discutir en serio si queremos asumir, por ejemplo, los costes de tomar en serio los principios del Estado de Derecho sobre la garant¨ªa judicial de los derechos frente al riesgo de arbitrariedad que generan las atribuciones discrecionales a la administraci¨®n, o los de tomar en serio la universalidad de los derechos humanos, empezando por aquel de circular libremente en el que tanto cre¨ªamos cuando se trataba de criticar el tel¨®n de acero que imped¨ªa salir libremente al para¨ªso occidental o la jaula de hierro de la que trataba de huir la madre de Eli¨¢n.
Javier de Lucas es profesor de Filosof¨ªa del Derecho en la Universidad de Valencia.
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